Nietzsche no tenía razón ¡Dios no ha muerto!
Javier Cabo Salvador
Doctor en Medicina y Cirugía Cardiovascular. Director de la Cátedra de Gestión Sanitaria y Ciencias de la Salud de la UDIMA. Catedrático en Investigación Biomédica de la UCNE. Catedrático de Ingeniería Biomédica de la UCAM. Miembro de la Academia de Ciencias de New York.
Tribuna conectados
"No podemos olvidar que la fuerza de una democracia depende de los valores que promueve"
La frase de Nietzsche Gott ist tot (Dios ha muerto), situada en el contexto de la sociedad líquida en que vivimos, donde la incertidumbre, consecuencia de la rapidez de los cambios, está debilitando los valores humanistas, y los vínculos humanos, remarca la imagen nihilista del mundo. Para el filósofo Gilles Deleuze, esta frase sitúa el pensamiento de Nietzsche en el campo del cogito (pensar) de Descartes, cogito ergo sum (pienso, luego existo) y de la metafísica. “Dios ha muerto” o “muerte de Dios”, que para su interpretación debe ser abordada siguiendo las obras evolutivas de Plutarco, Pascal, Hölderlin, Hegel, Feuerbach, Nietzsche y Heidegger, entre otros.
Plutarco ya anunció la “muerte de Dios” y la relacionó con el fin del esplendor del mundo griego, cuando “se silencian sus dioses y el esplendor de lo divino es sustituido por el panteón de los dioses antiguos, en torno a los cuales todo se vuelve sátira”. Pascal, recoge esta formulación de Plutarco y la revive en su obra Pensamientos, apología de la religión cristiana, con su gran profecía: “El Gran Pan ha muerto”. Mismo concepto de “Dios ha muerto” que reaparece en la obra de Hegel Phänomenologie des Geistes (Fenomenología del espíritu), en la que fundamenta su sistema del “idealismo absoluto”, identificando su “Dios ha muerto” con el surgimiento de la razón. Pensamiento y frase que reintroduce Nietzsche en su obra Die fröhliche Wissenschaft (La Gaya Ciencia); y en Also sprach Zarathustra. Ein Buch für Alle und Keinen (Así habló Zaratustra). Muerte de Dios que vuelve a aparecer en Hölderlin y en el “hegelianismo de izquierda” de Feuerbach, padre intelectual del “ateísmo antropológico” o humanismo ateo contemporáneo.
Un “Dios ha muerto” que Nietzsche, utilizando las ideas de Plutarco del fin de lo divino de la tragedia griega a manos de la racionalidad socrática, y de su máscara -la comedia de Eurípides-, con “El nacimiento de la tragedia”, retoma para expresar la idea del triunfo del “secularismo de la Ilustración”, donde Dios ya no es capaz de actuar como fuente del código moral. Para Nietzsche, su “Dios ha muerto” es un aforismo resultado de su nihilismo respecto a la pérdida de valores de la sociedad, al rechazo por parte de los humanos de los valores absolutos y el rechazo de la creencia en una objetividad y una ley moral universal, que se ejerce sobre todos los individuos.
¿Qué quiere decir Nietzsche con que Dios ha muerto?
En opinión de Nietzsche, la sociedad occidental se encuentra en vías de caer en un profundo nihilismo. Nihilismo derivado de la desvalorización de los valores supremos: “El vacío dejado por la muerte de Dios no debe ser llenado de cualquier manera; la solución es generar nuestro propio sistema de valores y darle sentido a la vida, surgiendo el ideal del hombre superior, el Übermensch (superhombre), con sus propios valores, que implican una reconversión de la valoración cultural de Occidente”. Cuando Nietzsche declara que Dios ha muerto pretende indicar que los hombres viven desorientados, que ya no sirve el horizonte último en el que siempre se ha vivido, y que no existe una luz que los pueda guiar de modo pleno.
