De aquello polvos, estos lodos

Laboratorio investigando vacuna

Juan Pazos Sierra
Doctor en Informática. Profesor del Grupo Educativo CEF.- UDIMA

David Lizcano Casas
Doctor en Ingeniería Informática. Profesor del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.

Investigación

Qué sabemos, qué debemos saber; y qué hacemos, y qué debemos hacer, en la COVID-19

Antes de entrar en materia, permitido sea realizar tres aclaraciones prolécticas. Una, ambos autores son doctores pero no en medicina. Dos, siguiendo el sabio consejo del padre de la teoría del electromagnetismo, Maxwell, se van a expresar con palabras corrientes las ecuaciones y fórmulas matemáticas que se requieran y, siguiendo el paradigmático ejemplo de la entrañable anécdota que acompaña a la creación de la famosísima obra bethoviana “Para Elisa”, no se utilizará ni una sola ecuación matemática. Tres, aunque el DRAE trata como sinónimos los términos razonamiento y argumentación, son tan distintos como que el primero solo busca la verdad, en tanto que el segundo solo busca convencer o persuadir de un modo u otro. El primero, es la forma de proceder de los científicos, mientras que el segundo es el que habitualmente utilizan los abogados y sobre todo los políticos, a quienes se les puede aplicar, parafraseando a Butrón, los siguientes versos:

Mienten a diestro y siniestro.
Mienten de noche y de día.
Mienten hasta la porfía.
Mienten con y sin pretexto.

Obvio resulta decir que los autores, en lo que sigue, van a usar, única y exclusivamente, el razonamiento, pero expresado coloquialmente.

Imaginemos dos despachos idénticos, salvo por un único detalle: en uno la papelera está llena a rebosar de papeles arrugados, y en el otro la papelera está vacía. Atendiendo a este detalle, si preguntamos a un filósofo a quién pertenece cada uno, estos los asignarán al 50 % a un colega filósofo o a un científico. Si esta misma pregunta se realiza a un científico, prácticamente de forma unánime le asignarán el de la papelera vacía a un filósofo. La razón es obvia, en general los filósofos publican todo lo que se les viene a la mente, mientras que los científicos solo publican aquello que está validado por los experimentos. Pues bien, el ministro Illa, haciendo honor a su condición de filósofo, obsequió a los madrileños con una nueva publicación del estado de alarma, a sabiendas de que su texto es espurio y doblemente falaz.

En efecto, en el BOE, en donde se publicó por primera vez el estado de alerta, el texto solo contiene una premisa, la mayor: “Para atajar la expansión de un virus…”, y se concluye con el confinamiento de los ciudadanos, la sanciones, la vulneración de derechos fundamentales, y lo que es peor, con la concesión a Sánchez de un poder cuasi-absoluto. Evidentemente, en el sentido galileano del término (algo que se puede combatir pero nunca refutar), en dicho texto falta la premisa menor que es la que sirve de enlace entre la premisa mayor y la conclusión y esto es gravísimo, incluso puede ser letal para cualquier democracia, pues al carecer de dicha premisa, cabe concluir cualquier cosa. En efecto, si lo que se incluye está en contradicción con la premisa mayor de ello se puede deducir lo que se quiera, según la teoría de lógica de predicados. Por ejemplo, que Sánchez y el despiadado, maquiavélico y ascético Lenin son la misma persona. Aunque en algún aspecto lo sean como cuando un día Lenin explicaba su doctrina, y uno de sus correligionarios y secuaces le dijo: “ En realidad, lo que acabas de decir no es así “, a lo que Lenin contestó: “pues la realidad se equivoca”. Compárese esto con lo que sucedió el 9 de mayo cuando una periodista de la CNN le pregunta a Sánchez: “¿Podría enviarnos el informe sobre test realizados por países de la Universidad John Hopkins que citó la semana pasada? Hemos hablado con dicha universidad y nos dicen que no existe”. A lo que Sánchez contestó: “en fin, los datos están ahí “, y sin inmutarse le repite los datos pero sin presentar el susodicho informe. Nada acertada fue igualmente la interpretación, expresada como cuasi verdad, que realizó el presidente del Gobierno el día 20 de julio, proclamando que “España ha derrotado al virus”.

Y es que en cualquier ley, máxime si tiene la trascendencia del estado de alarma, no se debe sobrentender nada. Lo sorprendente en este caso es que ni el poder judicial, aunque alguno de sus miembros sí se percató del asunto, ni la oposición pusieron el grito en el cielo y tumbaron dicha ley. Por ser doblemente falaz, por lo que acaba de señalarse acerca de la premisa menor, y por ser un "non sequitur" pues de la premisa mayor no se sigue la conclusión.

