Quo vadis?, Europa: escepticismo, decadencia y utopía

Laberinto azul con estrellas de la Unión Europea, simboliza la complejidad y los retos institucionales y políticos del bloque.

Javier Cabo Salvador
Doctor en Medicina y Cirugía Cardiovascular. Director de la Cátedra de Gestión Sanitaria y Ciencias de la Salud de la UDIMA. Catedrático en Investigación Biomédica de la UCNE. Catedrático de Ingeniería Biomédica de la UCAM. Miembro de la Academia de Ciencias de New York.

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Este artículo de reflexión sobre la Unión Europea (UE) intenta analizar los “errores” cometidos en los inicios de su proyecto de construcción, y valorar su posicionamiento en el entorno geopolítico y estratégico mundial. Un proyecto de UE desarrollado después de la Segunda Guerra Mundial, con base en las políticas democristianas y liberales de aquella época, con la intención de resolver de una forma pacífica las discrepancias y los diferentes intereses económicos existentes (como el caso del acero, entre Francia y Alemania), y obedeciendo a intereses geoestratégicos de Estados Unidos (EE. UU.), el potente aliado americano, inmerso en aquellos momentos en la Guerra Fría con la Unión Soviética.

Desde el plan propuesto por Robert Schuman (ministro de Asuntos Exteriores francés), en su discurso de 1950 (Declaración Schuman), proponiendo la creación de una Europa unida capaz de contribuir a la paz mundial, y posteriormente con el Tratado de Roma de 1957, que contemplaba las bases de la unificación económica europea, en un mercado común sujeto al libre comercio, con la supresión de los aranceles industriales, Europa ha recorrido un largo camino. Pero, tras el “falso sueño” e ilusión de unión y prosperidad europea, que trajo consigo la apertura del muro de Berlín, y la caída del bloque comunista en 1989, el idealismo europeo entró en decadencia, contagiado por políticas populistas y socialistas, desarrolladas tras la crisis financiera de 2008 y la crisis migratoria de 2016, influenciadas por la filosofía woke existente.

La decadencia de Europa es algo tangible, con cada vez menos peso a nivel político, económico y militar en el escenario geopolítico mundial. Estamos inmersos en una era de gran euroescepticismo, y se avecinan tiempos difíciles, donde la soberanía de una UE, con la política y las estructuras actuales, es prácticamente una utopía.

Es necesario replantear las políticas de defensa, economía y energía, y redefinir y limitar el poder de algunas instituciones como la Comisión y el Banco Central Europeo (BCE), devolviendo más poder de decisión a las soberanías nacionales (democratización de las instituciones).

Pero existe un problema. Europa no es un Estado, sino una confederación de 27 Estados (EU-27), donde cada Estado-nación tiene diferentes intereses geopolíticos y estratégicos, y defiende sus propios intereses. Un reciente estudio del Pew Research Center (think tank americano, ubicado en Washington, D.C.) señala como los partidos euroescépticos ocupan en la actualidad el 29 % de los escaños del Parlamento Europeo, la cifra más alta de la historia.

Todo esto se refleja en grandes dificultades para poder gestionar economías muy divergentes dentro de una unión monetaria “frágil”, en la que el BCE desempeña un papel “esencialmente político” y no técnico; y en una Europa carente de parlamentarios fiables, creíbles y preparados en materia de gestión, como lo fueron Jacques Delors y Mario Draghi en su época. Tenemos una UE con ausencia de políticas eficaces capaces de evitar los desequilibrios existentes entre las diferentes economías, dentro de un mercado europeo que no está integrado, y que presenta grandes dificultades para encontrar mercados que absorban su producción. Todo esto, unido con la amenaza de los elevados costes energéticos, la amenaza de China con su creciente poderío económico y militar, y los avances de Estados Unidos hacia una política intervencionista y proteccionista (la imposición reciente de Trump de unas barreras arancelarias inaceptables y desestabilizadoras del mercado, que limitan la expansión del comercio internacional, es un ejemplo).

Este “hacerse” de Europa… está siendo muy lento, con una fase inicial de “construcción” que nació con defectos. Una unión basada solamente en relaciones puramente comerciales, mercantiles y agrícolas, sin participación social, ni política alguna por parte de los Estados-nación involucrados, y sin una política exterior, ni de defensa, ni de justicia o interior común unificada.

