Europa entre sombras debe buscar la luz
Nicolás Pérez López-Ibor
Analista y estudiante del Grado en Economía en la UDIMA.
Política
Han pasado años desde la creación de una de las mayores hazañas internacionales en materia de integración, la UE. Ya en sus inicios sus padres fundadores resaltaron la necesidad de avanzar paso a paso mediante realizaciones concretas, pues eran conocedores de la dificultad de bajar ese sueño a la realidad. Ellos mismos, convencidos de que la gran oportunidad de desarrollo serviría de atractivo para muchos países los cuales demandarían unirse al proyecto común, también advertían de los posibles riesgos a los que se enfrentarían cuando las crisis golpearan. De esta manera, subrayaba que sería en los momentos difíciles cuando debe poner todo su esfuerzo en avanzar la UE, demostrando al mundo su capacidad resiliente y de construir sobre cenizas un futuro prometedor.
Hoy, unos cuantos años después, sumidos en una de las crisis que más ha afectado al planeta en los últimos tiempos, y que promete cambiar el modelo de vida de nuestras sociedades, esperamos la gloriosa salvación europea. Llegan grandes discursos de los pocos líderes que se atreven a favor de que Europa nos traerá siempre algo mejor, pero pocos superan el ámbito económico o al menos en los titulares. ¿Es entonces esta nuestra única base? ¿Dónde quedan los otros logros conseguidos? ¿No hay nadie que los quiera decir o, peor aún, nadie que los quiera escuchar? Si es cierto que la comunidad económica es importante también lo es que no es la más esencial.
Si las crisis pasadas nos han enseñado algo, es sobre la importancia económica de la comunidad, que son muchas las ventajas y sinergias que el mercado común puede aportar. Aun así uno de los principales socios ha abandonado dando una lección al resto de que eso no convence a la unidad.
¿Faltan cimientos? ¿O no son lo suficientemente fuertes para aguantar los temblores de la placa continental?
Si podemos responder negativamente a la primera pregunta, nos queda afirmar la segunda. Esto podemos justificarlo porque sí existen numerosos proyectos distintos al económico como el energético, justicia, etc., pero queda claro que no son tan fuertes.
En la todavía actual crisis de la COVID-19 han salido a la luz las deficiencias en materia de coordinación sanitaria y de protección de fronteras donde el virus ha encontrado su mejor aliado para avanzar sin problemas. Tras una primera reacción individualizada de los Estados miembros en muestra de autodefensa, llegó la búsqueda de la cooperación por parte de las instituciones europeas para tratar de coordinar la ayuda económica y salvar la campaña de vacunación.
Ha quedado pues en evidencia que el problema no es la ausencia de organismos ni mecanismos europeos, pues muchos sí existían, sino más bien de competencias reales de actuación y quizás de atrevimiento.
Ahora, pasadas estas primeras dificultades, resueltas gracias a la personalidad de grandes figuras europeas, salen a la luz otros problemas no resueltos, como es el caso de la defensa europea.
El clima de alta tensión internacional, con mucha dispersión geográfica de acontecimientos, crea la necesidad a Europa de competir entre bloques geopolíticos y para ello trazar un camino de autonomía estratégica, evitando así dependencias y permitiendo defender Europa más allá de las fronteras. ¿Pero es posible defenderse externamente aun cuando hay grietas internas?
Sin duda este tema de la defensa tampoco es nuevo, y si no ha triunfado hasta la fecha ha sido por existir fuertes dilemas entre los países europeos. Es hora por tanto de poner orden, defender la economía europea de la mano de los valores y la sociedad que los integran, es necesario que Europa sea más externa pero antes debe vigilar sus heridas, cerrarlas y no dejarlas abiertas, solo así, se beneficiará y beneficiará al planeta del desarrollo y crecimiento de sus primeras y mejores ideas.