Usuhaia, fin del mundo, principio de todo"
Viajes
Javier de la Nava
Profesor del CEF.
”Los viajeros auténticos son aquellos que parten por el simple hecho de partir; corazones alados, semejantes a globos. De su fatalidad jamás se apartan, y, sin saber por qué, siempre dicen ¡Vamos!” (Baudelaire).
Hay nombres cuya sola mención nos traen a la cabeza aventuras y hombres intrépidos. Uno de ellos es Ushuaia. Capital de la provincia argentina de Tierra del Fuego, donde confluyen y maridan la Patagonia Andina con la Patagonia Atlántica, es la ciudad más austral del mundo. A las puertas de la Antártida, alberga una particular cosmovisión del “fin del mundo", sirva como ejemplo el faro San Juan del Salvamento, en la Isla de los Estados, citado por Julio Verne en 20.000 leguas de viaje submarino. En idioma yamán, tribu aborigen de Tierra del Fuego, ush significa “al poniente” y wai “bahía”. A más de 3.000 kilómetros de Buenos Aires, esta “bahía que penetra en el poniente”, a los pies de las últimas estibaciones de la cordillera de los Andes, se abre al mar rodeada de montes coronados de nieves perpetuas, consecuencia del clima subpolar: temperaturas frías todo el año y escasa oscilación térmica, con nevadas en pleno verano austral. En el mismo día, para sorpresa del viajero, se dan las cuatro estaciones del año: suave temperatura primaveral, caluroso sol, aguaceros otoñales e invernales nevadas. “Nuestro clima es muy recambiante” dicen los locales. Pero la característica principal son los fuertes vientos procedentes del Océano Pacífico, al oeste. Por encima de los 100 kilómetros por hora, azotan la región de forma constante provocando que los árboles de los bosques magallánicos que circundan la ciudad, crezcan inclinados, son los "árboles-bandera".
Vivir aquí evoca los desafíos de quienes decenios atrás llegaron a estas tierras o navegaron estos inhóspitos mares
Selknam, Haush, Yámanas y Kawésqar, nómadas y cazadores, habitaban estas tierras inhóspitas, cuando el 18 de enero de 1869 el gobierno argentino autorizó a Waite Stirling y Thomas Bridges, pastores anglicanos, a construir una misión, la Hacienda Harberton, distante 40 kilómetros de la actual villa de Ushuaia. Hoy está regida por un afable bisnieto del pastor Bridges, con quien se puede conversar en un comedor plagado de recuerdos y fotografías, tomando un té caliente con alfajores. A través del ventanal se contempla a los castores construir sus diques-albergue, bajo los últimos rayos del atardecer. Quienes desean conocer la etnografía de estos remotos parajes visitan esta privilegiada ubicación natural. Entonces, los hombres se dedicaban a cazar guanacos, zorros, lobos marinos y diversas aves, usando hondas y flechas con punta de piedra. Las mujeres recolectaban productos del mar, en especial moluscos, y se ocupaban del hábitat, armazón de ramas en forma cónica cubierto con pieles, cortavientos para proteger una gran fogata encendida en su interior. Todos vestían pieles de guanaco sujetas al hombro izquierdo.
El 12 de octubre de 1884, el comodoro Augusto Lasserre, para reafirmar la soberanía argentina de la región, creó la subprefectura del Canal de Beagle. El acta constituye el documento oficial de nacimiento de la ciudad, entonces con apenas 300 habitantes. Años después, mercenarios a sueldo de los estancieros, terratenientes locales, apoyados por las autoridades, exterminaron prácticamente la población autóctona. En esas fechas se construyó un célebre presidio, famoso por sus inhumanas condiciones de vida. Argentina pretendía poblar la provincia más austral del planeta, donde pocos deseaban instalarse voluntariamente. El Gobierno dictó una ley para su colonización y levantó una cárcel, inaugurada en 1899. Este centro marcó el perfil histórico-sociológico de la ciudad. Años después, al comienzo del pasado siglo, llegaron algunas familias procedentes de otros lugares de la República o de otros más alejados: croatas, españoles, libaneses, lituanos y otros diversos. Ushuaia comenzaba a crecer.
