Entrevista con Manuel Lucena Giraldo
Alberto Orellana
Redactor de Comunicación del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.
Entrevista
Director de la Cátedra del Español y la Hispanidad de las Universidades de la Comunidad de Madrid
Nos encontramos con el director de la Cátedra del Español y la Hispanidad de las Universidades de la Comunidad de Madrid, Manuel Lucena Giraldo, en la sede de la Fundación para el Conocimiento Madri+d. El investigador del CSIC y docente analiza para la Alumni+ CEF.- UDIMA temas como la internacionalización de la cultura hispánica, las “fricciones del español global” o los usos “tóxicos” de nuestro idioma.
¿En qué consiste y cuáles son las metas de esta cátedra?
A mediados de 2022 la Consejería de Cultura y la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, y la presidenta Isabel Díaz Ayuso, presentaron este proyecto, que ya tiene importantes realizaciones, que tiene que ver con una reflexión global en torno a dos conceptos fundamentales recogidos en la definición de la cátedra: el español como idioma (como recurso de comunicación, como comunidad cultural y emocional) y la hispanidad, entendida un poco como lo hacen, por ejemplo, en Estados Unidos, donde tienen un mes de la herencia hispana (como un hispanic heritage) como condición de relación multisecular, en la cual los hablantes de español nos encontramos y nos manifestamos en el entorno de una globalización competitiva. Alrededor de estas dos grandes ideas, la historia, la cultura compartida, la posibilidad de la comunicación... creemos que tenemos que entendernos en el presente y sobre todo en el futuro, a partir del estudio del pasado. Y ahí están los objetivos fundamentales desde la cátedra.
¿Diríamos que goza de buena salud ahora mismo este concepto de hispanismo y el propio idioma español?
Yo creo que sí, tenemos el segundo idioma global. Fernando Rodríguez Lafuente (miembro de nuestro consejo asesor y antiguo director del Instituto Cervantes), habla del “petróleo del español” como eso que tenemos ahí y que forma parte de nuestras herencias, de las genealogías del pasado. Eso es cierto, pero ciertamente también comentábamos hace poco que el español, como segundo idioma global, está sometido a fricciones que tienen que ver con su propio éxito global. Y esas fricciones tienen que ver, por supuesto, con, por ejemplo, lo que podemos calificar como los supremacismos, que intentan extirpar que el español (insisto, como recurso de comunicación y como idioma) les pueda molestar.
En Estados Unidos hay de vez en cuando iniciativas dirigidas a proclamar el inglés como idioma oficial (algunos Estados), pero esa gran potencia mundial nunca ha necesitado la consideración de un idioma oficial del inglés. Más bien ha sido, como cuenta Felipe Fernández Armesto en su Historia hispana de Estados Unidos, un “cementerio de lenguas”. Así que el fenómeno más bien es el contrario: el de cómo hay unos determinados contextos (en España desgraciadamente también vivimos ese contexto) en el cual se combate la oficialidad, el uso público y a veces hasta el uso privado. Esto está invadiendo ya determinadas esferas de la intimidad de las personas, que por supuesto vendríamos a considerarlo como alegal o ilegal. Así que hay que tener mucho cuidado a la hora de hablar de este éxito sin más, no sometido a matices, del español como segundo idioma global.
Es decir, ¿se ha perdido cierto poderío en lo que llevamos de inicio del “milenio de la globalización”?
No es un problema tanto de cantidad, seguimos teniendo afortunadamente un español global que crece de manera exponencial. Desde el año pasado, por ejemplo, en la Universidad de Oxford (donde tuve la suerte de formarme en parte) ya es el segundo idioma -como segunda lengua- más demandado por los estudiantes, y ha relegado a otros maravillosos idiomas europeos. Pero insisto en que hay que tener mucho cuidado con confundir la cantidad y la calidad. Necesitamos que el español sea más considerado, necesitamos que los hablantes de español tengan autoestima del hablante (concepto del maestro José Luis García Delgado) y necesitamos que sea un recurso científico tecnológico de primer nivel. Y ahí vienen las erosiones de la imagen y del uso del español que, insisto, en determinados contextos de supremacismo político, de confusión entre política y lengua (o de puro uso), necesitan una serie de políticas acertadas de difusión, orientada en la buena dirección. Necesitamos sentirnos felices hablando español y no pedir perdón por ello.