Un proyecto de UE, que implica una unión de los Estados-Nación miembros, que nació inicialmente con seis Estados: la República Federal Alemana, Bélgica, Francia (incluyendo a Argelia como parte del imperio colonial francés), Italia, Luxemburgo y los Países Bajos. Países que se unieron constituyendo la Comunidad Europea del Carbón (CECA). Países que posteriormente, en 1957, mediante los Tratados de Roma, fundaron la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom). Países a los que se unieron, en 1973, Reino Unido, Irlanda y Dinamarca; y en 1981 Grecia. Países a los que, en 1985, se adhirieron España y Portugal; seguido de la reunificación alemana (incorporación de Alemania oriental a la Alemania federal), efectuada en el 1990, lo que favoreció las negociaciones entre Francia y Alemania, para el establecimiento del euro como moneda única, que culminó con la firma del Tratado de la UE (Tratado de Maastricht) del año 1992, estableciéndose un año después (1993) el mercado único, haciéndose realidad la libre circulación de mercancías, servicios, personas y capitales por toda la UE. Dos años más tarde, en 1995, se realizó otra ampliación, con la incorporación de Austria, Finlandia y Suecia, seguida sucesivamente por tres nuevas ampliaciones, con la integración, en 2004, de tres antiguas repúblicas soviéticas: Estonia, Letonia y Lituania, cuatro antiguos satélites de la Unión Soviética: Polonia, República Checa, Hungría y Eslovaquia; una antigua república yugoslava (Eslovenia) y dos islas mediterráneas (Chipre y Malta). Posteriormente, en 2007, se realizó la adhesión de Bulgaria y Rumanía, y por último, en 2013, la adhesión de

Croacia; formándose, tras la salida de la UE, primero

de Argelia (tras su independencia de Francia en 1962) y luego de Gran Bretaña (brexit) en el año 2020, la actual UE de los 27 (UE-27).

Uniones de 27 Estados con lenguas, etnias, culturas, religiones y políticas distintas, realizadas sin una consulta y referéndum previo, para preguntar a las diferentes poblaciones acerca de las consideraciones y el parecer de los ciudadanos, en cuanto a la creación de un proyecto común europeo a nivel político, económico y social en el que se iban a ver involucrados.

Un proyecto de UE que nació como concepto “supranacional” (según palabras de sus “padres fundadores”, Robert Schuman y Jeanne Monnet), con la finalidad de evitar futuras guerras potenciales fratricidas, y bajo la premisa del cumplimiento de tres objetivos: un objetivo económico, bajo el influjo y las directrices de los partidos democristianos y liberales, para aportar una solución a las relaciones conflictivas, y en muchos casos bélicas entre los diferentes Estados, y evitar nuevas guerras en Europa (reparto y redistribución de fuerzas); resolver las divergencias económicas existentes entre el norte y sur de Europa; y por otro lado, un objetivo geopolítico estratégico. Objetivo este último demandado por los americanos (EE. UU.), como “tributo”, por su participación y decisiva contribución en la finalización de la guerra, ofertando su proteccionismo a los Estados europeos, creando un sistema de seguridad y defensa (nacimiento de la OTAN) para la defensa conjunta, ante el potencial ataque antidemocrático y antiliberal que suponía para EE. UU. y Europa el bloque comunista de la Unión Soviética. Todo ello, a pesar de las reticencias de Francia (Charles de Gaulle), que quería desarrollar un ejército propio europeo. En 1951 los dirigentes democristianos franceses crearon la Comunidad Europea de Defensa (CED), como base de un futuro ejercito europeo, ejercito en la actualidad todavía inexistente.

Proyecto de UE que, sin una identidad social, ni política, pretende lograr una redistribución pacífica de las relaciones de fuerza entre las naciones europeas y colaborar en la estrategia estadounidense (deuda de guerra), formando un bloque económico liberal capitalista frente al comunismo de la Unión Soviética. Utopía de una UE compacta, y unida, ya que, desde sus orígenes, no existe una identidad europea común. Proceso de formación y construcción (todavía inacabada) de una UE que ha ido cambiando su forma estructural. Inicialmente nació para ser gobernada bajo el concepto y organización de un “federalismo económico”, un federalismo llamado “delegado” (no democrático), bajo un programa keynesiano de relanzamiento económico,

para a partir del año 83, bajo la dirección del eje franco-alemán (François Mitterrand y Helmut Kohl) apostar por una globalización neoliberal de carácter normativo, con un excesivo poder tecnocrático, “liberalismo fundamentalista” (Comisión Europea liderada por Durão Barroso); con una política agraria común (PAC); con el euro como moneda única desde el año 2000 (Tratado de Maastrich) y con un BCE (con influencias solo parciales a través del Bundesbank).

