La zarzuela mucho más que un género musical

Grada teatro

Javier de la Nava
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos en el Grupo Educativo CEF.- UDIMA.

Ocio y cultura

Así define la RAE a la zarzuela: “Obra dramática y musical de origen español en que alternativamente se habla y se canta”.

La música estimula emociones y sentimientos contrapuestos a los efectos psico-sociológicos derivados del argumento. Las ondas sonoras armónicas se traducen dentro de nuestro cerebro en impulsos eléctricos que neurológicamente se convierten en habilidades cognitivas. La música y el habla son los rasgos más evidentes de diferenciación de los seres humanos con otras especies.

Hasta el 12 de enero de 2025 se puede disfrutar, en la sala de exposiciones del teatro Fernán Gómez, Centro Cultural de la Villa, la muestra “La Zarzuela. Patrimonio de la Hispanidad”. Desde partituras a maquetas, su medio millar de piezas exhiben la belleza atesorada por este género.

Entre 1627 y 1635, en el monte de El Pardo, el arquitecto Juan Gómez de Mora, por orden del rey Felipe IV, construyó un palacete para su hermano el infante Fernando de Austria. La abundancia de zarzas en su entorno propició denominarlo Palacio de la Zarzuela. Para entretener al infante y evitar sus correrías amorosas, aquel contaba con un teatrillo, donde se representaban no solo comedias al uso de la época, sino también fábulas, en las cuales, a imitación de Italia, se cantaba y bailaba. Las cuitas de veleidosas divinidades centraban los argumentos originales.

El laurel de Apolo, escrita por Calderón de la Barca en 1657, es reconocida como primera obra del nuevo género literario-musical. Gran conocedor del poder del teatro para cambiar actitudes en los espectadores, don Pedro conjugaba imaginarios argumentos con reflexiones filosófico-espirituales, y así recapacitar sobre nuestra existencia y los valores que la acompañan.

Con el tiempo aparecieron nuevos autores que aportaron sabiduría popular. A lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII los teatros se llenaron de un público ávido de un arte naciente al alcance de sectores menos elitistas y pudientes. El 6 de octubre de 1851, en el Teatro Circo de Madrid, se estrenó la primera gran zarzuela, Jugar con fuego, pieza en tres actos con libreto de Ventura de la Vega y música de Barbieri, próxima a la opéra-comique gala.

Cinco años después se inauguró el gran templo del género, el Teatro de la Zarzuela, donde se han estrenado casi 900 obras. En esta década, en la mayoría de los 300 teatros del país se representaba zarzuela, incluso en los llamados “teatros por horas” y “cafés-teatro”, donde surgió el género chico. El boom se consolidó a raíz de la aparición de las compañías líricas.

Existían cuatro modelos: formadas por asociación, por un empresario, por un compositor o por un cantante. A ellas se unían otros solistas, orquesta, coro y directores musicales y escenógrafos. Miles de intérpretes se dedicaron a un género que generaba pasiones. Alternaban el canto y el habla encuadrados en torno a los diversos tipos de voz demandados, desde la zarzuela grande, con exigencias de formación operística, hasta la revista, donde el canto es circunstancial. Algunas “tiples”, denominación de todas las voces femeninas, se convirtieron en ídolos e iconos sociales de la época.

En las últimas décadas del siglo XIX el género lírico vivía la revolución de los nuevos inventos: luz eléctrica, teléfono, telégrafo, fonógrafo y gramófono. La nueva industria del sonido descubrió en la zarzuela una auténtica mina, que alcanzó su cenit en los años veinte al llegar la radio. Más tarde, el cine, al filmar numerosas piezas, catapultó a muchos cantantes. En 1899 se creó la Sociedad de Autores Españoles (SAE), actual SGAE, que cuenta en sus archivos con toda la creación zarzuelística generada en el último siglo.

Imparable fuerza cultural al inicio del siglo XX, los formatos y contenidos eran diversos: opereta, revista, comedia musical, variedades, zarzuela regional o zarzuela grande restaurada. La opereta era un producto híbrido, donde la danza sostenía el espectáculo. En la revista, el cuplé y el importado music-hall realzaban el encanto físico de las intérpretes.

Por su veta hedonista, frívola y erótica fue calificado de género “piernográfico”. Los “felices y psicalípticos años veinte” se llenaron de desnudos y obscenos diálogos. Vivió grandes momentos en las dictaduras de Primo de Rivera y Franco, vigilada de cerca por la censura. Celia Gámez y otras vedetes de cuerpos espectaculares cantaban pegadizos ritmos anglosajones y caribeños.

La gran propuesta lírica de principios del siglo pasado fue la zarzuela grande. La vieja zarzuela que regresó con grandes arias y romanzas, rica y cuidada orquestación, realzada por prodigiosos coros. Guridi, Solozábal, Vives o Moreno Torroba firmaron las principales obras.

La Guerra Civil mermó, pero no truncó, al género lírico, que tras la contienda se recuperó. La zarzuela ha amalgamado influencias del cine, los musicales, la revista o la copla. Ha sobrevivido pero su impacto se ha debilitado.

Es necesario atraer al público joven e incorporar nuevas tendencias sin perder su identidad.

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