La familia hoy
Juan J. Añó
Miembro de la ACEF.- UDIMA
Allegretto. 123rf
Todos tenemos en mente la imagen del niño sirio que en septiembre pasado apareció ahogado en una playa turca; la fotografía generó un impacto a nivel global pero al poco tiempo quedó sepultada en la vorágine de noticias, rumores y la excesiva información que nos persigue día a día. Tan luctuoso hecho acredita una realidad que no se puede ignorar: los niños son las víctimas más lamentables de los errores adultos, se llamen guerras, intereses, ambición, falta de escrúpulos y un largo etcétera.
La Asamblea de las Naciones Unidas aprobó en 1989 la Convención de los Derechos del Niño, que señala los derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos de todos los niños y que es de “obligado” cumplimiento para los estados. Sin embargo, en pleno siglo XXI, vemos que tal obligación está lejos de ser cumplida. Así, se comprueba que pertenecer a países desarrollados no garantiza al cien por cien un correcto tratamiento de los problemas de la infancia.
No cabe duda que la profundidad de la crisis económica ha influido de forma notable en el empeoramiento de las condiciones de vida de una parte de la población y como es lógico también de los más débiles. Basta ver, en el caso de nuestro país, los informes de entidades como Cáritas o Intermon Oxfam entre otras, cuando no de los propios datos del Instituto Nacional de Estadística.
No cabe insistir más en una realidad que esperemos se afronte con efectividad, priorizando las actuaciones en pro de los más necesitados.
De lo que aquí queremos hablar es de la nueva realidad del estamento familiar en nuestro país, de la necesidad imperiosa de que las familias tomen conciencia de que la educación y el futuro de nuestros hijos comienzan a labrarse desde el calor del propio hogar y de lo decisivo que es no transmitir a nuestros niños modelos y conductas que los adultos vemos como algo normal, sumidos como estamos en una vida apresurada, demasiado materialista.
La educación y el futuro de nuestros hijos comienzan a labrarse desde el calor del propio hogar
Pero también habría que plantearse cómo los padres, acuciados por una vida laboral no siempre satisfactoria, ven limitada su capacidad para dedicar a sus hijos la atención y el tiempo necesarios. No se puede cerrar los ojos ante la evidencia de que la precariedad laboral generará sin duda precariedad vital.
Pero lo más llamativo es que esto ocurra también en familias con estabilidad laboral y económica. Y aquí entramos en un tema del que se habla a menudo en los medios –e incluso en programas electorales- el de la conciliación de la vida laboral, personal y familiar, pero que incomprensiblemente sufre un atasco prolongado a nivel de actuaciones políticas y legislativas. Que nuestros horarios laborales son una rara avis en el contexto europeo es una realidad indiscutible; hay que preguntarse cómo un padre o madre que llega a casa a las ocho de la noche puede ofrecer a sus hijos un tiempo de calidad. Esto es sin duda una fuente de estrés y frustración.
Y esos efectos generan a su vez otros aún más perversos: son muchos los progenitores que intentan aliviar la mala conciencia a base consentir a sus hijos más allá de lo aconsejable. Ver sobre este tema la entrevista que publicamos en esta misma revista con el neuropsicólogo Álvaro Bilbao.
Son muchos los expertos que alertan sobre el creciente número de niños a los que se les administra medicación para combatir el TDA o la hiperactividad
Cabría preguntarse qué funciona mal cuando una sociedad en la que las necesidades materiales están cubiertas en mayor o menor medida y en la que la educación y la cultura están al alcance de la práctica totalidad de los individuos que la componen, es generadora de un buen número de niños con conflictos de todo tipo: psicológicos, con trastornos alimenticios, con problemas de acoso, con una dedicación tal vez exagerada o sin suficiente control paterno a las nuevas tecnologías, etc. Por no hablar de la existencia de familias desestructuradas.
Son muchos los expertos que alertan sobre el creciente número de niños a los que se les administra medicación para combatir el TDA o la hiperactividad, de cuyos efectos son también muchos los que dudan, cuando lo que sería recomendable es atajar el problema en su origen, que en la mayoría de los casos está en el propio entorno familiar.
Primus1. 123rf
Existe también un aspecto en el que conviene incidir, el de la corresponsabilidad. Los tiempos han cambiado, la mujer no es la que era hace años, ama de casa al cuidado de los niños mientras el padre trabajaba. Y en este terreno los varones españoles deben hacer un examen de conciencia porque aún hoy es una realidad que son las madres las que en un porcentaje mayor se dedican al cuidado de los hijos aunque tengan un trabajo remunerado. Se ha evolucionado pero estamos aún lejos de una proporción justa.
Son todas estas circunstancias las que nos indican que la familia nos es algo perfecto e inmutable, está en constante cambio. Baste un ejemplo: un 10% de los núcleos familiares españoles está formado por familias monoparentales.
Se podría afirmar que una familia sobreprotectora puede ser tan perjudicial como una demasiado permisiva. Intentar ocultar a los hijos el lado negativo de la vida, los límites que hay que saber guardar, será a la larga negativo para ellos. Tal vez los padres, criados en ocasiones en un ámbito familiar autoritario, no desean para sus hijos el estricto control que ellos sufrieron, pero con su actitud generan otros problemas tal vez peores.
No existen recetas infalibles, todo estriba en reconocer que las necesidades materiales de los niños no podrán superar nunca a las necesidades afectivas. Mi padre no es el mejor porque me compra todo lo que quiero, es el mejor porque juega conmigo. Tal vez este sea el único secreto.
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