En la cuna del motor
MOTOR
Maximino González Barfaluy
Miembro de la ACEF.- UDIMA
El pasado mes de junio tuve por fin la ocasión de acceder a la que para mí es la cuna del motor en Europa. La fábrica y museo de Mercedes Benz en Stuttgart. Sin duda un viaje que cualquier aficionado a los vehículos debe realizar.
Ya al llegar todo se ve muy arreglado, no como una fábrica oscura y ruidosa, sino más bien como una nave espacial con amplias zonas verdes a los lados. El museo cuenta con ocho plantas, y sin duda yo y mis acompañantes nos disponíamos a verlo al dedillo.
Se comienza pagando una entrada que para nada nos pareció cara, ya que por 10 euros se incluye también una audio guía en castellano, con regalo de colgante incluido. Se accede al museo desde la planta superior a la cual llegamos con un ascensor futurista que curiosamente nos lleva al pasado más remoto. Y es que el museo se basa en una distribución básicamente temporal, desde los modelos primitivos de motores que se instalaron incluso en barcos, hasta los modelo más actuales de principios del siglo XXI.
Además cuenta con salas adyacentes que son más atemporales pero con un denominador común, como lo es la sala de transporte de mercancía o la sala de vehículos para el transporte de pasajeros. En la sala de coches con propietarios famosos no podemos dejar pasar el “papamóvil”, el carismático Mercedes Clase G con el que el papa Juan Pablo II recorrió medio mundo.
Personalmente para mí las mayores joyas se encuentran en las salas de los años 30 a 60, donde uno puede admirar modelos exclusivos como el 300 SL (alas de gaviota) o los inmensos coches de los años 30, con motores descomunales y unos acabados increíbles.
Llegando ya al final del museo, es decir a la primera planta, hay un espectacular diorama con todos los grandes modelos de competición de la marca, desde las auténticas flechas de plata, hasta los últimos F1, pasando por camiones de competición o superturismos de la DTM o 24 horas de Le Mans.
Sin duda una visita ideal para disfrutar de todos y cada uno de los detalles de los coches y demás vehículos que desde pequeños hemos admirado, que cómo no, termina en la tienda oficial y prohibitiva del museo, donde en algunas y solo en algunas ocasiones uno puede llevarse una réplica de uno de los expuestos.
Pero como todo nos sabía a pasado y ya que estábamos en una ciudad tan especial para los coches, no pudimos más que darnos un baño de modernidad en el concesionario que tiene adosado el museo. Sin duda serán otras las carteras que puedan permitirse dichas monturas, pero uno lo disfruta como un niño en un escaparate de juguetes.
Una vez empachados de la estrella de Mercedes, decidimos dar un salto a algo más genérico, más multimarca y nos dirigimos a nuestra siguiente parada, el Motorworld, también situado en Stuttgart, pero esto será ya otra historia.
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