Pero, como dice Patti Smith, en la primera línea de su canción Gloria: “Jesus died for somebody's sins, but not mine”, frase que tomó prestada de Albert Camus: “Tal vez Cristo murió por alguien, pero no por mí”. Dios no ha muerto. Esa luz, inexistente para Nietzsche, existe, y dentro de poco va a estar de nuevo, de modo palpable entre nosotros. Se acerca la festividad de la Navidad, palabra que viene del latín nativitas (nacimiento), y que celebra el nacimiento de Jesucristo. Una de las festividades más importantes del cristianismo, junto con la Pascua o Domingo de Resurrección (fiesta en la que se conmemora la resurrección de Jesucristo y el Pentecostés), festividad que configura la culminación solemne de la Pascua. Navidad que celebramos el 25 de diciembre tanto en la Iglesia católica como en la Iglesia anglicana, en la mayoría de las Iglesias ortodoxas, y en algunas comunidades protestantes.
Fiesta de la Navidad que en los últimos tiempos está bajo un ataque continuo. A nivel social, con un Santa Claus y el abeto, desplazando el lugar de Jesús y el pesebre (portal de Belén); y los centros comerciales tomando el lugar de las iglesias. A nivel político, con intentos por grupos de izquierda, comunistas y populistas, de desvincular la Navidad de los símbolos religiosos. El portal de belén, tradición antigua navideña, no solo en España, sino en Europa y a nivel mundial, y que trasciende los sentimientos religiosos, tiene adversarios que lo rechazan, con voces que hablan de fiesta pagana, basando su “guerra santa” contra la costumbre de colocar el belén o pesebre con los Reyes Magos en las casas y centros públicos con argumentos de que Jesús no nació en esa fecha, que no había ni buey ni mula, que ese día 25 de diciembre era una fiesta pagana y que los Reyes Magos no existieron.
¿Cuál es la verdad de todo esto? ¿Cuándo nació Jesús? ¿Dónde nació Jesús?
Realmente, la antigua fiesta de los primeros cristianos no fue la Navidad, sino la Pascua. Joseph Ratzinger (papa Benedicto XVI), en sus escritos menciona: “El año litúrgico de la Iglesia no se desarrolló inicialmente partiendo del nacimiento de Cristo, sino de la fe en su resurrección, siendo lo que funda la fe cristiana y hace nacer a la Iglesia”. En palabras de Ratzinger: “Debemos esforzarnos hacia un nuevo diálogo entre filosofía y fe, porque ambas se necesitan recíprocamente. La razón no se salvará sin la fe, pero la fe sin razón no será humana”. En cuanto al cuándo, las escrituras relatan que “el día veinticinco del noveno mes, llamado Quisleu, del año ciento cuarenta y ocho, se levantaron al despuntar el alba y ofrecieron un sacrificio conforme a la ley, sobre el nuevo altar de los holocaustos que habían erigido” (Macabeos 4, 52-53). Según los relatos, Judas Macabeo y sus hermanos ordenaron a los sacerdotes que purificaran el santuario y echaran fuera el altar profanado, y en su lugar se edificó un nuevo altar y en la madrugada del 25 de Quisleu, -correspondiente al mes actual de diciembre-, fue consagrado. En cuanto al dónde, mil años antes de Cristo, en Belén, había nacido el rey David, al que las Escrituras presentan como antepasado del Mesías. El Evangelio de san Lucas narra que Jesús nació en Belén, en el año 15 del Imperio de Tiberio, porque José, el esposo de María, siendo de la “casa de David”, tuvo que dirigirse a esa aldea para el censo, y precisamente en esos días María dio a luz a Jesús. “Cuando ellos (José y María) estaban allí (en Belén), ella dio a luz a su hijo primogénito” (Lc 2, 1-7). Por su parte Mateo también afirma que Jesús nació en Belén: “Cuando nació Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes…”. Pero los otros dos evangelistas, Marcos y Juan, presentan a Jesús como si hubiera nacido en Nazaret. El primer evangelio, el de Marcos, cuando relata su bautismo, da a entender que Jesús nació en Nazaret, y dice que Jesús “vino de Nazaret de Galilea”. Después, cuando Jesús se va a Nazaret, dice que “se fue a su patria”. Esto lo confirma el mismo Jesús cuando, ante el escándalo que producen sus enseñanzas en Nazaret, él exclama: “Un profeta solo en su patria, entre sus parientes y en su casa, es despreciado”. El cuarto evangelista, Juan, también afirma que Jesús nació en Nazaret. Aunque las pruebas evangélicas sobre el nacimiento de Jesús en Belén son más bien débiles, el futuro Mesías debía ser un descendiente de la familia del rey David, por lo que el nacimiento de Jesús en Belén, más que una afirmación histórica, puede ser una afirmación teológica.
