Entrevista con Darío Villanueva Prieto

Entrevista con Darío Villanueva Prieto

Lourdes Regueiro Fernández
Coordinadora en la Fundación Camilo José Cela. Licenciada en Filología Hispánica. Doctoranda y Estudiante de Periodismo en la UDIMA.

Entrevista

Darío Villanueva Prieto (Villalba, Lugo, 1950) fue elegido Académico de número de la Real Academia Española el 5 de julio de 2007; tomó posesión del sillón D (vacante por el fallecimiento del filólogo Alonso Zamora Vicente) el 8 de junio de 2008, con un discurso titulado “El Quijote antes del cinema”. A partir de esa fecha la carrera académica de Villanueva no ha hecho más que subir como la espuma hasta alcanzar la meta deseada por todos los filólogos: dirigir la Docta Casa. Tras su elección como Académico de número (ya era Miembro Correspondiente por Galicia), ocupó la Secretaría de la institución desde enero de 2010 hasta enero de 2015, y la Dirección, cargo este último que, junto a la presidencia de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) y la presidencia de FUNDÉU, desempeñó hasta el 10 de enero de 2019.

Antes de llegar a la institución de la calle Felipe IV, Darío Villanueva ostentó diversos cargos en la Universidad de Santiago de Compostela, en la que, tras jubilarse en agosto de 2020, ejerce la docencia como profesor emérito. Secretario y Decano de la Facultad de Filología y Rector de la universidad compostelana, en esta carrera profesional descrita de manera muy sucinta destaca, por encima de todo, su faceta como uno de los Filólogos más importantes, no solo en España, sino también allende nuestras fronteras. Reconocido teórico de la Literatura y especialista en Literatura Comparada, su conocimiento sobre las cuatro disciplinas de la Ciencia de la Literatura (Teoría, Crítica e Historia literarias y Literatura Comparada) es tan vasto que hace las delicias de quienes le escuchan hablar con la pasión que le caracteriza sobre cualquier tema que aborde.

Entrevistar a una persona con el bagaje cultural y académico de Darío Villanueva no es tarea baladí. La entrevistadora no sabe qué preguntar sin parecer inculta, sin que sus cuestiones desaten la risa del Académico por su ingenuidad, como un niño que interroga a su padre y este le contesta con condescendencia. No obstante, en esta ocasión la entrevistadora prepara a conciencia la entrevista, se sacude los nervios antes de llamar a la puerta del departamento 226 de la Facultad de Filología y cuando se abre… la sonrisa que la recibe le transmite tranquilidad y la seguridad de saber que todo va a ir bien.

Entrar en el despacho de Darío Villanueva es penetrar en el saber más hondo de la Literatura. Una cree que atravesar esa puerta le transportará a un lugar noble, acorde al cargo de quien fue Rector de la universidad compostelana y Director de la RAE. Por un instante viene a la mente la imagen de Guillermo de Baskerville y su discípulo Adso de Melk. Sin embargo, el departamento de Villanueva es pequeño, acogedor y exactamente igual al del resto de profesores de la Facultad; eso sí, atiborrado de libros por todas partes, de apuntes que jalonan la mesa, de diplomas y carteles que recorren la vida profesional de Villanueva… La entrevistadora se asusta cuando, al girar la cabeza, se da de bruces con el título de la RAE, colgado junto a la puerta, único vestigio de esa faceta de académico; el resto rezuma Literatura por los cuatro costados.

La entrevistadora se sienta, coge todo lo necesario, respira hondo y empieza a disparar…

Decano, Rector, Director de la RAE… ¿qué meta profesional le queda por alcanzar?

No tengo respuesta a esta pregunta, pues nunca me he planteado mi trayectoria como si fuese el Giro de Italia.

En una carta al escritor Ramón González-Alegre en 1957 Camilo José Cela confesaba: “Ni tú ni yo debemos entender la Academia como una meta, sino como una etapa”. ¿Está usted de acuerdo con las palabras de Cela? ¿Es la Academia una etapa en su vida o una meta alcanzada?

