El Principio de Buen Gobierno (II)
La globalización y los procesos de integración
José Joaquín Jiménez Vacas
Técnico de Administración General de la Comunidad de Madrid
Preparación de Oposición a Técnico Superior de la Administración Central en el CEF.-
Miembro de la ACEF.- UDIMA
Foto de Stock.xchng
Conste –a priori- que no soy amigo de empezar así mis columnas a riesgo de perder audiencia; pero esta quería iniciarla diciendo brevemente que la Real Academia Española (RAE), da cierta definición (aunque sucinta) del término “globalización”, como la “tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales”. A la hora de usarse del término, no obstante, los ámbitos de influencia hacia los que este concepto se extiende y sugiere, resultan hoy difícilmente abarcables, y dignos de sosegada reflexión.
Haciéndome, entonces tranquilamente, la pregunta ¿qué es globalización?; me sorprendí leyendo la siguiente cita en el periódico de ese mismo día (cita que debo a un brillante artículo del profesor Antonio Hernández Gil): “Nosotros, los líderes del Grupo de los Veinte, nos reunimos en Washington el 15 de noviembre de 2008 en medio de serios retos para la economía mundial y los mercados financieros, decididos a reforzar nuestra cooperación y a trabajar juntos para restaurar el crecimiento global y lograr las reformas necesarias en los sistemas financieros del mundo”.
Así empieza, por lo visto, el documento redactado desde el G-20 cuando la quiebra del centenario banco norteamericano Lehman Brothers disparó la nueva gran recesión de 2008.
El G-20, sin apoyo alguno en normas o convenios internacionales, carecía –carece- de una jurídica o técnica legitimidad institucional. Lo integran mandatarios (Jefes de Estado y/o de Gobierno) de 19 países, más la representación institucional de la Unión Europea, por virtud de su propio consenso y de la legitimación que le da la fuerza económica que entre todos ellos reúnen: aproximadamente el 90% del PIB mundial, y las dos terceras partes de la población. El G-20, como manifestación de globalización en pureza.
También, leí curiosamente en el mismo diario, resulta manifestación de la globalización la directiva europea que elimina las fronteras para recibir atención médica en la Unión Europea con cargo al país de origen del enfermo tratado.
La globalización, podemos concluir entonces, se expresa hoy en multitud de manifestaciones; y así, abiertos los periódicos por su primera página, Estados y Regiones pasan a un segundo plano, y no se entiende la política mundial ni la de los territorios sin un “marco globalizado” y sin el necesario concurso e intercambio de actores a escala global tales como el G-8, el G-20, la Liga Árabe, la Organización de Naciones Unidas (ONU) y su Consejo de Seguridad, la Commonwealth, la Unión Europea (UE), sus Instituciones y la Zona Euro, el Consejo de Europa, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la Unión de Estados Africanos (UEA), el MERCOSUR Iberoamericano, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), o las llamadas “economías emergentes”: países como Brasil, Rusia, la India y China (los países “BRIC”), o los llamados “cuatro tigres del oriente”: Tailandia, Taiwán, Corea del Sur y Singapur.
Se está produciendo también, desde el punto de vista material, y por otra parte, un verdadero fenómeno globalizador a todos los niveles; en el ámbito de los derechos humanos y de las libertades públicas –como hemos visto previamente-, habiéndose producido a este respecto movimientos sociales hasta hoy completamente insólitos y novedosos, tales como el acontecido con ocasión de las llamadas “primaveras árabes” o el 15-M; en el ámbito de la economía y los mercados (con la inquietante y periódica intervención de los lobbies, o de otros entes de carácter más bien privado tales como las determinantes -y temidas a la vez- Agencias de Calificación); en el ámbito de la comunicación (redes sociales; Facebook, Twitter); en el de la información (“cuarto poder del Estado”); en el del deporte –como la importante repercusión mediática de una organización de Juegos Olímpicos, o de la de un mundial de fútbol-; en el de la cultura, como efecto directo de un trasvase de conocimientos y de formas de cultura producido por las masivas migraciones ciudadanas entre Estados; en el de la concienciación medioambiental (fenómeno del cambio climático); y también, en el de un larguísimo etc.
Desde el punto de vista histórico, el hecho de un fenómeno general de la acción y de repercusión global podemos entrever, ya se haya producido en épocas pretéritas muy anteriores a la nuestra. Piénsese, por ejemplo, en las antiguas civilizaciones griega o egipcia, en el Imperio romano, o en el español en el que de los dominios del monarca Felipe II, se decía, no se ponía el sol. El Tratado de Tordesillas –pongamos por ejemplo de “repartirse el mundo”- como compromiso suscrito en la homónima localidad el 07/06/1494 por los reyes de Castilla y Aragón por una parte, y por el de Portugal por otra, estableció un reparto de las zonas de navegación y conquista del Atlántico y del Nuevo Mundo mediante un meridiano situado 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde a fin de evitar conflictos de intereses entre las monarquías hispánicas y el reino de Portugal.