Fue alrededor del año 200 cuando en los cristianos empezó a surgir la idea de celebrar el nacimiento de Jesús. Inicialmente se observaron las indicaciones de los Evangelios y se celebraba en primavera, concretamente en mayo, siendo Hipólito de Roma quien en un comentario al libro del profeta Daniel, alrededor del año 204, el primero que afirmó que Jesús había nacido el 25 de diciembre, fecha en que al parecer se celebraba la fiesta de la Consagración del Templo de Jerusalén, establecida por Judas Macabeo en el 164 antes de Cristo. Posteriormente, en el año 221, el historiador Sexto Julio Africano publicó en su Crónica -colección de cinco libros escritos en griego, que por primera vez fijaba un “canon” sobre la historia del pueblo judío- que la fecha del nacimiento de Jesús era el 25 de diciembre. ¿Por qué eligió ese día? Se desconoce, posiblemente fuera porque Sexto Julio Africano era de cultura helénica y originario de Jerusalén, y eligiera ese día por la coincidencia con un culto muy importante en Oriente: el del Sol Invicto, relacionado con Apolo.
A pesar de haberse establecido el 25 de diciembre como fecha de nacimiento de Jesús, en su lugar se celebraba la Epifanía -el día que Jesús se “manifestaba” al mundo-, representado posteriormente como la adoración de los Reyes Magos. A principios del siglo IV, cuando el cristianismo ganaba muchos adeptos y el emperador Constantino permitió oficialmente el culto cristiano, estos veían que los romanos estaban muy apegados a sus tradiciones. Por ello, como en diciembre existían dos fiestas paganas muy arraigadas: las Saturnales, entre el 17 y el 23 de diciembre -que festejaban a Saturno, dios de la agricultura y de la cosecha, celebración que se remonta al siglo III-, fue en el año 337, cuando Julio I, al ser nombrado papa, estableció una ortodoxia para las celebraciones cristianas, y de paso combatir el paganismo y las doctrinas no católicas, en especial el arrianismo. Como Julio era de estirpe romana y era consciente de lo difícil que resultaría forzar a los romanos a abandonar sus festividades, optó por la estrategia de superponer las fechas señaladas del cristianismo a las celebraciones del calendario romano pagano. Decidió separar las celebraciones de la Navidad y de la Epifanía y establecer la fecha de la Navidad en el 25 de diciembre, el día del Sol Invicto, fecha ratificada ya en el año 325, por el Primer Concilio de Nicea, fortaleciendo así la metáfora de que Jesús era “el nuevo Sol” llegado para iluminar el mundo. Sin embargo, fue durante el pontificado de su sucesor Liberio -concretamente en el año 354- cuando se fijó oficialmente como una festividad oficial de la Iglesia, separada de la Epifanía.