Según nuestro diccionario, meta es “un fin a que se dirigen las acciones o deseos de alguien”, y etapa “fase en el desarrollo de una acción u obra”. De acuerdo con esto, para mí la Academia es una fase, nunca una meta. De lo contrario, ya habría llegado al final del camino, y yo no me siento así. Por otra parte, en una especie de “confesiones híbridas” (intelectuales, universitarias, académicas y algo personales), que la USC publicó con motivo de mi jubilación hablo sin ambages de “paréntesis académico (2009-2019)” en una trayectoria que es fundamentalmente profesoral.

¿Es un capricho del destino que usted ocupe el sillón D?

Fue efectivamente un azar. No se espera al sillón de tu letra para entrar en la Academia. Hay que pillarlo al vuelo. Y yo tuve esa suerte, heredando además el puesto de un admirado maestro que siempre me trató como un hijo filológico, Alonso Zamora Vicente.

Cuando se menciona la RAE, la gente se imagina a un grupo de señoras y señores serios que nos ordenan cómo hay que hablar. ¿Qué hay de cierto en ese rol de “policía del lenguaje” que la sociedad les atribuye?

Se exagera cuando se piensa así. En 1713, cuando la Academia se fundó, al tiempo que se discutían sus estatutos se trató, no sin controversia, el asunto del lema. Predominó finalmente el que todavía se mantiene, “Limpia, fija y da esplendor”. Pero estuvo a punto de ganar otro que apunta en la dirección de su pregunta: “Aprueba y reprueba”. Esto sí que hubiese comprometido la labor académica en clave de inspección y corrección imperativa. Pero faltaba más de un siglo, en 1713, para que el Duque de Ahumada creara la Guardia Civil…

Usted ha desvelado que los debates en la Academia son intensos y apasionantes. El hecho de concentrar en una sala a gente tan dispar como escritores, filólogos, cineastas, arquitectos, médicos, físicos, filósofos…, todos hablando de lenguaje y cada uno intentando acercar el ascua a su sardina, hará de los jueves en la Casa de la calle Felipe IV un verdadero espectáculo de voces encontradas. ¿En alguna ocasión ha tenido que cancelar una sesión por alteración de los nervios de los señores académicos?

Hasta donde yo alcanzo, nunca ha sucedido tal cosa, ni bajo mi dirección ni, que me conste, con anterioridad. Los debates pueden ser muy intensos, pero se mantienen siempre las formas. En el pleno, los académicos nos tratamos de don o doña, aunque en la intimidad nos tuteemos.

Hablando de los señores académicos, en estos momentos (marzo de 2021) las cuarenta y dos plazas cubiertas de la RAE están ocupadas por treinta y cinco hombres y siete mujeres. ¿No cree que es un número muy desigual?

Sin duda. Desde su creación, la Academia ha tenido 10 académicas. Hoy son 7 tras la muerte de Margarita Salas. De ellas, 6 elegidas a partir de 2010. Eso indica que la RAE intenta recuperar el tiempo perdido en lo que se refiere a la inclusión de todas las filólogas, escritoras e intelectuales que lo merecen tanto como sus homólogos varones. La primera académica fue elegida en 1977: Carmen Conde. Y la primera en L’Academie française fue, nada más y nada menos, Marguerite Yourcenar un año más tarde. Pero antes y después de ser director, siempre ha afirmado que el mayor error de la RAE en su historia fue no seguir con el buen principio que representó en 1784 el nombramiento de Isidra de Guzmán y de la Cerda rechazando luego a Gertrudis Gómez de Avellaneda y a Emilia Pardo Bazán como académicas por el hecho de ser mujeres.

Efectivamente, desde la fundación de la RAE en 1713 hasta el año 1977, con la salvedad apuntada, no entró ninguna mujer en la institución. Como bien indica usted, la primera fue Carmen Conde, pero en el camino se dejaron nombres muy ilustres y cuya labor en la Docta Casa habría sido importantísima. Si usted pudiera dar marcha atrás en el tiempo, ¿qué nombres femeninos consideraría que deberían estar en la nómina de académicos?

