Etiquetas para explicar el mundo: la sociología y las metáforas

sociología

Mariano Urraco Solanilla
Profesor de Sociología del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.

Sociología

Los sociólogos (y las sociólogas, por supuesto) tienen como propósito general, grosso modo, explicar el mundo o, al menos, tratar de entenderlo. Hablamos de “el mundo” para referirnos a la conducta de las personas, que siempre es social porque el ser humano, incluso desde antes de que Aristóteles así lo definiera, es un ser que siempre vive en sociedad. Son múltiples los motivos que han llevado a sociólogos y a sociólogas a embarcarse en esta misión, de porvenir tan incierto, y no vale la pena detenerse ahora en las razones de esta vocación profesional. Pero hay un elemento que resulta común en la manera en que los profesionales de la Sociología intentan dar cuenta de la sociedad: la metáfora.

Así, en su búsqueda de algo que les sirva para entender primero y explicar después el funcionamiento de un fenómeno social o los principios que hay detrás de una dinámica de comportamiento de las personas, muchas veces dan con una noción que condensa todo su potencial explicativo en un símil o una imagen fácilmente reconocible por sus lectores, porque forma parte del acervo cultural común. Es uno de los momentos más felices de la práctica sociológica (el equivale al “eureka” de Arquímedes), sobre todo por cuanto, cada vez más, en la sociedad de los “likes” y de las modas efímeras, los propios sociólogos se convierten en promotores de un producto (su propia labor de análisis de la sociedad), al tiempo que portadores de una marca personal (el auge del personal branding, del que tanto hablan nuestros colegas marketinianos) que necesita un eslogan que tenga visos de poder llegar a convertirse en el modus vivendi de quien lo ha acuñado.

De este modo, el recientemente fallecido Zygmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2010, construyó buena parte de su obra (o, al menos, de la obra que forma parte del canon actual) en torno a la noción de “liquidez”. Revisando su bibliografía más reciente se obtiene una visión nítida de la cuestión, toda vez que encontramos libros con los siguientes títulos (en su traducción al castellano): Modernidad líquida (original de 2000), Amor líquido (2003), Vida líquida (2005), Miedo líquido (2006), Tiempos líquidos (2006) y la póstuma Generación líquida (publicada en España el pasado año, 2018). Es cierto que Bauman, que falleció a los 91 años, fue un autor muy fecundo, con más de cuarenta libros publicados, por lo que reducir su enfoque a un único topic resulta excesivo. Con todo, no cabe duda de que exprimió la noción de liquidez (y que, ahora, sus discípulos seguirán haciéndolo), del mismo modo que otros sociólogos y sociólogas habían hecho antes con sus respectivos “fetiches”. Así, Ritzer utilizó el símil de la hamburguesería para explicar el funcionamiento de la sociedad en su famosa La Mcdonalización de la sociedad (1993), igual que otros autores, intentando subirse a la misma ola, han apuntado que la sociedad, en realidad, a lo que se parece es a Disneylandia, a Wal-Mart, a una película de zombis o a un laberinto. Y es que la metáfora es poderosa.

La Sociología cuenta con un instrumental metodológico imponente (aunque denostado), que tiene en la encuesta una buena muestra de su nivel de refinamiento. Sin embargo, las tablas de datos y los análisis factoriales palidecen ante el poder cuasimístico de la palabra, ante la conexión feliz entre un fenómeno social y un mecanismo de fácil comprensión para quien conoce o experimenta el fenómeno. ¿Cómo explicar los procesos de selección de mano de obra en el capitalismo informacional del siglo XXI? O, en general, ¿cómo explicar la relación entre las personas y el sistema capitalista en nuestros días? Digamos que las personas son como barcos o como globos aerostáticos, que cargan “lastre” en mayor o menor cantidad y que, a medida que acumulan menos “lastre” (o se liberan de él), pueden desplazarse con más rapidez... Sí, el “coeficiente de lastre”, acuñado por Hochschild, es otra de las nociones que manejamos en Sociología cuando queremos “que se nos entienda” (amén de ser una imagen/noción utilizada en otras disciplinas y seudodisciplinas que tienen por objeto orientar al sujeto para poder “surfear”, aprovechando la metáfora acuática de Bauman, en este mundo incierto).

Globos aerostáticos

En el ámbito de la Sociología de la Juventud, al que yo me dedico, mucho después de que Beck (en 1986) dijera que el sistema educativo es una “estación fantasma” en la que los jóvenes siguen sacando billetes para trenes que ya no pasan, es casi inevitable encontrar algún intento de “bautismo” por parte de los sucesivos autores, en su afán por hallar una etiqueta que pueda convertirse en hashtag permanente para cada generación (inventadas a cada momento con total desprecio por la teoría sociológica sobre la materia). Así, son múltiples los intentos de “apellidar” a la generación actual: millenial, postmillenial, zero, triple-zero, subzero, pero también generación “precaria”, generación “perdida”, generación “resiliente”, etc.

Supongo que, en general, muchos son los sociólogos (y las sociólogas) que sueñan con parir una noción que sobreviva al ritmo acelerado de rápida caducidad de las etiquetas en nuestra sociedad. De algún modo, pretenden repetir la historia del exitoso Don McLean, quien, al ser preguntado por el significado de la letra de su mítica “American Pie”, respondió algo del tipo: “significa que ya no tendré que trabajar nunca más” (respuesta genial que le permitía seguir vendiendo discos mientras la gente se preguntaba qué demonios querían decir las estrofas de su canción). Que los propios profesionales de la Sociología, científicos y arúspices de la sociedad, acaben recurriendo, en gran proporción, a etiquetas de consumo masivo es, sin duda, un elemento que nos dice mucho, precisamente, acerca del funcionamiento de esta sociedad en la que vivimos.