Resiliencia profesional
Miriam Ortiz de Zárate y José Manuel Sánchez
Socios-directores del Centro de Estudios del Coaching
Gesinek. Rgbstock
Si para algo han servido los años de crisis ha sido para comprobar el nivel de resiliencia de los profesionales españoles. Y es que, si aceptamos que la resiliencia es la capacidad de afrontar de manera natural las situaciones adversas y los eventos traumáticos, entonces se puede afirmar que la tienen por las nubes.
No se trata de insistir en las penalidades que la economía española nos ha infringido a todos durante estos años, ni tampoco de congratularnos por lo bien que las hemos soportado y superado. Cada cual lo ha hecho como ha podido o sabido. Pero sí es cierto que la capacidad de resiliencia es una cualidad muy valiosa en cualquier contexto de la vida, incluido el laboral y empresarial. Y que estar sometido a condiciones desfavorables ayuda a desarrollarla.
Últimamente los psicólogos preferimos hablar más de “procesos resilientes” que de resiliencia. Una de las características de estos procesos es que las personas que los atraviesan experimentan una especie de ‘descubrimiento’, a través del cual se dan cuenta de que tienen más fuerza y más recursos de los que pensaban. Una situación adversa desafía los límites de la persona que la experimenta, que se ve expulsada de su zona de confort y empujada a tomar decisiones más arriesgadas. Y es en ese terreno escurridizo y sin asideros donde suelen ofrecer su mejor versión.
El ámbito laboral es uno de los que con mayor frecuencia pone a prueba la resiliencia. Vivimos en un mundo en permanente cambio, más veloz y más interconectado. La necesidad de trabajar muchas horas, bajo presión y con la amenaza de un posible despido en el horizonte ha sido la realidad de muchos profesionales durante estos años de dificultades. De alguna manera, “se han acostumbrado” a vivir sobre el alambre. Una situación que unas personas sobrellevan mejor que otras, y que cuanto más se prolonga en el tiempo, más fortalece su resiliencia.
Los perfiles resilientes demuestran capacidad para hacer equipo y alinear a las personas de su entorno hacia objetivos comunes
La neurociencia ha demostrado que las personas más resilientes tienen más equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés y soportan mejor la presión. Otras de sus características son que demuestran buenos niveles de tolerancia a la frustración, alta autoestima, buenas capacidades relacionales, autodisciplina, sentido de la responsabilidad, interés por aprender y mucha inteligencia emocional.
Sin duda, se trata de un paquete de virtudes que serán de gran utilidad también en situaciones menos dramáticas. De hecho, las personas resilientes son una buena base para empezar la reconstrucción, una vez pasado el temporal. No olvidemos que estos perfiles han demostrado sobradamente su capacidad para hacer equipo y alinear a las personas de su entorno hacia objetivos comunes. Y si han sabido hacer piña ante la adversidad, es razonable pensar que también sabrán hacerla con el horizonte más despejado. ¿Quién mejor que ellos para tomar el timón de la organización también cuando cesa el oleaje? Los buenos líderes suelen ser personas resilientes.
Otro motivo para sacar a los resilientes de la zona de guerra permanente es que, por mucho que hayan demostrado su dureza, también son seres de carne y hueso, y que el hecho de que estén acostumbrados a desafiar sus propios límites no quiere decir que no los tengan. Tensar demasiado la cuerda cuando no es estrictamente necesario es una mala idea. Tanto si son sus jefes los que, confiando en la infinita capacidad de superación de sus subordinados, les arrastran permanentemente por los caminos de la máxima exigencia; como si son ellos mismos, los propios resilientes, quienes llegan a pensar que son indestructibles y asumen que sólo encontrarán realización por el camino del dolor.