La lista es enorme. Empezando por la primera que lo solicitó: Gertrudis Gómez de Avellaneda. Sin duda también Rosalía de Castro. Luego, doña Emilia, asimismo sin discusión. Y María Moliner que compitió con un gran lingüista, Emilio Alarcos, y luego por enfermedad no volvió a presentarse. Entre las escritoras más próximas, Carmen Martín Gaite, que, por cierto, rehusó ser propuesta.

Volvamos a los inicios de la RAE: su lema, “Limpia, fija y da esplendor”, tiene más de anuncio de detergente que de mantra académico. ¿Se han planteado renovarlo y adaptarlo a los tiempos modernos, como hacen con el lenguaje?

No se plantea sustituirlo. La RAE quiere seguir fiel a sus orígenes. Pero, en la práctica, nuestro lema operativo desde el siglo XIX es “Limpia, fija, da esplendor y mantiene la unidad de la lengua”.

Actualmente la sociedad acude a la RAE como autoridad lingüística, tanto para rechazar sus decisiones como para buscar su consenso. ¿Se puede concluir que la labor de la institución es actuar de puente entre el lenguaje y la sociedad?

Sin duda: es una definición magnífica la que usted me propone.

La RAE aceptó modificar en el Diccionario la acepción de “sexo débil” referido a la mujer, añadiendo una marca de uso en la que se especifica que es una expresión “con una intención despectiva o discriminatoria”. La sociedad considera sexista el lenguaje, ¿cuáles serían sus palabras para convencerlos (que no vencerlos) de lo contrario?

Es exactamente al revés. Las que son sexistas, en su caso, son las sociedades que se expresan a través de la lengua (española o cualquier otra).

Entre otros, usted acaba de publicar “Morderse la lengua. Corrección política y posverdad”. ¿Cuántas veces ha tenido que “morderse la lengua” Darío Villanueva?

Por razón de cortesía, prudencia, pudor personal o protocolo, muchas, como todo quisque. Pero siempre voluntariamente. Nunca me mordí la lengua ni me la morderé, por el contrario, por corrección política, que considero una forma perversa de censura. La censura posmoderna.

El DRAE define “posverdad” como “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. ¿Considera que la era de la posverdad está intentando influir en la opinión pública a través del lenguaje?

Sin duda alguna. La posverdad es, para mí tal y como desarrollo en mi libro, la mentira posmoderna. Mentira y política siempre han ido de la mano, pero fenómenos como el de Trump son insólitos y tienen que ver con el gran catalizador de esta posverdad, los medios de comunicación digital y en especial las redes sociales. En términos lingüísticos la posverdad representa el abandono de un principio básico del lenguaje: la veredicción. El pacto por el cual cuando nos comunicamos mediante palabras las vinculamos necesariamente con las realidades o hechos que designan.

Cambiemos de tercio profesional. Usted definió la tarea del Rector como “la defensa de la autonomía y de la identidad diferenciada de su alma mater” y “la vinculación de la Universidad con los intereses sociales y los valores democráticos del país”. ¿Ha conseguido sus objetivos en los ocho años que estuvo en el Pazo de Fonseca?

Sincera, pero modestamente, creo que sí.

Durante su mandato como Rector, uno de los retos al que se tuvo que enfrentar fue la celebración del V Centenario de la Universidad de Santiago de Compostela (1495-1995). Un hito histórico de tal envergadura, ¿ha posibilitado que la USC tenga una imagen más positiva para la sociedad gallega, española y europea, tanto como institución pentasecular como de gran prestigio académico?

Estoy convencido de que fue así. Aquella conmemoración, inaugurada en otoño de 1995 por los Reyes de España, con la presencia del presidente de la República portuguesa, y clausurada un año más tarde por el entonces Príncipe de Asturias, hoy rey Felipe VI, secundada por el Director General de la Unesco Federico Mayor Zaragoza, representó un salto adelante en la consideración internacional de la USC cuyos frutos percibí en los años consiguientes de mis dos mandatos rectorales, hasta 2002, y también posteriormente hasta el momento actual, cuando accede al rectorado Antonio López, que fue vicerrector conmigo entre 1998 y 2002.