La Ilustración cambió el sistema político haciéndolo sustentarse sobre un poder de la clase burguesa fundamentado en la democracia
La globalización en el sentido actual del término, tiene verdadero germen, no obstante, en el fin de la segunda gran guerra, cuando empiezan a surgir organizaciones de carácter internacional que pasan a tomar decisiones, con los efectos de evitar nuevas grandes confrontaciones. La globalización irrumpió, en efecto, en el siglo XX, en el ámbito de la guerra. Las dos guerras que asolaron Europa obtuvieron calificativo de “mundiales” y, tras la segunda de ellas, se produjo el fenómeno polarizador –y también mundial- alrededor de los dos ejes americano y soviético. El final de los conflictos globales dio paso al surgimiento de los llamados procesos de integración, que tienen exponente en los organismos internacionales que se crearon entre Estados.
El fenómeno de los “procesos de integración”, responde a una necesidad de hacer fuerza común, y de cobrar mayor peso y competitividad en un mundo hoy globalizado. Surgen, con estas alianzas, organismos que regulan el Derecho global y resuelven conflictos; algunos de ellos incluso, con un verdadero poder de coerción sobre los Estados. Estos fenómenos -reales, por otra parte- requieren cumplida respuesta desde la política y desde las Administraciones Públicas.
Sujetando el tomo de la esencial obra The Wealth of Nations (Adam Smith. 1776), se puede leer que “según el sistema de la libertad natural, el soberano solamente debe atender a tres deberes: 1º, la defensa de la sociedad contra la violencia y la invasión; 2º, el establecimiento de una exacta administración de justicia, y 3º, el deber de construir y mantener ciertas obras e instituciones públicas, nunca en interés particular (…)”. Es un hecho patente de nuestros días que este paradigma de sistema Administrativo ha cambiado de forma perceptible; y que hoy resulta claramente insuficiente. Nos encontramos hoy ante la necesidad de un cambio de paradigma.
Tampoco es la primera vez: en época feudal, la figura del “Príncipe” se imponía, y era única detentadora de poder. Llegó un momento, sin embargo, en que esta estructura de poder sustentado en el factum principis y asimilado a la personalidad de un monarca no pudo asumir un cambio radical en la sociedad que se hizo patente: el que vino de la mano de las grandes conquistas y de los grandes descubrimientos. Nicolás Maquiavelo aventuró entonces, lo que sería nueva realidad sustentada en el concepto de Estado.
Con el Estado, el poder ya no lo personificaba el príncipe; y el mismo se traslada a las instituciones del Estado, que no se suceden, sino que se ordenan y permanecen a través del tiempo por encima de las personas que las desempeñan y detentan. Surgieron entonces, con objeto de poder definir esta nueva realidad organizativa y social, conceptos como el de “Estado” y de “razón de Estado”. Un cambio social supone la definición de este nuevo paradigma: el de Estado, definido por un territorio, una población, y un poder político, plasmado y regido por el Derecho.
Bodino justificó esta nueva estructura de Estado sobre la monarquía absoluta. Con la irrupción de un nuevo paradigma que surgió de la mano de la Revolución Industrial, se necesitó nuevamente de un cambio de sistema, dado que volvió a hacerse patente que el anterior –la monarquía absoluta- dejaba de servir eficazmente para gobernar. El cambio de paradigma se manifestó en la Ilustración.
La Ilustración cambió el sistema político haciéndolo sustentarse sobre un poder de la clase burguesa fundamentado en la democracia; es decir, sobre una desposesión del poder absoluto en favor de los ciudadanos. La Nación son los ciudadanos, titulares de la soberanía, del poder, y del Derecho; y el Estado es la estructura donde se organiza ese poder, a partir de una Constitución.
Y en este paradigma se ha vivido cuando de nuevo, se observa un cambio social producido de la mano de la globalización, que vuelve a requerir reformular el sistema. La globalización y sus manifestaciones son los nuevos hechos. Internet (como la imprenta en su momento) lo ha revolucionado todo. El concepto de territorio y frontera han cambiado; el concepto de población también se ha reformulado de la mano de los fenómenos migratorios; y el concepto de poder político se ha desbordado en su síntesis y parámetro actual, dado que hoy, puede decirse existen muchos más conceptos de poder.
Esta nueva tesitura, como en anteriores ocasiones, debe ser ordenada y organizada a través de un sistema nuevo y eficaz. El Estado “tradicional” ha demostrado no hallarse capacitado para asimilar estos nuevos hechos. Cabe sólo reflexionar entonces, ¿cómo gobernar en el panorama de la globalización?; hallándose la respuesta en el concepto, hoy también difuso, de la “gobernanza".
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