Fiesta de Navidad que se asumió de forma definitiva en el siglo IV. Fiesta de la Navidad y tradición del belén o pesebre, que se desarrolló en la Edad Media gracias a Francisco de Asís, quien según su biógrafo, Tomás de Celano, “celebraba con alegría el nacimiento del niño Jesús, en la que Dios, hecho niño, se crió a los pechos de madre humana, con preferencia a las demás solemnidades”. Así nace la devoción al misterio de la encarnación, con la famosa celebración de la primera Navidad en una cueva, en Greccio (Italia), inspirada por lo visto por san Francisco de su peregrinación a Tierra Santa, y en el pesebre de Santa María la Mayor en Roma, instaurando de esta manera la tradición navideña del belén. Según Tomás de Celano, por indicación de Francisco de Asís , “se pusieron en una cueva un buey y un asno, para provocar el recuerdo del niño Jesús con toda la realidad posible, tal como nació en Belén, y expresar todas las penas y molestias que tuvo que sufrir en su niñez” (Cel 30, 84). Desde entonces, el buey y el asno forman parte de la representación del pesebre. ¿Pero por qué estos animales? El buey y el asno (o mula) no son simples productos de la fantasía, se han convertido en los acompañantes del acontecimiento navideño. Isaías dice concretamente: “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento” (Is 1,3). En las escrituras se dice que “ambos animales eran los símbolos proféticos tras los cuales se oculta el misterio de la iglesia, puesto que nosotros somos buey y asno frente a lo eterno, buey y asnos cuyos ojos se abren en la nochebuena de forma que, en el pesebre, reconocen a su Señor”. Los Padres de la Iglesia vieron en esas palabras una profecía que apuntaba al nuevo pueblo de Dios, a la Iglesia de los judíos y de los cristianos. Ante Dios, eran todos los hombres, tanto judíos como paganos, como bueyes y asnos, sin razón ni conocimiento. Pero el Niño, en el pesebre, abrió sus ojos de manera que ahora reconocen ya la voz de su dueño, la voz de su Señor.
No obstante, este reconocimiento de la fecha del 25 de diciembre no es unánime y algunas Iglesias ortodoxas mantienen el 6, o en algunos casos el 7 de enero, como fecha de la Navidad; mientras que otras han adoptado la fecha católica. Sea una u otra fecha, lo importante, como menciona Ratzinger, es que “la Navidad es un símbolo evocador de una realidad que concierne a la intimidad del ser humano: el bien que vence al mal, la vida que derrota a la muerte. La Navidad nos hace pensar en esta luz interior, su luz divina nos propone de nuevo el anuncio de la victoria definitiva del amor de Dios sobre la muerte”, por lo que Dios no ha muerto.
En cuanto a los Reyes Magos, la primera referencia que tenemos por escrito de estos personajes es en el evangelio de Mateo, donde habla de “magos”, sin nombres, sin decir que sean reyes, ni especificar su número. Es en la Excerpta Latina Barbari, también conocida como Chronographia Scaligeriana, recopilación histórica escrita originalmente en griego, posiblemente en Alejandría en torno al año 500 (se desconoce el autor), y de la que solo se conserva una traducción latina de fines del siglo VIII (se desconoce quién la tradujo al latín), donde aparecen ya bautizados los tres personajes como Bithisarea, Melichior y Gathaspa, versiones de Baltasar (del hebreo Belshazzar, y este del acadio Bel-shar-uzur, que significa “Bel protege al rey”), Melchor (del hebreo Meleji Or, “mi rey es luz”, o quizás del persa Melk qart, “rey de la ciudad”) y Gaspar (del caldeo Gizbar, “tesorero”). De la misma época, siglo VI, es el famoso mosaico de la basílica de san Apolinar, de Rávena, donde aparecen los tres personajes con sus actuales nombres, y vestidos al estilo persa. ¿Por qué tres magos? El que sean tres quizá sea para representar lo que en la Antigüedad eran los tres continentes conocidos: Europa, Asia y África; o los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet; o, más tarde, en la Edad Media, a lo que se consideraban las tres razas humanas (blanca europea, amarilla oriental y negra africana), siendo a partir del siglo XV cuando comienza a asimilarse a Baltasar con la raza negra. No obstante, las Iglesias apostólica armenia o la ortodoxa siria aún siguen considerando que son 12, quizás por asimilación con los doce apóstoles cristianos o las doce tribus de Israel.