Siguiendo las palabras de su maestro Alonso Zamora Vicente, ¿a quién le “da la vara con sus cuitas rectorales” el Rector?

Ahora, a nadie, pues no soy rector desde hace 19 años. Cuando lo era, les daba la vara a mis vicerrectores, al secretario general y a la gerente, además de a mi hermano, José Manuel Villanueva, técnico de gestión de la USC, que fue su gerente tres veces, nunca, por supuesto, conmigo, sino con otros tantos rectores distintos.

Según usted, “un rector no tiene otra herramienta de trabajo cotidiano más eficaz que la palabra y el diálogo”. Eso suena muy filológico. ¿Influyó la Filología de alguna manera en su devenir rectoral?

Sobre todo en usar la palabra para el ejercicio del gobierno, explicando mi gestión e intentando convencer y lograr apoyos a través de ella (la palabra).

El pasado mes de enero ha sorprendido al público con la edición de una autobiografía vital e intelectual, “De los trabajos y los días: filologías”. Se define de una manera tajante: “Soy, simplemente, filólogo”. Nada más y nada menos. ¿Qué ha sido para usted la Filología en su trayectoria vital y profesional?

Fue el espacio que me acogió para arropar mi pasión por las lenguas y las literaturas, primero como escuela para educarme, luego como palestra para formar a los más jóvenes con las mismas inquietudes que yo, y siempre el emblema de una vocación encendida en mi muy pronto y nunca abandonada o descuidada.

Un Filólogo, siguiendo sus palabras, es, ante todo, “un amante de la palabra”. Se podría decir que los filólogos trabajan con la palabra que constituye las frases y, por ende, el lenguaje. ¿Se atrevería usted a trabajar la palabra, es decir, a pasarse al otro lado y convertirse en escritor?

No en lo que se refiere a la creación (poesía, teatro, novela). Pero me considero escritor en cuanto escribo y he publicado una treintena de libros sobre temas literarios y culturales, algunos traducidos ya al francés, al inglés y al árabe, y en este momento otros dos en proceso de traducción al chino y al hindi. Mi último libro, Morderse la lengua. Corrección política y posverdad es el más creativo de todos, el más ensayístico. Y algunos lectores me han dicho que se lee como un thriller.

En su autobiografía cuenta la relación que le une con la Fundación Camilo José Cela (ubicada en la localidad coruñesa de Iria Flavia). Dice de ella que, en comparación con otras Fundaciones de escritores, “ninguna hay que ostente un patrimonio documental, biográfico, artístico y literario como la de Camilo José Cela”. ¿Qué destacaría de esta institución?

Que en sí misma constituye un prodigio. En primer lugar, por el valor en sí de la obra del Premio Nobel que la creó. En segundo lugar, por el acopio que desde muy pronto Camilo José Cela hizo de todo lo relacionado con su obra, desde sus notas de trabajo y manuscritos hasta su correspondencia, biblioteca, recuerdos personales, obras de arte, ediciones y traducciones, etc. En tercer lugar, por su continuidad desde su creación en 1986 hasta hoy, superando avatares complejos y muy diversos, y trascendiendo el momento crítico que para estas fundaciones significa la muerte del escritor. Y finalmente, por la dedicación entusiasta a ella de personas, entre las que se cuenta usted misma, que la han servido sin desmayo.

Ha realizado varios trabajos de genética textual partiendo de los manuscritos que se conservan en la Fundación de Iria Flavia. ¿Ha pensado en retomar esta labor sobre Camilo José Cela?

No. En De los trabajos y los días explico por qué no quiero considerarme especialista en nada. Ni en Camilo José Cela tampoco. Ni en sus manuscritos…

¿Cuál es la relación que mantiene en la actualidad con la Fundación del, hasta ahora, único Premio Nobel gallego?

Una relación fundamentada en mi alta valoración de su excepcionalidad, y el recuerdo de mi etapa de intensa dedicación a ella desde antes de su constitución en 1986, cuando Cela cumplía los 70 años (los mismos que yo tengo ahora). Desde entonces hasta que me retiré por decisión propia en 2005 fui sucesivamente secretario, vicepresidente segundo y vicepresidente primero de la FCJC.