¿Y qué papel juegan las universidades en la defensa de todo esto; en el fomento de la cultura y el idioma españoles?
Las universidades son la pieza clave del sistema educativo y la educación es el único escenario en el cual ese sentido de globalización, con calidad y con cantidad vinculado al español como recurso de una comunidad política y emocional global en todos los sentidos, se puede salvaguardar. Sin universidades no hay cultura con mayúsculas, no hay capacidad de creación de capital social, no hay ni siquiera innovación, y por eso las universidades son la razón de ser de la existencia de la cátedra. Que, por cierto, funciona mediante un grupo de trabajo de las universidades públicas y privadas de la Comunidad de Madrid, en el cual tengo que decir, con enorme orgullo, casi todas están representadas. Y a las que no están todavía las esperamos en los próximos meses.
Y ahí funciona la cátedra a través de sus diferentes escenarios: en primer lugar, los seminarios prospectivos, donde estudiamos lo que Ortega y Gasset llamaría “cuestiones palpitantes”; los temas de los que hay que hablar (insisto con una escala, no local, sino global). Otro escenario es el de las conversaciones en la hispanosfera, en la cual contamos afortunadamente con personas que tienen cosas que decir sobre la violencia política, sobre las ciudades del futuro, sobre la digitalidad y la digitalización. Y estamos trabajando también en un escenario de apoyo a los grupos de investigación y la divulgación en el ámbito concreto del español y de la hispanidad.
En la web de la propia fundación Madri+d se habla de una “leyenda negra” que hay que “desmentir”, ¿a qué desmentir sobre la historia de España?
Bueno, hay una esfera tóxica, una comunicación tóxica que gira alrededor de este término de “leyenda negra”, y la historia es un eje fundamental del trabajo prospectivo de la cátedra. La historia aplicada es excelente para pensar el mundo que queremos en el futuro a partir del mundo que tenemos. Y en ese sentido reivindicamos unas humanidades en general, y una historia en particular, útiles, prácticas y de enorme capacidad de orientación en el mundo de la globalización; con sus conflictos culturales y con sus conflictos inventados identitarios.
Por eso en la reflexión en torno a “qué es realmente la leyenda negra” se intenta definir que en realidad estamos hablando de una ficción. El término “leyenda negra” procede seguramente de la época alrededor del 98 (Emilia Pardo Bazán, el formidable Julián Juderías, que gana un premio en 1910). Pero a mí me gusta señalar, para entendernos, que el término “leyenda negra” es un término posimperial. Es un término del siglo XX. Es un término que es anacrónico en su uso: nadie hablaba de “leyenda negra” antes de finales del siglo XIX cuando, qué casualidad, se pierden Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y el Imperio español desaparece.
Para una analogía del presente el término “leyenda negra” es un poco como el brexit de Gran Bretaña y el mundo anglófono actual. Es un recurso conceptual para explicar qué nos ha ocurrido y por qué estamos situados en un contexto de realidad que es el que es, y que necesitamos analizar. Aquí lo grave es que la leyenda negra, como propaganda interesada de los enemigos de España y de su imperio, desde luego no fue sentida por los españoles contemporáneos de los siglos XVI, XVII y XVIII que, evidentemente, sabían muy bien del poderío global de la monarquía católica, o del imperio español. Y en ese sentido esto es una cosa mucho más nuestra contemporánea, que no tenemos por qué interiorizar.
El problema es que nos creamos la versión interesada de nuestra propia historia sobre lo que somos o vamos a ser, y perdamos la autoestima y el sentido común y político, que yo creo que es el verdadero problema. Así que lo estudiamos, pero no nos lo creemos en absoluto.