La temida cárcel, destruida en 1949 por un violento terremoto de 8,3 grados en la escala Ritcher, contaba con la línea de ferrocarril más austral del mundo, hoy atracción turística, que conducía a los penados desde el presidio a los campos de trabajo situados en la actual ubicación del Parque Nacional Tierra del Fuego. Éste, creado en 1960, a escasos 11 kilómetros de la ciudad, cuenta con 63.000 hectáreas de bosque andino-patagónico. Superficie limítrofe, ha sido objeto de contenciosos con el vecino chileno que en el pasado desembocaron en graves enfrentamientos bélicos. Cruzados por ríos y lagos de origen glacial, se alternan montes y valles. En la costa, las bahías Lapataia y Ensenada ofrecen una impactante belleza. Numerosos senderos permiten estrechar el contacto con la naturaleza, incluso acampar. Predominan los bosques de lenga y guindo, musgos, helechos y extensas turberas multicolores de apariencias fantasmagóricas. Albatros, patos, petreles, nutrias, castores, guanacos y zorros colorados centran la fauna.
En la ciudad, el amanecer es especialmente hermoso contemplado desde el mar, en un pequeño barco que te lleva a navegar por el Canal de Beagle, eso si, estremecidos por un helado viento. La claridad se abre paso entre vaporosas nubes de inmaculada blancura, al romperse contra el filo de la montaña y los tejados, para luego caer, hecha pedazos sobre el mosaico de vivos colores de las casas. Las calles se superponen en desniveles paralelos al mar, cortadas perpendicularmente por otras que parecen nacidas en la bahía y suben hacia la montaña. En esta caprichosa e irregular topografía los tonos suaves de los techos de chapa a dos aguas conviven con los verdes de los bosques de lenga, guindo y ñire, que abrazan y protegen a la villa. Los graznidos ensordecedores de bandadas de alocadas gaviotas arropan un particular olor, mezcla de mar, salitre y brea que se cuela en las narices enrojecidas por el frío. Pegados al muelle, una docena de quioscos ofrecen excursiones a los refugios de lobos marinos y pingüinos. En la retina del viajero queda grabado el cordón montañoso que envuelve la ciudad. Paralelo a la costa, inicia su pendiente a orillas del mar. Amplio arco, gran anfiteatro, con el perfil de los montes Olivia y Cinco Hermanos recortándose en el horizonte. Mar, montañas, bosques y glaciares conforman un paisaje espectacular, cautivante y único. Practicar la pesca deportiva en verano y en invierno el esquí, arrastra hasta aquí a muchos visitantes. En los cerros Castor y Krund hay 15 pistas aptas, con 17 kilómetros esquiables que cuentan con telesillas de tecnología punta.
Atraídos por la naturaleza y la aventura en su máxima expresión, vivir aquí evoca los desafíos de quienes decenios atrás llegaron a estas tierras o navegaron estos inhóspitos mares. En la actualidad 90.000 personas habitan Usuhaia, que exhibe su condición de puerto franco, con varias empresas electrónicas que ofrecen miles de puestos de trabajo. En sus enormes instalaciones portuarias recaban y repostan grandes pesqueros. Los barcos-factoría descargan aquí sus capturas, en repletos contenedores que se transportan hasta el aeropuerto “fueguino” y desde allí hasta cualquier punto del mundo.
Victor Hugo dijo que “Viajar es nacer y vivir en cada momento”, singular sensación muy perceptible en este extremo del planeta. Finis terrae que cautiva por su halo de magia y misterios. La humanidad vivió aquí conmovedoras epopeyas que la mitología indígena y las sugestivas historias del presidio trasladaron al imaginario colectivo. Relatos fronterizos de descubrimiento y colonización que nos presentan un mundo raro, extraño para los que habitamos en la retaguardia del tiempo y del espacio, acostumbrados a avanzar sobre las huellas de los valientes que nos precedieron. Exploradores cuyas costumbres y leyes no se parecen en nada a las nuestras y que nos dejaron una herencia de historias alucinantes, mezcla de mitos, realidades y leyendas en uno de los escenarios más bellos y cautivantes que imaginarse pueda.
Fotografías de Pablo de la Nava