Usted define el crítico literario como “lector y hermeneuta competente, lo que significa un esfuerzo por cerrar el círculo comunicativo dándole sentido al texto sin traicionar la voluntad del autor”. Miguel Delibes dijo en alguna ocasión que, desde el momento en que se convirtió en objeto de estudio por parte de los críticos, había perdido naturalidad a la hora de escribir, porque sabía que todo lo que saliera de su pluma iba a ser analizado. ¿Cree que la labor del crítico literario resta naturalidad a un escritor al saberse este último diseccionado por el bisturí del primero?

Probablemente ha habido escritores muy atentos a la crítica. Otros han sido, a su vez, críticos literarios o teóricos de la literatura. Pensemos en los “poetas profesores” de la generación del 27, o en Wladimir Nabokov, por caso. Pero, en general, pienso que la creación en sí se sobrepone a lo que pueda ser el efecto de la obra ya producida entre sus críticos.

Dígame un escritor que haya dejado su impronta en usted, primero como lector y después como Filólogo.

Después de pensarlo detenidamente, concluyo que Emilia Pardo Bazán y Dámaso Alonso.

Es usted especialista en Teoría de la Literatura y en Literatura Comparada, ¿qué opina de denominar “adaptaciones” a los filmes que se apoyan en una obra literaria? Los textos fílmicos basados en novelas, ¿son realmente adaptaciones o textos diferentes que toman de un texto literario la esencia para contarla con un lenguaje totalmente diferente?

Hay distintas posibilidades. Un crítico italiano, Pio Baldelli, las escalonaba entre lo que él llamaba “el saqueo de la obra literaria” y la “aparcería entre cine y literatura”. Para mí, en el fondo se trata de un juego de hipertextualidad, en la que el hipotexto es la obra literaria y el hipertexto, el filme. Pero este constituye una creación autónoma, en cuanto sus recursos expresivos son distintos a los de la literatura. Y en medio está un elemento textual fundamental, el guion, que yo explico a mis alumnos en Ciencias de la Comunicación y Filología como un género narrativo literario, eso sí, muy especial, pues consiste en la prefiguración verbal de lo audiovisual.

El año pasado le ha llegado su jubilación como docente, aunque sigue vinculado a la USC como profesor emérito. Ello le posibilita dedicar más tiempo a la investigación, que compagina con los cursos de doctorado. Ante la dicotomía “investigador-docente”, ¿con qué labor se quedaría?

Soy incapaz de separarlas. No me veo dando clase sin haber investigado antes sobre lo que explico, ni encerrado entre cuatro paredes todo el día haciendo pesquisas solitarias.

Usted tiene dos hijos; ninguno de ellos ha seguido sus pasos como Filólogo. ¿Le habría gustado que alguno de ellos tomara su relevo?

No. No pienso en ningún tipo de relevo. Me ha alegrado mucho que ellos, libremente, hayan tomado otros caminos.

Y, ya para finalizar, una pregunta que se hace la gente de la calle: ¿cuándo le devolverán los académicos la tilde a los pronombres demostrativos?

No es que los académicos le hayamos robado nada a los demostrativos. La Ortografía de 2010, que es monumental, concluye que estas tildes nos son diacríticas, sino que el contexto es suficiente para definir la diferencia, en cada caso, entre pronombre y adjetivo. Por otra parte, en la lengua hablada no hay tildes, y todos entendemos lo que nos decimos. ¿O no?

Muchas gracias por su atención, Doctor Villanueva.

Gracias a usted.

Nos despedimos con un apretón de manos. Darío Villanueva da la mano con esa firmeza con la que fue capaz de dirigir la RAE y la Universidad de Santiago de Compostela: mano de hierro en guante de terciopelo. Pero también con la calidez del Filólogo ante la alumna, a la que desea enseñar su correcto camino académico. Salgo del departamento 226 con la misma sonrisa en los labios que la que me recibió hace un par de horas y con el orgullo de haber podido entrevistar a un gran profesional y mejor persona.