Hablando de esas invenciones identitarias, ¿qué opina de la imposición del catalán, el balear o el euskera en los centros escolares, o incluso, como requisito para los puestos de funcionariado público? ¿Se ha confundido la inmersión o convivencia de las lenguas con la imposición?
Aquí puedo dar una sencilla opinión de investigador e historiador no represento a nadie más que a mí mismo (y ya con dificultad). Pero yo recuerdo que los griegos antiguos decían que por cada lengua que se hablaba el ser humano tenía un corazón distinto. Si hablaba cinco lenguas tenía cinco corazones, tenías cinco visiones del mundo, cinco posiciones ante la felicidad de la existencia. Y en ese sentido, confundir la lengua con la política es nefasto.
La historia está llena de enfermos tóxicos, por eso, lo que sí podemos aportar desde nuestro trabajo de investigación y, digamos, no vinculado con los populismos emergentes (ni por supuesto con los del pasado), tiene que ver con que el español es una koiné. Es una lengua que nos une, que nos ayuda a desarrollarnos, y por lo tanto limitar su uso en la esfera pública, privada o ya en la esfera íntima (con espías que van por ahí averiguando qué habla uno o qué deja de hablar) tiene que ver con mentalidades totalitarias.
Y, por lo tanto, no con la belleza de las lenguas, que siempre sirven para unir y nunca para separar. Y en primer lugar, el español, que es la lengua que une a los españoles con una comunidad global multiplicada (que tiene que ver con la experiencia histórica compartida en Asia, en América, en África, en Oceanía...), no está mal recordar aquí que, por cierto, el continente donde más crece la demanda de hablantes de español es en África. El continente del futuro, a fin de cuentas, por algo será.
Hablando del futuro, por cerrar ese tema siempre tan polémico, ¿podrán convivir entonces las lenguas oficiales que hay en España? ¿Deberían?
Si nosotros podemos convivir convivirán las lenguas, y si no podemos convivir no van a convivir. El problema no son las lenguas, el problema es el uso político, nefasto y tóxico de las lenguas. Las lenguas son más grandes que sus hablantes, si me permite utilizar esa expresión. Pero desde luego en esas fricciones del español global, en esas erosiones, tiendo a ser un pesimista y por lo tanto un optimista bien informado. Hay que aterrizar en la realidad y gestionar la realidad y no la ficción, que la respetamos y nos gusta mucho, pero eso no es la realidad. Hay que tener cada vez más cuidado.
Por cierto, hay un problema aquí añadido que es el de la demografía. En el contexto demográfico global (y hay que hacer trabajo, por supuesto, estudios comparados) la demografía del español está envejeciendo. Y en ese sentido esa idea de una lengua hablada por gente joven que cruza, va y viene, que migra, que aprende... Bueno, sí, pero y dentro de 10 años, ¿cómo va a ser? La cantidad de los estudiantes (estamos entre los países más envejecidos del mundo, a velocidad acelerada) tiene que ver con la calidad y con la cantidad de la demanda del idioma. Y por supuesto eso afecta ya; más va a afectar en el futuro si no se toman las medidas adecuadas. Así que triunfalismo, el mínimo.
Hace poco la directora del Instituto de Idiomas de la UDIMA, Aurora Centellas, participaba en un congreso organizado por la cátedra sobre el español como idioma peregrino. En ella se planteaba un proyecto con el que aprovechar la tecnología para trasladar el aprendizaje informal al aula de español como lengua extranjera a distancia para involucrar más al alumno. Centellas decía que internet es “un océano para enseñar y hablar español”. ¿Qué opina?
