Guerra a los radares

Señales de tráfico que indican control de velocidad por radar y límite de 80 km/h, con luces traseras de vehículos en movimiento al anochecer.

Maximino González Barfaluy
Presidente de PROGT Motor Club España.

Ocio y cultura

Una sociedad más educada, respetuosa con el otro, paciente ante las situaciones de la circulación, sí que conseguiría reducir drásticamente las cifras trágicas de fallecimientos

En un momento de cambios continuos y de controversias tras controversias, nos surge, desde “el país de la bota”, una noticia contundente en cuanto al mundo del motor. El caso es que desde el Gobierno italiano se están tomando medidas para controlar el abusivo uso de los radares en su territorio. En todos los países, las correspondientes instituciones equivalentes a nuestra poco eficiente DGT nos pretenden vender la moto con que los radares están ahí instalados para nuestra seguridad. Pero la experiencia ha demostrado que los radares no sirven para salvar vidas en la mayoría de los casos, sino que su instalación es meramente con afán recaudatorio.

Si esto es algo que cualquier conductor medianamente informado lo ve en un país como España, en el que contamos con “solo” unos 2.300 radares, ni que decir cómo se debe circular por Italia que tiene casi 5 veces más, y con una superficie a cubrir bastante menor, llegando a los 11.000 radares. Tanta aglomeración de radares tan bien situados y estudiados por parte de la Administración debería haber dado unos frutos maravillosos en cuanto a la prevención de accidentes y, sin embargo, en datos del año 2022 la mortalidad en las carreteras italianas ascendió casi un 10 %.

No desvelo nada nuevo si digo que prácticamente todos los radares están instalados en sitios en los que su rentabilidad va a ser superior a su coste, en eso sí son eficaces las Administraciones. Cuántas veces en una maravillosa recta de autovía o autopista, con una visibilidad de cientos de metros, encontramos una extraña señal que nos insta a reducir la velocidad por debajo del límite habitual de la vía, para pocos metros después encontrar un radar “no recaudatorio” y, acto seguido, retomar el límite habitual de la vía en cuestión. ¿Qué capacidad de salvar vidas tiene dicho radar? Pues al parecer muchas, porque mucha gente se lucra con ellos, sin dar un palo al agua.

Y ese es otro de los problemas que ofrecen los radares, la nula información sobre para qué se destinan los millones de euros recaudados por este medio. En el país transalpino se ha detectado que cientos de ayuntamientos destinan dichas aportaciones pecuniarias para gastos que nada tienen que ver con la seguridad vial o mejora de las vías públicas, sino que se destinan a conceptos como mobiliario urbano, zonas verdes o limpieza. Esta situación ha llevado al Gobierno italiano a promover una campaña de eliminación de radares, así como la prohibición de colocar nuevos, por parte de las Administraciones locales y provinciales. Se está estudiando la verdadera utilidad como elemento de seguridad activa de cada uno de los radares y los que sean considerados de carácter recaudatorio serán desinstalados.

Esto es justo la tendencia opuesta a lo que se vive en España, en una DGT totalmente corrupta y falta de ideas útiles para con los ciudadanos, únicamente centrada en prohibir y recaudar; lo más interesante es el anuncio de nuevos radares móviles, instalados en motos conducidas por agentes de la Guardia Civil. Motos camufladas para sancionar a los conductores y declaraciones de la insuficiencia de presupuesto para mantener las carreteras, a pesar de cifras como la de 2022, en la que se recaudó más de 500 millones de euros solo en conceptos de multas.

Hace varias décadas alguien para mi muy sabio me dijo de manera coloquial: “por correr no se mata nadie, se mata por correr donde y cuando no debe”, esa persona jamás tuvo un accidente de tráfico y en toda su vida apenas tuvo un par de sanciones de tráfico. La solución para el problema del tráfico, como ya en algunos otros artículos he expresado en años anteriores, no es la velocidad sino la educación. Una sociedad más educada, respetuosa con el otro, paciente ante las situaciones de la circulación, sí que conseguiría reducir drásticamente las cifras trágicas de fallecimientos. Pero de qué nos sirve una máquina que tan solo analiza el ritmo de paso por un punto en concreto si luego el conductor, una vez pasada la misma, puede seguir haciendo eses, con alcohol, drogas, conducción temeraria, etc.

En un mundo en el que todo va cada vez más rápido, en el que las vías de comunicación son cada vez de mayor calidad, en el que los vehículos son cada vez más seguros, activa y pasivamente, y en el que los dirigentes se llenan la boca de palabras como libertad y democracia, resulta que el mayor exponente de la libertad individual que ha dado el siglo XX, con la revolución y democratización del automóvil, está cada vez más atacado y oprimido. Solo espero que lo sucedido en Italia pueda suponer un cambio de tendencia del que se contagie el resto de Europa.