Según san Mateo, “unos magos viajaron desde Oriente en busca del llamado rey de los judíos recién nacido, y cuando entraron en el establo se postraron para ofrecerle oro, incienso y mirra”. En el evangelio se les llama magoi (μάγοι), de donde se deriva su condición de “magos” en nuestra tradición. Magos y astrólogos que eran la casta sacerdotal de Zoroastro, quienes mantuvieron sobre sus dominios (Persia y el Imperio parto) su influencia religiosa. El porqué de su conversión en “reyes” en la tradición cristiana parece estar relacionado con antiguas profecías judías como las expresadas en Isaías 60:3, que dice que “andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento”. Mateo continúa en su versículo 6 diciendo que “multitud de camellos te cubrirá; dromedarios de Madián y de Efa; vendrán todos los de Sabá; traerán oro e incienso”. En el salmo 72:11 se afirma que “todos los reyes se postrarán delante de él”. Profecías que ponían a Jesús como alguien que, desde su nacimiento, está por encima incluso de reyes terrenales. Reyes Magos, cuyos restos óseos, según la tradición cristiana, acabaron en Colonia, Alemania, suponiendo que fue Helena, madre del emperador Constantino, la que los encontró en sus viajes por Palestina, llevándolos a Santa Sofía, en Constantinopla, desde donde pasaron luego a Milán, siendo luego llevadas por el sacro emperador romano-germánico Federico I Barbarroja, en 1164, a Colonia. La tradición y los evangelios apócrifos dieron por sentado su número (que recordaba la Santísima Trinidad), y por los tres regalos tan simbólicos que trajeron. El oro de Melchor, que identifica al poder, para reconocer que el niño del pesebre sería rey de reyes; el incienso de Gaspar, aroma relacionado con el culto a la divinidad, y que lo identificaba como el hijo de Dios; y la mirra de Baltasar, que le vaticinaba sus futuros padecimientos, ya que la mirra -resina aromática de propiedades medicinales obtenida del tronco de la Commiphora myrrha- servía desde la antigüedad para embalsamar muertos y para ungüentos, como anestésico para los moribundos o como sedante (diluida en vino) para los condenados a muerte.
Como menciona Ratzinger, “la Navidad y el belén son expresión de nuestra espera, que Dios se acerca a nosotros, pero también es expresión de la acción de gracias a aquel que ha decidido compartir nuestra condición humana, en la pobreza y en la sencillez”, por lo tanto, Dios no está muerto. Está vivo y la Navidad es una época para compartir las tradiciones en familia y transmitir la importancia de dar y recibir cariño, de ser solidarios, y de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Es un tiempo para poner en valor el amor y la paz. Fechas para compartir los valores y reforzar los vínculos de paz, amor y alegría. Felicidad y alegría que son el verdadero don de la Navidad. Alegría, que podemos comunicarla de un modo muy sencillo con una simple sonrisa. A la luz de la Navidad podemos comprender las palabras de Jesús: “Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,3). Ese es el verdadero significado de la Navidad. Frente a una cultura que tiende a ignorar los símbolos cristianos de las fiestas navideñas, preparémonos para celebrarla con alegría, transmitiendo a las nuevas generaciones los valores de las tradiciones que forman parte del patrimonio de nuestra fe y cultura.
Para Ratzinger, “la herencia cristiana de Europa ofrece las orientaciones éticas necesarias, tanto para la búsqueda de un modelo social adecuado, como para derrotar a la cultura laicista que pretende relegar a la esfera privada la expresión de las convicciones religiosas”. En su “bendición urbi et orbi, del 25 de diciembre de 2006, como papa Benedicto XVI, nos anticipó que “una humanidad unida podrá afrontar los numerosos y preocupantes problemas del momento actual: desde la acechanza terrorista a las condiciones de pobreza humillante en la que viven millones de seres humanos, desde la proliferación de las armas a las pandemias y al deterioro ambiental que amenaza el futuro del planeta”. Aprovechemos la Navidad, para reflexionar, estar en familia y pedir por la paz, que buena falta hace a la humanidad. Que la paz llegue a todos los lugares del mundo donde la guerra invade la vida, hiriendo y matando a múltiples inocentes víctimas civiles.