Yo admiro profundamente el trabajo que realiza y el trabajo que realizáis, y me parece que va en la dirección correcta del desarrollo de las industrias del español. De nuevo aquí no estamos hablando de algo que tenga que ver con el cortoplacismo, con el plan inmediato, con la ganancia para mañana y para pasado “no sabemos”. Estamos hablando de algo que sustenta una parte importante del producto interior bruto español y de las culturas en español cada vez más. Y por lo tanto, lo que trabajáis, lo que estáis desarrollando, en el marco concreto de la enseñanza del español en los nuevos dispositivos, las nuevas mediaciones tecnológicas, es admirable. Y por supuesto, yo creo que tiene mucho recorrido y está llamado a constituir un modelo. Lo que necesitamos son modelos de innovación en España y en español, y yo creo que está haciendo un trabajo formidable en esa dirección.
Es decir, ¿que este formato, y los avances de los que se sirve, favorece la difusión y la internacionalización del español, para aprenderlo?
No solo lo favorece, es que es el futuro, es que estamos ahí ya. Juan Luis Suárez, en un conversatorio en la hispanosfera, hablaba de la “digitalidad como la condición de nuestra existencia”. Ya estamos en la digitalidad, es que no hablamos del futuro, hablamos del presente. Y como ya estamos en la digitalidad (¿cuántas horas al día pasa usted mirando su teléfono móvil?, la pregunta más evidente), creo que tenemos que navegar en esos océanos de la tecnología entendiendo siempre el valor añadido que podemos sumar desde el manejo del español como segunda lengua global.
Y está muy claro, el debate en ese sentido tiene más que ver con lo que distingue información y conocimiento, lo que distingue el ruido de las nueces, lo que crea valor añadido; con las marcas educativas y universitarias, y la calidad de nuestras instituciones y del uso del español en los entornos de innovación global. ¿Por qué a las grandes plataformas de producción de contenidos audiovisuales en español (como tratamos en un seminario), HBO Netflix y compañía, les interesa producir en español directamente? Sencillamente porque hay un mercado muy potente ya en español. Ya existe, y tenemos que estar ahí también.
Sobre ese mercado quería preguntarle, para terminar, ¿dónde crece el interés por aprender nuestro idioma, sumando en su internacionalización?
A mí el término mercado me parece bien, pero me gusta más el término “demanda”, porque nos habla de un capital social en desarrollo. Como dirían en Colombia, un “talento humano” que quiere incorporar nuevas capas. Estamos hablando de intangibles, de capital simbólico: comunidades de comunicación, nunca mejor dicho. Y en ese sentido a mí me parece que en esa dirección la demanda es multiforme. La demanda la creamos también nosotros y muchas veces es insospechada: en el mismo seminario al que aludía nos comentaban que la famosa teleserie colombiana Betty la fea la tuvieron que transmitir en Finlandia en español, porque no había un traductor al finés a mano suficientemente asequible.
Lo que ocurrió fue que la gente escuchaba Betty la fea en Finlandia en español y con subtítulos en finlandés, y a todo el mundo le dio por aprender español. Se multiplicó exponencialmente la demanda del español en los países escandinavos. No lo sabemos -dónde crece-, lo que sí sabemos es que hay que cuidar las instituciones, cuidar la divulgación, la marca, ir a los contextos de calidad y apoyar la difusión. Y ahí es donde yo creo que quizá tenemos que ser un poco críticos. Instituciones muy importantes, obligadas a la divulgación y al cuidado del español, no están haciendo todo lo que deberían y podrían.
Y ahí está la preocupación sobre lo que, en una publicación reciente, llamé las “fricciones del español global”. Cada día se ganan los escenarios de la comunicación, cada día hay que cuidar la calidad. Y, volviendo a lo anterior, dar por ganado un territorio constituye seguramente el gran error que podríamos cometer. Está muy bien tener una lengua de creadores con una magnífica novela, con una magnífica poesía, pero también tenemos que tener la mejor economía, la mejor ciencia política, la mejor historia, el mejor periodismo... La no ficción, la gestión de la realidad, forma parte crucial también de las economías y las industrias del español, y para eso trabajamos en la cátedra.