A partir de este momento, los Estados miembros se someten a las normas, tratados constitutivos e instrumentos normativos (directivas y reglamentos) de aplicación obligatoria, impuestas por la maquinaria técnico-jurídica “elefantiásica” de la Comisión de Bruselas, una macroburocracia que transforma los Estados miembros en simples territorios de una “organización supranacional” dentro de un federalismo económico, (que no está sujeto a ningún control de legalidad externo o democrático), y sin existencia de un “federalismo político” paralelo, creando el inicio de la decadencia a nivel político y social en la UE, que conlleva múltiples discrepancias e irregularidades (faltas de acuerdo en los repartos y cuotas de acogida de inmigrantes, o el paquete de represalias contra Rusia por su invasión a Ucrania, por ejemplo).

Otro de los problemas en el proceso de creación es la ausencia de “sensación de pertenencia” y la falta de “identidad europea” de sus ciudadanos, con la sensación añadida de “ausencia de arraigo”. Los Estados miembros (a diferencia del federalismo de Estados Unidos, suizo, canadiense o alemán) no comparten una estructura comunitaria, ni tienen historia, ni lengua común, ni sentido y cultura de patria común (ejemplo lo tenemos con la oposición, por parte del Tribunal Constitucional alemán, a las decisiones del BCE). La UE es una simple “federación comercial”, una alianza de diferentes Estados, con un Parlamento Europeo desprovisto de poder soberano legislativo, que está en manos del nefasto poder del sistema normativo de la Comisión Europea.

¿Hacia dónde va la UE? Al no existir una clara identidad nacional, los dos escenarios teóricos más factibles serían: caminar hacia una centralización del poder en manos de un solo Estado (algo totalmente impensable e inviable, por razones históricas, y que originaría una brutal involución nacionalista); o hacia una “confederación”, una asociación de Estados (algo complejo, peligroso y delicado, ya que requeriría la elaboración de referéndums constitucionales en los diferentes Estados, con el riesgo de múltiples nuevos brexits).

¿Cuál puede ser el escenario final? Imprevisible, existiendo una gran incertidumbre al respecto. Un escenario alternativo podría ser un federalismo democrático de las instituciones europeas.

Pero, tenemos un problema: ¿Quien dirige realmente Europa ? ¿Qué élites, organismos y grupos de interés multinacionales están detrás del proyecto de la UE? Existen múltiples grupos influyentes de presión: uno de ellos son los llamados “eurogrupos”, empresas, sindicatos y asociaciones dotadas de grandes recursos económicos y con sus propios intereses; por otro lado están las grandes firmas empresariales, entidades financieras y miles de lobbies profesionales dentro del mundo de la consultoría y la auditoría. También están los “agentes diplomáticos” de los países “no miembros” de la UE, que actúan, a pesar de su estado diplomático, como auténticos “grupos de interés” (como la Cámara de Comercio de EE. UU.). También están los propios Estados miembros, que protegen sus propios intereses. Y finalmente tenemos los movimientos asociativos y las ONG de la

llamada “sociedad civil”. Como vemos, detrás del proyecto de creación de la UE existe un número inmenso de lobbies y “grupos de presión”, potenciados por exfuncionarios, que acogidos a las “puertas giratorias” (revolving doors), favorecen el desarrollo y auge de un sistema organizado de “corrupción política garantizada”.

En definitiva, bajo el paraguas, y siguiendo las líneas de un europeísmo y de la creación de una hipotética “Europa posnacional”, ya narrada por Max Weber, hay un inmenso número de funcionarios, con prebendas y sueldos de élite, al servicio de los lobbies, que detentan gran poder e influencias, siendo realmente quienes toman las decisiones dentro del Consejo, el Parlamento, el BCE y el Tribunal de Justicia, con decisiones “secretas” (no transparentes), no tomadas de forma democrática, sino a través de un complejo entramado de influencias y juego de poderes. Fuerzas económicas canalizadas bajo un clima político de “normativa neoliberal”, creado en sus inicios por Francia y Alemania, cumpliendo con los intereses de las grandes compañías, bancos y lobbies, tanto europeos como mundiales, y todo esto en un escenario humano y social variado y complejo.

