Singapur, el parque temático del dinero

Viajes

Javier Agudo
Miembro de la ACEF.- UDIMA

Singapur, el parque temático del dinero
Foto de Dreamstime. Badzmanaois

Hermes, Mont Blanc, Paul & Shark, Bvlgari. En cada uno de los tres inmensos halls del aeropuerto de Changi, Singapur, se apiñan decenas de tiendas en las que el precio medio de los productos alcanza los cuatro dígitos. En los espacios de espera puedes ver la TV, pantallas planas de última generación, mientras tu sofá te realiza un masaje en los pies. O puedes darte una ducha. O ir al spa. O hacer unos largos en la piscina. Empiezas a pensar que lo que habías oído acerca de la prosperidad de esta pequeña ciudad-Estado-paraísofiscal no es una exageración, que has aterrizado en el delirio lisérgico de un Rockefeller oriental. Sin embargo, Singapur es mucho más que eso. Es un lugar en el que el bienestar económico se refleja en el último centímetro cuadrado del último parque del último barrio. Un territorio diminuto que crece con ritmo fuerte y una meticulosidad casi enfermiza. Un espacio en el que todo está medido y controlado para alcanzar unos niveles de pulcritud que rayan en lo obsesivo, pero que acabas deseando para tu ciudad. Ejemplo: en los urinarios del mismo Changi, una pantalla táctil con unas caritas sonrientes y otras caritas tristes te conmina a evaluar la limpieza (una vez te has lavado las manos, evidentemente).

La principal amenaza de quebrar el encanto aparece según cruzas la puerta del aeropuerto y te asomas a la calle: 28ºC con un 85% de humedad. Ese clima es el infierno en la Tierra. Además, esos números son constantes durante todo el año y la desagradable sensación sólo la rompen los chaparrones, que refrescan ligeramente el ambiente. Lo peor del calor no es el calor en sí, sino las terribles consecuencias indumentarias: mantener un mínimo de dignidad es imposible, no queda más que resignarse a un sempiterno pantalón corto (que muestra tus pantorrillas lechosas y peludas) y, en algunos extremos, a las sandalias. Sin embargo, no tardas en reconciliarte con el panorama. Incluso algo tan trivial como el desplazamiento en autobús desde el aeropuerto a la ciudad puede resultar fascinante en Singapur. La autopista se convierte en una frondosa vereda gracias a los inmensos árboles tropicales plantados en la mediana y en los arcenes (sobre plataformas continuas, no hay riesgo de estamparse contra ellos). El paisaje en el que desemboca la carretera es la ciudad, gigantesca y dominada por decenas de rascacielos, 49 de ellos por encima de los 140 metros. A uno, que piensa que es un hombre de mundo pero ha salido más bien poco de la Meseta, estas cosas le llaman mucho la atención.

Conocedores de su papel geográfico de enlace en la región, no se han conformado con ser un lugar de tránsito, sino que apuestan por una inversión sostenida que convierta ese flujo de pasajeros en visitantes

Una vez allí, Singapur es una ciudad en la que lo último que hay que hacer es quedarse en el hotel. O no, en función del dinero que manejes. Porque en el famoso Marina Bay Sands, un complejo de tres mega-torres coronadas por una descomunal plataforma que las conecta, tienen hotel, casino, una piscina en la azotea a 200 metros de altura, vistas panorámicas, centros comerciales, restaurantes y discotecas. Diversión asegurada, vaya. Si tu VISA lo soporta.

Para viajeros más inquietos, existen muchas y variadas atracciones. Singapur combina con naturalidad en sus calles conceptos urbanísticos muy alejados entre sí. En una ciudad literalmente plagada de ostentosos centros comerciales, puedes encontrar un barrio chino dedicado a las falsificaciones más estrafalarias. De hecho, esos dos extremos son unos de sus mayores atractivos. Orchard Road es la avenida en la que se encuentran esos locales y tiendas dedicados al lujo sin límite. No muy lejos, Chinatown es un frenético mercadillo en el que se puede comprar de todo, tanto original como de imitación. Seguramente, más de lo segundo. Otro barrio célebre y altamente recomendable es Little India, la barriada hindú. Es un lugar caótico y atractivo, formado por casas bajas pintadas de colores llamativos que esconden tiendas de tela y sastrerías, además de templos más o menos cuidados. En los puestos callejeros se pueden adquirir frutas, flores, especias y todos los picantes imaginables, así como tallas y muebles.

Una atracción por la que los locales tienen especial predilección es la isla de Sentosa. Se encuentra en el extremo sur y se llega por carretera, teleférico o tren. Se trata de una isla que ofrece esparcimiento playero pero con un ambiente un poco más sosegado del que estamos acostumbrados en nuestras costas. Amantes del balconing, abstenerse. La isla combina varias playas con un interior ajardinado, un pequeño parque de atracciones y varias terrazas de madera junto al mar en las que tomar una cerveza mientras se ve el saturado tráfico marítimo que espera permiso para acceder al puerto, uno de los pilares de la riqueza del país.

Singapur, el parque temático del dinero
Foto de Stock.xchng

Mención aparte merece la gastronomía. No se puede hablar de una cocina típica de Singapur, sino de una mezcla salvaje de influencias asiáticas, en especial del sudeste, que se manifiestan en mayor o menor medida en función del barrio en el que se esté comiendo. Aunque Singapur cuenta con miles de restaurantes de alta calidad, elegantes y caros, lo realmente interesante es comer en los food courts. Estos courts son grandes corralas que reúnen muchos puestos de comida y disponen de mesas para que puedas sentarte a comer lo que hayas comprado. En ellos puedes encontrar, por muy poco dinero, algunas preparaciones simplemente maravillosas. Panceta melosa pero crujiente, patos asados enteros, pescados crujientes, sopas de cangrejo, arroces especiados, salsas intensas de frutos secos… el nirvana para los amantes de la cocina oriental. Según el barrio, la comida varía de estilo, aunque la calidad general es alta. La recomendación: los mejores puestos son los que tienen más cola.

Para la vida nocturna, la oferta es amplísima y variada, con la única tónica de los elevados precios. La carga impositiva al alcohol hace que tomarse una cerveza en un sitio normalito no baje de los seis euros En los miradores populares, el precio llega a doblarse. Las copas y cócteles, a partir de 15 euros. Sin embargo, hay que hacer un pequeño sacrificio económico (o pedir agua), porque hay algunos lugares que merecen realmente la pena por la noche. Como el hotel Raffles, uno de los tres rascacielos más altos de Singapur con 280 metros, que tiene un bar-discoteca bastante concurrido en el piso anterior a la azotea, y una magnífica vista nocturna de la ciudad y el océano.

Singapur es, en definitiva, un país que parece seguir el dictado de un proyecto serio, pensado para construir algo sólido con la riqueza que fluye por sus bancos. Su brillo no es ostentación vacía sino una forma de canalizar su crecimiento. Conocedores de su papel geográfico de enlace en la región, no se han conformado con ser un lugar de tránsito, sino que apuestan por una inversión sostenida que convierta ese flujo de pasajeros en visitantes. De momento, parece que lo están consiguiendo: de 2006 a 2010 el número de turistas creció en 2,5 millones. Y seguro que casi todos ellos disfrutaron de la visita.

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