A partir de ahí, todo fueron mentiras, despropósitos y perseverancia en el error. Por ejemplo, confundir, con sinécdoque monumental, objetivos con estrategia.

Por otra parte, el premio Nobel de química de 2013, Michael Levitt, concedido por entender y predecir complicados procesos químicos, señaló: “El confinamiento puede ser efectivo pero no es eficiente, ni siquiera eficaz, además de ser una medida medieval”. Y continuaba: “Estoy seguro que el confinamiento pudo haber salvado vidas en el corto plazo pero el daño económico costará vidas. Sin ser irrespetuosos con los fallecidos, me planteo cuán más importante hubiera sido el equilibrar más las medidas tomadas”. Al Sr. Sánchez, que plagió el “sangre, sudor y lágrimas” de Churchill, se le puede aplicar, eso sí, parafrásticamente, su famosa admonición a Chanbeirlein: “Por evitar el virus has elegido destruir la economía, pues bien, la economía ya está maltrecha y el virus sigue haciendo de las suyas”. En todo momento se está planteando en España que sanidad y economía son dos elementos antagónicos, cuando por toda Europa proliferan ejemplos donde ambos ámbitos evolucionan de la mano de forma sinérgica. Y por si esto fuera poco, que no lo es, el estado de alarma, por estar pensado para situaciones muy distintas a las sanitarias, resulta ser una auténtica “Cama de Procusto”. Era Procusto un hostelero del Ática, sádico, desalmado y protervo, que ofrecía a sus huéspedes dos tipos de cama. Si eran altos, los metía en una cama pequeña, y si eran bajos en una grande. A continuación, los hacía encajar exactamente cortándole lo que sobraba a uno, y estirando hasta desmembrarlo al otro, de ahí el epónimo, pues en griego Procusto significa eso. Hoy en día, se aplica a toda norma arbitraria con la que se fuerza una conformación exacta. Asimismo, se aplica a quienes tratan de deformar los datos de la realidad para que se ajusten a sus objetivos. Exactamente lo que hizo el gobierno.

Mefistófeles, el personaje del Fausto de Goethe, se definía a sí mismo como “un pobre diablo que pretendiendo hacer el mal acababa haciendo el bien”. Pues bien, siendo benévolos, hasta el extremo de caer en la ingenuidad, puede decirse que Salvador Illa es la encarnación anti-mefistofélica, ya que pretendiendo hacer el bien acaba haciendo, como se dice vulgarmente, un pan como unas hostias. Sr. Illa, como sabe o debería saber, pues lo dijo el también filósofo Shopenhauer, la toma de posesión de cualquier cargo, sea este elegido o nombrado, aunque aporte un áurea de poder, conocimientos e infalibilidad, no garantiza al elegido o nombrado ninguna cualidad o competencia que no tuviera previamente.

En efecto, como sabe cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos de Gestión del Conocimiento percibe que en la Comunidad de Madrid se está utilizando, para sus decisiones, bien a sabiendas o como si se tratara del Sr. Jourdan de Moliere, una técnica conocida como Mapas de Zack. Dicha técnica consiste en explicitar cuatro cosas: qué se sabe, y qué se debe saber; qué se hace, y qué se debe hacer, para resolver cualquier problema. Entre la primera y la segunda, hay un hiato de conocimientos que hay que cumplimentar; entre la tercera y la cuarta, existe una sima estratégica factual que hay que superar por intuición, adivinación, o, como sería lo sensato, usando métodos científicos, en especial matemáticos. Y ello por la sencilla y evidente razón de lo que desde los pitagóricos, pasando por Platón, Aristóteles, Bacon, Leonardo, Galileo, Maxwell, Hertz, Knopp, Einstein, Bourbaki y especialmente el premio Nobel de Física de 1963, se sabe: “la armonía preestablecida entre el conocimiento de la naturaleza, la epistemología y las matemáticas”. En sus términos: “El milagro de la idoneidad de la matemática para la formulación de las leyes de la naturaleza es un don maravilloso que no comprendemos ni merecemos... El lenguaje matemático se revela formidablemente efectivo en las ciencias naturales”.