La globalización económica, comercial y financiera ha cambiado de manera radical el funcionamiento de las fuerzas productivas, transformando la estructura de las clases sociales. En la actualidad hay un cambio total de la sociedad europea respecto a la existente al inicio, cuando surge el proyecto. En el inicio, el escenario era de progreso social y económico, con desarrollo del Estado del bienestar, seguridad social universal, expansión industrial, fácil empleo, políticas de educación, vivienda, servicios públicos, y derechos sociales ganados a favor de las clases más populares, con ciudadanos, mental y estructuralmente, vinculados a la “pertenencia a la nación, ya por nacimiento o residencia”. La sociedad actual está dominada por un neoliberalismo internacional y una globalización desarrollada a finales del siglo XX, ocasionado en parte por el “Consenso de Washington” entre EE. UU. (Ronald Reagan) y Reino Unido (Margaret Tatcher), con una drástica reducción del déficit presupuestario, y de los gastos sociales, adopción de reformas fiscales favorables para los altos ingresos, liberalización de las inversiones extranjeras, y del comercio exterior, desregulación de los mercados y generalización de las privatizaciones. Esto ha provocado profundos cambios y transformaciones sociales, con “deslocalización” de los capitales, cambios en el sistema productivo, gran paro y claro declive del Estado del bienestar. Estos cambios han provocado la desaparición parcial del tejido productivo europeo, con deslocalización desde los años noventa de las estructuras productivas hacia los países con mano de obra barata (China, India, África, Latinoamérica y determinados países del Este). Esto ha provocado la creación de un nuevo proletariado, una nueva clase obrera foránea que compite con la local y nacional, creando problemas xenófobos, y nacionalismos populares, con enfrentamientos de identidades y culturas, que fomentan el racismo, los populismos, los movimientos fundamentalistas y el integrismo musulmán (ejemplo de ello son los apartheid urbanos de Suecia y Dinamarca).

¿Cuáles son los desafíos más importantes a los que se enfrenta la UE? La UE tiene muchos desafíos. Uno de ellos, a pesar de los Acuerdos de Dublín de los años 90, es la carencia de una política migratoria unificada y coherente. Las políticas migratorias adoptadas se centran en gestionar la libertad de circulación con base en simples intereses y criterios de necesidad laboral, y de mano de obra barata. Está claro que las migraciones hacia Europa seguirán incrementándose, a expensas sobre todo de África, Asia, Latinoamérica y los países del Este, y que ningún Estado de manera aislada va a poder controlarlo. Otro desafío es en materia de refugiados políticos. Se está viendo que no se siguen ni los principios de la Declaración de Ginebra de 1953, ni los Acuerdos de Dublín en política de asilo, con un tratamiento arbitrario y diferente dependiendo de los orígenes (véase el abandono y desastre humanitario con los refugiados sirios de 2015; las discrepancias entre Alemania, Italia y Grecia; y las diferencias de trato entre los procedentes, por ejemplo, de Ucrania (tratamiento de favor), o de los países del África subsahariana o de Oriente Próximo (tratamiento infrahumano).

Otro desafío es la tendencia favorable de la UE a la inclusión e integración de los países del Este (antigua Unión Soviética), en contraste con el desinterés e indiferencia con los países de la franja sur del Mediterráneo, sobre todo a expensas de los Estados miembros con arraigos coloniales (lo que lleva a un proyecto de una construcción eurocentrista de Europa).

Los países del Este son vistos como una oportunidad, mientras que los países del sur, lindantes con la franja del mediterráneo, son considerados una amenaza (países con grandes conflictos bélicos, como el palestino-israelí, la inestabilidad iraquí, las revoluciones de la llamada Primavera Árabe de 2011, la guerra civil en Siria, la destrucción y fragmentación de Libia, y el conflicto en el Magreb, entre el Sahara Occidental –Frente Polisario–, Argelia y Marruecos); y, cómo no, el polvorín conflictivo de Turquía, nación a la vez europea y asiática, y punto clave en una UE que quiera ser estable, a la que la UE le ha denegado su adhesión, a pesar de ser Turquía la vía principal de entrada y tránsito migratorio de Oriente Próximo, el Cáucaso y Bielorrusia, siendo además un miembro preferente de la OTAN.

A pesar de múltiples intentos de establecer una cooperación global, con el objetivo de lograr una estabilidad y un desarrollo mutuo en estas zonas (acuerdo israelí-palestino de 1993, Propuesta de Barcelona de 1995, creación de la Unión para el Mediterráneo en 2008, Política Europea de Vecindad de 2009), todos estos proyectos han acabado en un rotundo fracaso (quizás a la UE no le interese una zona mediterránea integrada, y competitiva comercial y económicamente, para poder dominarla mejor, y por ello solo se logran acuerdos de asociación, creando, por ejemplo, una simple zona de libre comercio exterior (sobre todo a nivel agrícola, como el Euromed). Para la UE, la franja sur del mediterráneo, a pesar de ser una de las zonas más ricas en materia agrícola y energética del continente africano, supone una zona conflictiva carente de democracia, y llena de amenazas migratorias, y de conflictos bélicos, dominada por el islam, con un elevado nivel de conflictividad

sociopolítica potencialmente violenta, existiendo una manifiesta falta de voluntad política para crear un espacio cooperativo, y una ausencia total de una política estratégica a nivel, tanto económico como de integración social. Fracasos que han dado entrada en la geopolítica mediterránea a los países árabes del golfo Pérsico (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos), que no aportan proyectos de desarrollo económico, sino que actúan como simples financiadores (pero que cumplen los objetivos de una clara estrategia político-militar de EE. UU, para tener el control geopolítico de Oriente Próximo); y acuerdos que han sido parte causante del origen en el 2022 de la guerra e invasión rusa en Ucrania.

