Sobrevivir a las navidades
Miriam Ortiz de Zárate
Socia directora del Centro de Estudios del Coaching (CEC)
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Ya están aquí las navidades, esas fechas en las que todos tenemos que mostrarnos felices, amables, ilusionados, plenos de paz y armonía, lo cual no siempre es tan fácil, porque muchos afrontan estas fechas con tensión ante la perspectiva de determinados encuentros, tristeza y nostalgia por el pasado, sensación de soledad o estados de duelo por la pérdida de seres queridos. Para estas personas, el ambiente general, tan festivo y optimista, parece amplificar sus propias emociones.
Por eso decimos que las navidades son para muchos como arenas movedizas llenas de peligros. Mejor que pasen rápido. A más de uno le pesan como una losa las obligaciones que comportan estas fechas, los atascos monumentales, las aglomeraciones en los centros comerciales, las compras de última hora, los villancicos… Y también el reencuentro con parientes a los que hace tiempo que no vemos, todos reunidos bajo un mismo techo y al cobijo del árbol navideño, con la sensación de que cualquier comentario puede encender la chispa que nos agüe la fiesta. A pesar de que estamos en unas fechas en las que se supone que la fraternidad debería llenar nuestros corazones, las viejas rencillas, los enconos latentes saltan con una facilidad pasmosa, provocando conflictos a diestro y siniestro.
Desde mi punto de vista, cada uno de nosotros podemos elegir cómo queremos vivir estas fechas. No es tanto lo que nos sucede, lo que nos genera malestar, sino más bien nuestra interpretación de lo que nos sucede. Si abordamos estas fechas diciéndonos: “odio las navidades, no me gusta nada esto o aquello”, será nuestro propio pensamiento el que acabará nublando toda la experiencia y las emociones que surgirán (enfado, tensión, malestar, etc.), estarán en sintonía con nuestros pensamientos.
Así que tenemos dos opciones: podemos elegir pelearnos con las navidades y vivirlas con amargura o podemos elegir disfrutarlas con plenitud, utilizando nuestros recursos, que son muchos, para generar aquello que más deseamos: espacios de encuentro con seres queridos, de alegría y celebración con amigos y familiares, de solidaridad con personas que en estas fechas están más necesitadas, o también de intimidad y recogimiento con nosotros mismos para reflexionar y hacer balance… cada uno según sus necesidades, sus intereses o su momento vital.
Podemos elegir pelearnos con las navidades y vivirlas con amargura o podemos elegir disfrutarlas con plenitud, utilizando nuestros recursos
El primer paso es hacernos responsables. Podemos preguntarnos: ¿Cómo quiero, realmente, vivir estas fechas?, y actuar en consecuencia. Los seres humanos tenemos la capacidad de actuar sobre nuestra mente, fundamentalmente en dos direcciones: por una parte, podemos tomar conciencia de nuestros pensamientos e interrumpir nuestro discurso mental cuando nos hace daño y, por otra, podemos favorecer y cultivar pensamientos que nos benefician y nos favorecen. Ambas estrategias pueden sernos muy útiles a la hora de vivir estas fechas con más plenitud.
La mejor manera de interrumpir el proceso mental es dirigir nuestra atención en otra dirección Hay muchas maneras de interrumpir el proceso de pensamiento y cada uno puede buscar la que mejor le sirve: cantar, leer, bailar, meditar, estar con gente, reír, jugar con niños, respirar, estar en contacto con la naturaleza, ayudar a otras personas, practicar algún deporte, cocinar… Todas estas actividades y muchas otras que se nos pueden ocurrir tienen algo en común y es que en todas ellas nuestra mente se enfoca en lo que estamos haciendo, en el presente, en el aquí y ahora, poniendo atención en lo que está ocurriendo, en la percepción de los sentidos. Con este tipo de actividades, el ruido mental se desactiva y aparecen de manera muy simple y genuina momentos mágicos, de intensa calma y serenidad, que nos ayudarán a sentirnos mucho mejor. Cuanto más practiquemos nuestra presencia en el aquí y ahora, más fácil nos resultará frenar el proceso mental de los pensamientos negativos, cuando más lo necesitemos.