Dicho lo anterior, se sabe lo siguiente:

  • Que la tasa de contagio está entre dos y cuatro, y que para, con dicha tasa, acabar con la pandemia el 70 % de la población debe estar vacunada o inmunizada.
  • Que pasado el tiempo, si se deja a su albur, la COVID-19 acabará por desaparecer; sin embargo, si se actúa inadecuadamente como hasta ahora, puede hacerse endémica.
  • Que la gente es egoísta y actúa irresponsablemente, es decir, en términos de teoría de juegos, véase el “dilema del prisionero”, no coopera. En concreto, aquellos que se cuelan en el transporte y espectáculos públicos, o los que defraudan a hacienda, etc. y, en este caso, los que hacen botellón, o celebran fiestas o reuniones multitudinarias, o no usan mascarillas o no guardan la distancia de seguridad, etc.
  • Que, de acuerdo con contrastados estudios de regresión, el número de viajeros que llegan a un país, región o ciudad es una de las variables que más influyen en el número de contagios.
  • Que a los contagiados, sean o no asintomáticos, hay que detectarlos cuanto antes y aislarlos.
  • Que las apariencias muestrales engañan, como muestra este ejemplo real acaecido durante la II Guerra Mundial. En efecto, durante la guerra en el Pacífico, al ver que los bombarderos tras llevar a cabo sus misiones volvían con los fuselajes destrozados por las balas, se planteó estudiar qué partes del mismo había que blindar. Naturalmente, la mayoría se inclinó por hacerlo en aquellas partes que aparecían más dañadas. Sin embargo, los matemáticos del grupo de Investigación Operativa optaron por señalar que lo que había que blindar eran los motores, pues todos los aviones que regresaban lo hacían con los motores intactos o casi. Y sin embargo, probablemente los que no regresaban los tendrían destrozados. Las alas rotas no les impedían su regreso, como atestiguaban los hangares, eran los motores los que suponían un factor crítico.
  • También es conocido que cuestiones psicológicas pueden impedir el tomar la decisión más eficiente como lo muestra el caso siguiente. Durante los ataques a Japón por parte de los americanos durante la antedicha guerra, el matemático y músico Anatol Rapoport, tras realizar un experimento mental, propuso que los bombarderos hiciesen vuelos sin retorno. Es decir, que llevasen solo combustible para la ida, de modo que el ahorro de espacio que eso suponía se usase para llevar el doble de bombas. Su incontestable razonamiento era el siguiente. Un tripulante de un bombardero tenía un 25 % de probabilidades de sobrevivir al número de misiones que debía cumplir. Asimismo se sabía que, al llevar el doble de bombas, cualquier misión podía cumplirse con la mitad de vuelos, lo que supone una probabilidad de retorno del 50 %, es decir, el doble. En breve, si los tripulantes de los bombarderos hubiesen aceptado emprender los vuelos hacia una muerte o prisión segura, en lugar de aferrarse a misiones de un 75 % de muerte o prisión, habrían duplicado la probabilidad de supervivencia. De hecho, muy pocos aceptarían una oferta de este tipo, aunque sea completamente justa, efectiva y eficiente, pues hubiera salvado muchas vidas. Esta paradoja es una demostración palmaria e inquietante de que, por una parte, la mente humana está equipada para asumir voluntariamente un riesgo de muerte, pero solo si no sabe cuándo sobrevendrá la misma.

¿Y qué debe hacerse? En primer término, detectar, usando test rápidos, baratos y fiables, a los portadores del virus y monitorizarlos, aislándolos adecuadamente, por ejemplo, quienes convivan en pisos pequeños, llevándolos a hoteles medicalizados, naturalmente a costa del gobierno central. Con ello, además, se paliaría la crisis hotelera. En segundo lugar, efectuar en aeropuertos, puertos y estaciones de autobuses interurbanos test obligatorios a todos los usuarios de los mismos que no tengan acreditada su carencia de infección. Asimismo, hacer obligatoria la realización de test por parte de toda la población, ¿cómo es posible que a los que hizo la Comunidad de Madrid solo se hayan presentado menos del 50 % de los convocados? Se dice que por miedo a perder el trabajo. Pues bien, de nuevo el gobierno central tiene que poner los recursos y normas necesarios para que el trabajador tenga su salario y la empresa no tenga que despedirlo. Y finalmente, que a la población hay que decirle la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Empezando por el número de muertes.

Y ¿qué se está haciendo en especial por parte del gobierno de la nación? Poco, tarde y mal. En efecto, por razones puramente ideológicas se permitió, al inicio de la pandemia, concentraciones varias con la consiguiente expansión descontrolada del virus, ignorando la “Ley de Forrester” y las advertencias de los clásicos. En efecto, Forrester señaló que en situaciones complejas los esfuerzos de los ignorantes por mejorar las cosas a veces las empeoran, con frecuencia las hacen mucho peores y a menudo calamitosas, en el sentido de Pascal: “una mala idea ejecutada con precipitación”. Por su parte, Ovidio y Cicerón, en contextos muy distintos, expresaron algo muy parecido a lo de Forrester y que Ezequiel Solana versificó cómo sigue:

