Entrevista con Enrique Echeburúa

Alberto Orellana
Redactor de Comunicación del Grupo Educativo CEF.- UDIMA
Entrevista
Catedrático de Psicología Clínica y Premio Euskadi de Investigación (2017), lleva tres décadas investigando sobre el trauma psicológico y su variante compleja, así como la violencia contra la pareja, el TEPT y las adicciones, entre otros.
“Las víctimas de trauma psicológico ahora verbalizan más lo sucedido, tienen más apoyo familiar, social y judicial”
El pasado mayo participó en el foro de psicología de CEF.- UDIMA “Fronteras de la vulnerabilidad”. Nos cuenta su visión del trauma hoy en día: evolución social, retos pendientes, pero también qué necesitan los terapeutas.
Profesor Echeburúa, ¿qué le llevó a interesarse por el trauma psicológico y dedicarle tantos años de investigación?
Mi interés sobre el trauma psicológico surgió a mediados de los 90 del siglo pasado por razones teóricas y prácticas. Por aquel entonces se había descrito recientemente, por vez primera, en la clasificación de la Asociación Psiquiátrica Americana (DSM-III, 1980), el diagnóstico del trastorno de estrés postraumático, referido sobre todo a los excombatientes de la guerra del Vietnam, y no se contaba por entonces con tratamientos psicológicos empíricamente validados para este cuadro clínico. Plantearse una nueva línea de investigación era para mi un reto atractivo.
Al mismo tiempo, mi grupo de investigación estableció un convenio con el Ayuntamiento de San Sebastián y la Diputación de Guipúzcoa para dar asistencia terapéutica e investigar sobre el tratamiento más adecuado para las víctimas de agresiones sexuales, que iban entonces en aumento y para las que las propuestas terapéuticas disponibles (relajación, desensibilización sistemática, etc.) se mostraban insuficientes.
¿Cómo ha cambiado la forma en que entendemos el trauma desde que usted empezó a estudiarlo? ¿Se habla más y mejor de ello ahora?
Hoy se sabe mucho más de lo que es el trauma y, sobre todo, de la forma de superarlo, que no es lo mismo que olvidarlo. En primer lugar, las víctimas de un suceso traumático se resisten menos a verbalizarlo, lo que es un paso imprescindible para el inicio de un tratamiento adecuado. Antes, las víctimas, sobre todo cuando el acontecimiento tenía lugar en la intimidad del hogar o de una zona de confort (como ocurría en el caso de los abusos sexuales infantiles en la familia, en el colegio o en entornos deportivos, o en el caso del maltrato de mujeres adultas), tendían a callarse por la vergüenza suscitada o por el temor a no ser creídas. Hoy se tiende a verbalizarlo más y, sobre todo, antes, porque se cuenta con un mayor apoyo familiar, social y judicial, y ello facilita la intervención terapéutica más temprana. Y en segundo lugar, al mismo tiempo se cuenta con una generación de terapeutas que están más familiarizados con las nuevas técnicas que se han mostrado efectivas para afrontar el trauma sufrido.
¿Qué situaciones son hoy las que más suelen desencadenar traumas en las personas? ¿Han cambiado con los tiempos que vivimos?
Los sucesos que más fácilmente pueden desencadenar traumas en las víctimas son los generados intencionalmente por otros seres humanos, como ocurre, entre otros, en el caso de los abusos y agresiones sexuales, de la violencia machista, de los atentados terroristas o de los efectos de la guerra, de la tortura, del acoso escolar o laboral. También hay sucesos accidentales que pueden generar traumas cuando tienen efectos devastadores y no se ha advertido a tiempo de su existencia para tomar medidas preventivas, como recientemente ha ocurrido en el caso de la dana en la Comunidad Valenciana, o no se han gestionado adecuadamente las consecuencias catastróficas de lo ocurrido. Por otra parte, las consecuencias psicológicas del trauma son similares en unos casos y otros, pero los estímulos desencadenantes pueden ser variables en función del momento histórico y social en que vive una sociedad determinada.
Se dice que un trauma en la infancia puede marcar toda la vida. ¿Por qué son tan importantes esos primeros años?
Hay dos momentos clave en el proceso evolutivo de una persona: los siete primeros años, en los que el cariño y el desarrollo de la autoestima resultan cruciales para un desarrollo sano, y la adolescencia, que supone la adquisición de una identidad personal y social. Es entonces cuando la persona empieza a crear un estilo de vida propio y a dotarse de un sistema de valores.
Al resultar fundamental la aceptación por el grupo de iguales, la imagen corporal y el éxito social modulan la autoestima de los jóvenes. Si ese periodo de maduración evolutiva a nivel psicológico y biológico se interrumpe bruscamente por la presencia de sucesos traumáticos, como el abuso sexual, el acoso escolar, el maltrato físico o la pérdida de un progenitor por un atentado terrorista, la huella de esos sucesos puede ensombrecer el desarrollo futuro.
Hay menores que, sin embargo, se muestran resilientes para hacer frente a estos sucesos (o, al menos, minimizar su impacto), porque han tenido un apego adecuado y porque cuentan con un apoyo familiar o escolar, con una red social, con habilidades de afrontamiento o con aficiones enriquecedoras. En cualquier caso, verbalizar lo ocurrido es un primer paso fundamental para integrar lo sucedido en la biografía de la persona y determinar si es precisa una ayuda externa.