Se necesita una visión integradora, alejándose de la visión eurocéntrica occidental actual, junto con el desarrollo de proyectos estructurales, más allá de las meras relaciones comerciales. Es necesario lograr una estabilización del Magreb y acabar con los conflictos entre Marruecos y Argelia, propulsando proyectos comunes de desarrollo industrial, de infraestructuras y comercial.

Otro reto que tiene la UE es la estrategia militar de defensa. Actualmente estamos dentro del marco geopolítico de una “nueva Guerra Fría”, con dos grandes bloques: un bloque euroasiático formado por Rusia y China, y otro bloque occidental integrado por Estados Unidos,

los países del norte, Reino Unido, la UE, y la mayoría de los

países del Este que formaban parte de la extinta Unión Soviética, existiendo una tensión continua entre Rusia y Occidente desde la cumbre de la OTAN de Bucarest de 2008, con la petición formal por parte de países fronterizos con Rusia, como Georgia y Ucrania, de su adhesión a la Alianza Atlántica, y la posterior reacción de Rusia, primero con la invasión en el 2014 de Crimea y posteriormente con la invasión en el 2022 de Ucrania. Se ha puesto de manifiesto la debilidad en materia de defensa de la UE, y la gran vulnerabilidad existente ante un ataque ruso, sobre todo en países limítrofes con Rusia, como Suecia, Finlandia, Letonia y Polonia. La estrategia militar de la UE es muy débil. De los 27 Estados miembros, Francia es el único con armamento nuclear. Adicionalmente a la pertenencia a la OTAN, la UE necesita dotarse de un ejército autónomo para poder defenderse de cualquier invasión por medios propios. Es necesario incrementar el porcentaje del PIB dedicado a armamento y defensa de cada Estado miembro. La postura de Alemania es de una integración completa de la defensa europea en el seno de la OTAN, y la de Francia es desarrollar un sistema de defensa basada en la interoperabilidad de los ejércitos de los diferentes Estados miembros, como paso previo a la creación de un ejército autónomo europeo. Sin un sistema de defensa común y un ejército propio, la política exterior europea está condenada al fracaso.

Al igual que Mario Draghi (expresidente del BCE, de Italia y exbanquero de Goldman Sachs), gracias a no respetar las normas establecidas del Pacto de Estabilidad, dictado por la Comisión, y dando apoyo financiero a los países pobres de la zona euro, salvó en el 2014 el euro, sería necesario que la UE revisase todos los tratados concernientes al principio establecido de la llamada “competencia libre y no falseada”, y replantear el tema político del modelo productivo y la llamada “transición ecológica”, única manera de frenar el euroescepticismo. Se necesitan referéndums comunitarios democráticos (no manipulados por los lobbies y financiados por la Comisión Europea). Hay que replantear la postura antidemocrática existente del “voto por mayoría cualificada”, dando igualdad de valor al voto de los diferentes Estados miembros. Hay que llegar a acuerdos en materia de soberanía de la UE y de su autonomía en defensa. Acuerdos en materia de inmigración y refugiados, en materia del mercado agrícola y de la politizada transición energética. Hay que revisar los pactos de estabilidad, el papel del BCE, la “mutualización de la deuda”, la libre circulación de capitales, y, cómo no, el futuro real del euro. Hay que invertir en una política fuerte y agresiva en investigación y desarrollo, y en grandes proyectos industriales, sobre todo en sectores claves de futuro, como la sanidad, la inteligencia artificial, la seguridad, la industria armamentística y el ciberespacio. Se necesita una UE fuerte y unida, tanto en materia de política exterior como en defensa. Si queremos avanzar en una UE fuerte, unida y sólida, hay que “crear una entidad europea” y poner a los ciudadanos, y no a los intereses políticos y comerciales, en el eje central del proyecto europeo.

Como escribió Albert Camus en 1944 a un amigo suyo alemán: “Europa tendrá todavía que hacerse… Aun está por hacerse….”.  

“Europa no se construirá de una vez, ni según un plan único. Se construirá con logros concretos que, en primer lugar,

creen una solidaridad de facto”

Robert Schuman

(9 de mayo de 1950)