La otra Universidad de Salamanca, la Pontificia
Jorge Rejón Díez
Máster en Edición por la UCM.
Ocio y cultura
Si por algo es conocida la ciudad del Tormes es sin duda por su universidad, decana de las universidades españolas y auténtica alma máter de la ciudad charra. Pero esta gloria universitaria no es exclusiva de su famosa universidad, pues hay otra institución en Salamanca, heredera de aquella, que contribuye también al prestigio de la ciudad: la Universidad Pontificia.
Para establecer las coordenadas de la Universidad Pontificia de Salamanca es necesario conocer primero la historia de la propia Universidad de Salamanca. Creada esta por Alfonso IX de León en 1218, y confirmada como Estudio General por el papa Alejandro IV en 1255, la universidad salmantina constituirá la facultad de Teología en el siglo siguiente, que alcanzará, junto con la de Cánones, un gran auge en los siglos XVI y XVII.
Llegado el siglo XIX, los gobiernos liberales, junto con las desamortizaciones de los bienes eclesiásticos, hicieron que los estudios de Teología y Derecho Canónico fueran excluidos definitivamente de las universidades españolas en 1852, con lo que la universidad de Salamanca perdía sus facultades eclesiásticas. Será en 1940 cuando el papa Pío XII restaure esas dos facultades en la ciudad creando para ello una nueva universidad, a la que le conferirá la categoría de universidad pontificia. Nace así la Universidad Pontificia de Salamanca, constituyendo las facultades de Teología y Derecho Canónico el núcleo y puesto central de la institución.
Poco a poco se irán añadiendo nuevas carreras, como Filosofía, Educación, Psicología, Ciencias de la Información, Informática, Ciencias de la Salud o Ciencias del Seguro, y será en los años setenta cuando se definan su organización y estructura actuales, convirtiéndose desde entonces en una universidad perteneciente a la Conferencia Episcopal Española.
La Clerecía
Hablar de la Universidad Pontificia es hacerlo también de su magnífica sede, el Colegio Real de la Compañía de Jesús, más conocido por todo el mundo como La Clerecía. El edificio está considerado uno de los más bellos y grandiosos exponentes de la arquitectura barroca patria. Fue iniciado bajo el auspicio del rey Felipe III, y más concretamente por el expreso deseo de su esposa, la reina Margarita de Austria, que agradecía así la importante misión evangelizadora desarrollada por los jesuitas en todo el mundo.
Tras la expulsión de los jesuitas de España, decretada por Carlos III en 1767, se entregó el edificio a la Real Clerecía de San Marcos (de ahí el nombre por el que hoy es conocido), una congregación religiosa de gran peso específico en la ciudad. Esta, posteriormente, cedió el edificio (salvo el templo) a la diócesis de Salamanca, la cual instaló en él el Seminario de San Carlos. Cuando se cree la Universidad Pontificia en 1940 la diócesis hará entrega del edificio para su uso como sede universitaria.
La primera piedra del edificio se colocó el 12 de noviembre de 1617, finalizándose la construcción en 1754. El diseño original de los planos fue obra de Juan Gómez de Mora, uno de nuestros más afamados arquitectos del Siglo de Oro, que a su vez dirigió las obras durante 27 años. El carácter barroco del edificio, no obstante, se debió a la impronta de Andrés García de Quiñones ya en el siglo XVIII, que al mismo tiempo se encargaba de las obras de la plaza Mayor salmantina.
Aparte de la iglesia del Espíritu Santo, con la estructura típica de los templos jesuíticos, sin capillas laterales ni espacios cerrados y sin coro (aunque se añadió posteriormente en el siglo XX), y de su magnífica fachada en tres cuerpos con sus dos esbeltas torres, sin duda la parte más destacada del conjunto es el patio barroco o Claustro de los Estudios, que está considerado una de las creaciones más perfectas del barroco de todo el espectro europeo gracias al vigor y grandiosidad del conjunto y al refinamiento y riqueza de detalles. El claustro se organiza mediante columnas de orden compuesto gigantes que abarcan los dos pisos, aportando al conjunto una gran monumentalidad.
Y todo ello, al igual que el resto del edificio, tanto en su estructura externa como interior, construido con la característica piedra arenisca de Villamayor, erigida en seña de identidad de los edificios salmantinos más ilustres.