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La segunda estrategia, decíamos, consiste en favorecer y construir pensamientos positivos, que nos benefician. Se trata de “introducir” en nuestra mente pensamientos que nos darán fuerza, serenidad, calma, alegría… o cualquier emoción que deseemos generar. Veamos algunos ejemplos:
Yo confío. Muchas veces nuestra mente nos traiciona con pensamientos amenazantes. Los famosos ¿Y si…? ¿Y si no llego a tiempo…? ¿Y si ocurre lo peor…? ¿Y si me dice que no…? Este tipo de pensamientos negativos activa los circuitos hormonales del cortisol y dispara el miedo (además de una serie de respuestas fisiológicas que generan estrés, tensión arterial, problemas digestivos y un largo etcétera). Un buen antídoto puede ser respirar de manera pausada y profunda, al mismo tiempo que nos decimos. Todo está bien. Confío. El cuerpo recibe un mensaje de tranquilidad que interrumpe el proceso del cortisol y esto tiene un impacto inmediato en nuestro estado emocional.
Tengo que. No sé si te has parado alguna vez a observar cómo te hablas a ti mismo; peor todas las frases que arrancan con tengo, que están cargadas de exigencia, lo cual supone más estrés. Prueba a decirte: elijo, quiero, voy a… Este simple cambio puede hacer una gran diferencia.
Interpretaciones. Cada vez que hagas una interpretación sobre lo que los demás pretenden, piensan o sienten, párate un momento a reflexionar, ¿cómo lo sabes? ¿En qué te basas para llegar a esas conclusiones? ¿Y si no fuera como tú crees? Cuántas veces interpretamos que el otro actúa “por maldad”, “para hacer daño”, “porque es un egoísta…” Todos estos juicios, a quién más daño hacen, es a nosotros mismos. En el mismo instante en el que los formulamos, nos llenamos de rabia, de frustración, de deseos de venganza. ¿Y si esa persona fuera tan vulnerable como el que más?, ¿Qué podrá estar necesitando?, ¿Y si tuviera alguna dificultad?, ¿Y si no supiera hacerlo mejor? Abrir un espacio a la duda es suficiente para modificar nuestra atmósfera emocional de manera muy significativa.
Gracias. Prueba a cultivar la gratitud, no solo como expresión formal y educada, sino como emoción, intenta sentirla cada mañana, cada vez que te detengas un momento y mires a tu alrededor. La gratitud es una emoción muy poderosa que tiene la capacidad de transformar profundamente nuestra mirada.
Además de trabajar en el plano de los pensamientos y las emociones, también podemos actuar en el plano de las acciones. En este nivel, la principal herramienta que tenemos es la acción consciente. La mayoría de las respuestas que damos son reacciones automáticas, que no controlamos, a no ser que pongamos toda la atención en apagar ese piloto automático que todos llevamos encendido. Con el piloto automático activado, reaccionamos ante la provocación de la suegra, por ejemplo, contestando con ironía o quizás mordiéndonos la lengua y sintiéndonos fatal por dentro o incluso pegando un portazo y marchándonos de la reunión diciéndonos que nunca más volveremos a pisar esa casa. Apagar el piloto automático significa no reaccionar, sino más bien accionar. Es como establecer un espacio entre el estímulo y la respuesta en el que poder elegir de manera consciente la más adecuada, no la que siempre utilizamos, sino la más conveniente, en función de la situación que estemos viviendo. Desde esta perspectiva, la persona que nunca pone límites puede apagar su automatismo y empezar a decir que no o a cuidar sus intereses, mientras que la persona que siempre confronta puede comprometerse a escuchar más y a tener más en cuenta las opiniones de los demás.
Estas navidades podemos elegir no engancharnos a la primera provocación y también podemos revisar qué es para nosotros una provocación. Podemos decidir estar más abiertos, más empáticos, más comprensivos, más serenos; podemos hacernos responsables de nuestro estado emocional y decidir qué es lo que vamos a aportar a ese encuentro para que sea todo un éxito.
Cada uno podrá buscar su mejor manera de provocar situaciones que favorezcan las sensaciones positivas. Para unos será a través de los niños, sin duda, los grandes protagonistas de estas fiestas. Estar rodeado de los más pequeños de la familia suele despertar ternura en muchas personas, además de servirles de espejo en el que mirarse. También habrá quien encuentre la alegría en la práctica de determinadas actividades. Habrá quien busque el jaleo y la velocidad de las reuniones con los amigos, quien encuentre su fórmula del éxito navideño en la pura diversión y en la alegría de compartir momentos preciosos. Y habrá quien prefiera el sosiego y la actividad de la ausencia de actividad. La pausa en el calendario que suponen las navidades es una espléndida oportunidad para parar un momento, para detenerse a respirar y encontrarnos con nosotros mismos. Y ese es uno de los mejores regalos que pueden traernos los Reyes Magos.