El Principio de Buen Gobierno (III)
Buena Administración y valores.
José Joaquín Jiménez Vacas
Técnico dela Administración General de la Comunidad de Madrid
Preparación de Oposición a Técnico Superior de la Administración Central en el CEF.-
Miembro de la ACEF.- UDIMA
Foto de Stock.xchng
Se preguntaba Albert Camus qué era un rebelde; “…un hombre que dice no”, contestaba. Y hoy día muchos sentimos un poco una necesidad de ser rebeldes en este sentido. “Rebeldes con valores”. Asistimos hoy, en efecto, a demasiados escándalos. Corrupción que debemos soportar además, en tiempos difíciles y complicados.
Vienen a la memoria entonces, unas pocas palabras de Alissa Zinovievna, conocida por el pseudónimo de Ayn Rand: “Cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias, y no por trabajo; y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino que, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare en que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en auto-sacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada”. Un inquietante, provocador y exquisito testimonio, si me lo permitís, que nos convence de luchar por no tener una sociedad condenada, abatida por ese gen de corrupción.
Se dice con frecuencia que las crisis comienzan con un desmoronamiento de los valores sociales. Así ha ocurrido otras veces, durante la caída de los diferentes imperios, tanto el romano, cuanto el otomano o el chino. En un momento donde la crisis de valores parece una constante social, la buena Administración resulta arte del bien hacer en lo atinente a la res pública; y pasa por comprender primero que las instituciones propias del poder constituido se componen de personas con valores que las dirigen y sustentan, y que el Derecho de la Administración ya no debe limitarse a ser una mera regulación de la prerrogativa pública, sino llegar a ser también verdadero “Estatuto de Gobernante y Administrador”.
A gestionar recursos públicos pueden enseñarte; a mandar personas, tienes que aprender
Al ser interrogado sobre ideología, respondí que no la tengo, porque dispongo de biblioteca. No en vano aleccionaba Manuel Azaña, que no hay mejor modo de guardar un secreto que publicar un libro. Así, tirando de bibliografía, leo que en época clásica se decía que político era el hombre de la polis, hombre de la ciudad. Sus virtudes eran las cardinales de la fe cristiana: prudencia, humildad, justicia y equidad, fortaleza y buen juicio. Administrar requería de dominio en la hábil técnica de la comunicación, en su modelo y sentido aristotélico: manejo del ethos (la credibilidad), del pathos (la empatía emocional y racional), y del locos (la lógica). Liderazgo como autoridad, siempre revestida necesariamente de sabiduría y experiencia.
Hoy, ser buen administrador resulta condición necesaria pero no siempre suficiente para ser buen mánager público. A gestionar recursos públicos pueden enseñarte; a mandar personas, tienes que aprender. ¿Cuál es entonces el “aderezo” que cambia el plato?: de nuevo, los valores. El cariño y la humildad puestos en el trabajo bien hecho; la empatía por el equipo; la asertividad, como capacidad de hacerse valer; la habilidad social e imagen que se proyecta; el orgullo sólido de pertenencia a la institución pública a la que se sirve. Son muchos los que han estudiado una o varias carreras, tienen algún máster o curso superior de especialización, o han superado difíciles procesos selectivos de oposición; pero los profesionales más valiosos de una institución, son siempre y por definición, los que transmiten confianza e ilusión. Los que desprenden valores.
Liderazgo público moderno son valores de las personas que dirigen, en el mejor sentido de espíritu de servicio, vocación profesional y perfeccionamiento permanente, eficacia (en el mejor sentido de trabajo bien hecho), y responsabilidad. Valores éstos, que bien podrían considerarse piedra angular sobre la que asentar y regenerar la nueva vida pública que todos deseamos para el futuro próximo.
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