Por no tapar a tiempo una gotera,
se le hunde al gobierno la casa entera.
Quien las faltas pequeñas no corrige
de invencible pasión luego se aflige

Posteriormente, en un intento desesperado de remediar el mal causado, se decretó el estado de alarma ya mencionado, sin, en su ignorancia, saber que las leyes en sí mismas no combaten las “-demias”, como muy bien lo señaló, con su retranca gallega, Fernández Flores, ya en el siglo pasado, a raíz de la epidemia de la fiebre amarilla que asoló Cuba antes de independizarse. En sus términos: “Contra ella, el gobierno, en la metrópoli, redactó una ley magnífica. La fiebre continuó matando. Se redactaron disposiciones complementarias. La fiebre no cedió y continuó haciendo de las suyas. Más disposiciones, más fiebre. Entonces se envió un cable a La Habana pidiendo confirmación de que las autoridades habían leído las leyes publicadas. Las habían leído y habían elogiado al gobierno español. Solo quedaba una explicación: había malos patriotas que se dejaban atacar por la fiebre para desprestigiar a la patria. Se dictaron contra la fiebre nuevos decretos. La fiebre tuvo un recrudecimiento. La resistencia del mosquito, transmisor de dicha fiebre, tenía todos los caracteres de una insurgencia, y algunos periodistas y científicos sugirieron la idea de que o el mosquito no leía el BOE o estaba en franca rebeldía contra la metrópoli. Esa teoría no llegó a tener estado oficial, porque como es sabido, publicada una ley es imposible pensar que no tenga eficacia porque se oponga a ella un mosquito. Y se siguió lanzando leyes a la cabeza de la fiebre. Y la fiebre impasible... Hasta que llegaron los gringos, que no dictaron ninguna ley, pero sí hicieron una cosa bien sencilla, sin preámbulos ni artículos. Sencillamente fumigaron los mosquitos cortando la transmisión de la fiebre y acabando con la epidemia”. Mutatis mutandis, la historia vuelve a repetirse en España. Y al personal se le miente de forma compulsiva, contumaz, conspicua y consuetudinaria. Y, por último pero no de último, deben usarse más matemáticas para tomar las decisiones idóneas. ¿Cómo?

Usando modelos para predecir cómo se va comportar la pandemia, completándolos con otras aproximaciones, también matemáticas, muy diferentes de los modelos epidemiológicos clásicos, integrándolos, para hacerlos adaptativos con capacidad de aprendizaje. Entre los primeros, puede usarse un mix de los ya existentes SEIR, el del Imperial College. Entre los segundos, se mostraron especialmente acertados en sus predicciones los tres siguientes: El, así llamado, “Argumento Delta”, desarrollado, en 1969, por Gott III, que predijo la caída del muro de Berlín con alta precisión. El conocido como “Argumento del Juicio Final” o la “Catástrofe de Cárter” en honor a su desarrollador Brandon Carter, que predice, para todo el mundo, un mínimo de 60 M de infectados y 3 M de muertes. Y la Ley de Lindy, propuesta en 1969 por Goldman, que se usa con notable éxito para predecir tanto el tiempo que tardará en quebrar una empresa que cotiza en Bolsa, como el tiempo que permanecerá en escena un espectáculo. Y esta es una aportación de quienes esto firman, integrándolos en un sistema de Inteligencia Artificial con aprendizaje, es decir, adaptativo. Los primeros resultados obtenidos son desoladores, pues estableciendo umbrales de confiabilidad estadística del 60 %, la pandemia duraría hasta el otoño de 2021. Siendo más pragmáticos, y buscando valores de ajuste R² para una certeza cercana al 80 %, la pandemia nos acompañará hasta el verano de 2022, y empleando ajustes rayando en la certeza (del 99 %) hasta la primavera de 2023. Y en lo concerniente al número de muertes para España, si antes no se encuentra una vacuna fiable y segura o medicación eficaz contra el virus, este rondaría las 100 mil muertes reales según la modelización actual, parametrizada con las medidas tomadas hasta la fecha.

Bill Gates, a comienzos de año, tras una reunión estratégica multidisciplinar con dos epidemiólogos, un filósofo, un cirujano, dos matemáticos, un jugador de ajedrez y dos informáticos, dedujo que el índice de contagio es el factor clave de esta letal amenaza y expuso: “solo podemos actuar de una manera, que no debería estar alejada del test rápido en un lapso de no más de 48 horas al 100 % de la población de un ecosistema que posteriormente permanezca herméticamente cerrado para cualquiera que no se realice un PCR rápido”. Salve el lector de estas líneas de posicionar a quienes esto escriben alineados con el nostrificador multimillonario, pero en esto puede que no ande desencaminado.