¿Cree que la sociedad es consciente del impacto que tiene el trauma psicológico en la salud física y mental?
En general, la sociedad no ha querido ver el impacto psicológico de los sucesos traumáticos en la salud física y mental, en parte porque muchos de esos acontecimientos, como los abusos sexuales de menores, las agresiones sexuales a jóvenes y adolescentes, el acoso escolar o la violencia machista en el hogar, tenían lugar en la vida privada y no emergían al exterior. Reconocer esos hechos, que además no se limitan a hechos puntuales (la revictimización es lo habitual), es prioritario para la prevención de nuevos casos y para el tratamiento temprano de las víctimas afectadas.
El profesor Echeburúa investigó el trauma por su novedad clínica y necesidad terapéutica, destacando avances, causas actuales y resiliencia infantil.
Participó en un foro de CEF.- UDIMA que acaba de lanzar específicamente un Máster en Investigación en Trauma Psicológico. ¿Por qué cree que es tan importante una formación así hoy?
Una formación específica sobre el trauma psicológico me parece adecuada, siempre que los participantes tengan una formación sólida en psicología clínica y evolutiva. Esto es porque el trauma en sí mismo no es una categoría clínica. Una persona que ha experimentado un suceso traumático puede sufrir cuadros clínicos diversos, como el trastorno de estrés postraumático, la depresión, los trastornos de ansiedad o los trastornos de la conducta alimentaria. Incluso puede experimentar síntomas subclínicos o de tipo disociativo que no son fácilmente detectables. En síntesis, no se puede mapear la clínica de un adulto en función del tipo específico de suceso traumático que haya sufrido. Una cuidadosa evaluación clínica del paciente por parte de profesionales competentes es necesaria para adoptar las estrategias terapéuticas adecuadas en cada caso.
¿Qué aspectos formativos cree que se necesita implementar para que los profesionales adquieran conocimientos en trauma psicológico?
Los terapeutas que van a trabajar con pacientes que han sufrido un trauma deben adquirir una sólida formación en psicología clínica (psicopatología, evaluación y tratamiento), en psicología evolutiva (porque muchos sucesos traumáticos surgen en la infancia y adolescencia) y en psicología comunitaria (porque el tratamiento de personas traumatizadas, como ocurre en el caso de personas inmigrantes, deportadas o exiliadas políticamente, excede del tratamiento meramente psicológico o farmacológico).
Cuando uno trabaja con personas que han sufrido eventos traumáticos, ¿qué habilidades o actitudes considera fundamentales para poder abordar estos casos?
En mi opinión, los terapeutas que trabajen en este ámbito deben tener un cierto equilibrio emocional y ser especialmente empáticos para con el sufrimiento ajeno. Las personas traumatizadas han experimentado, más allá de los síntomas concretos presentados, una quiebra del sentimiento de seguridad en sí mismas y en los demás, que les genera un profundo desvalimiento. Rehacer esa pérdida de la confianza básica requiere el establecimiento de una alianza terapéutica sólida entre el terapeuta y el paciente. Asimismo, los terapeutas deben aprender a trabajar en equipo con estos casos, recibir una supervisión del trabajo realizado por parte de terapeutas sénior y cuidarse a sí mismos con una vida equilibrada para impedir que un trabajo tan estresante pueda afectarles a su estado emocional.
¿Qué aspectos del trauma psicológico siguen siendo un reto para la ciencia? ¿Qué queda por descubrir o mejorar?
Si bien las terapias psicológicas centradas en el trauma han mostrado ser efectivas para el tratamiento de este cuadro clínico, como la terapia de exposición, el EMDR o el procesamiento cognitivo, con el apoyo en ocasiones de los psicofármacos (especialmente antidepresivos) como terapia coadyuvante, quedan retos por delante: hacer frente con mayor eficacia a ciertos síntomas, como los sentimientos de culpa o los estados disociativos, y conseguir una mayor adherencia al tratamiento para reducir el número de abandonos de la terapia.
Asimismo, hay que adaptar los tratamientos disponibles empíricamente validados a pacientes con diferentes edades (niños, adolescentes o adultos) y que han experimentado diversos sucesos traumáticos (agresiones sexuales, maltrato, muerte violenta de un familiar). También conviene individualizar la terapia y averiguar si complementar un tratamiento individual, siempre necesario, con un tratamiento grupal puede en algunos casos tener un efecto favorable para los pacientes. Queda por saber también con más detalle el número de sesiones necesarias y los controles de seguimiento precisos para aumentar la potencialidad terapéutica del tratamiento.
Para terminar, ¿qué consejo daría a los estudiantes que se están formando ahora para ayudar a personas que han vivido situaciones traumáticas?
A nivel profesional, adquirir una formación sólida en psicología clínica y en los tratamientos psicológicos empíricamente validados para el trauma; aprender a trabajar en equipo con médicos, trabajadores sociales y educadores; colaborar con ONG experimentadas en la ayuda a personas traumatizadas, comoSave the
Children, Cáritas, Médicos sin Fronteras u otras similares; y diversificar el tipo de pacientes tratados (no solo pacientes con traumas, sino con diversos cuadros clínicos) para evitar el síndrome del burnout. Y a nivel de higiene personal, es bueno llevar una vida personal, familiar y social equilibrada para compensar el estrés generado con este tipo de pacientes.
La formación en trauma psicológico es clave hoy: requiere base clínica, empatía, trabajo en equipo y adaptación terapéutica constante.