Ingeniería conductual contra el paro
Juan San Andrés
Psicólogo. Director de RRHH de Gómez Acebo & Pombo Abogados
Máster en Dirección y Gestión de Recursos Humanos por el CEF.-
Miembro de la ACEF.- UDIMA
Foto de Stock.xchng
Al día siguiente de conocerse los datos de la última Encuesta de Población Activa, preguntaron a un experto en la radio cuándo se volvería a crear empleo en España. Éste contestó, con la satisfacción de quien conoce la respuesta, que se creará cuando el PIB crezca al 1% de manera sostenida. Tal afirmación viene a ser como decir que creceremos cuando crezcamos. Una tautología.
La prima de riesgo y el déficit público son males de enorme gravedad pero sabemos cuál es la medicina que debemos tomar para aliviarlos. Sin embargo es obvio que ignoramos cómo crear seis millones de puestos de trabajo. Éste es el problema para el que hoy no tenemos aún una cura, y creo que es el más grave. Hasta ahora se han adoptado todas las medidas convencionales para corregirlo: se han proporcionado incentivos a la contratación, se han diseñado formas de contratación facilitadoras , se han ideado formas más ágiles de sanear las empresas para que puedan volver a crecer, se han dedicado miles de millones de euros a la formación profesional, se ha abierto el mercado laboral a operadores intermediarios que ayudaban a sortear las rigideces contractuales de nuestra legislación, han entrado en funcionamiento portales de empleo que mejoran la conexión entre oferta y demanda, etc. Nada, absolutamente nada de esto ha resuelto el problema. Quizás porque ninguna de estas medidas apunta al origen del mal: en España se crean pocos puestos de trabajo en proporción a la población que tenemos. Suena a perogrullada, pero no lo es.
Cuando nos preguntamos si España puede crear seis millones de puestos de trabajo (o cinco, si asumimos que puede haber un millón de empleos en la economía sumergida), estamos cayendo en una trampa semántica y conceptual. Los países no crean puestos de trabajo, sino sus ciudadanos. Ahora sí estamos acercándonos a una formulación legítima del problema. ¿Por qué en España hay una generación insuficiente de puestos de trabajo? Una hipótesis plausible es que aquí hay menos personas que desean crear empresas -emprender- que en otros países. No tengo datos con validez científica, sólo barajo alguna hipótesis. Considero que las actitudes colectivas dominantes en España acerca del emprender y de los emprendedores son neuróticas y paralizantes: los empresarios son a menudo denostados, se les suponen intenciones aviesas, pero se les exige (especialmente los sindicatos) que creen más puestos; la gente reclama puestos de trabajo privados pero el deseo de la mayoría es poder ser funcionario. Ser empresario no es algo socialmente deseable. El medio no es fértil para “cultivar” iniciativas empresariales.
Las empresas las crean personas que desean hacerlo y se sienten con la capacidad para ello. Las semillas de las que nacen las empresas son las actitudes que los niños absorben y desarrollan acerca del significado de crear cosas y hacer negocios con ellas. Necesitamos injertar, en niños y en adultos, actitudes renovadas que provoquen que más personas deseen emprender y que consigan que la sociedad valore a los emprendedores. La ingeniería conductual a la que me refería en el título debe orientarse al diseño de las actividades educativas y sociales que originen las nuevas actitudes y promuevan y consoliden los nuevos comportamientos. Para ello se deben planificar en detalle los comportamientos que hay que fomentar, las recompensas que se implementarán y las circunstancias en las que se aplicarían, los modelos que se van a utilizar, etc.
A las trabas administrativas, legales y económicas, hay que sumar una eficaz desincentivación subliminal del espíritu empresarial y de la creación de empresas: por eso creamos menos puestos de trabajo de los necesarios
Los educadores y los psicólogos saben muy bien que para desarrollar nuevas conductas y alcanzar resultados superiores en cualquier ámbito es necesario fomentar actitudes positivas y favorecedoras, poder imaginar el nuevo escenario (en el que se alcanzan ya mejores resultados), mostrar ejemplos concretos y abundantes de los comportamientos que se quieren construir y, finalmente, reconocerlos y premiarlos cada vez que aparecen. No podemos enfrentar el futuro con un bagaje de ideas, prejuicios y actitudes que proceden del pasado y que son disfuncionales. Dos cifras dan constancia de ello: el 25% de paro y el 58,6% de Tasa de Actividad en 2010 (esta tasa refleja el porcentaje de personas que declaran querer trabajar entre los 16 y los 64 años). En Suecia alcanza el 72,7%; en Holanda, el 74,7%, y en Japón, el 70,1%). Hemos de sustituirlos por otras disposiciones mentales que nos permitan salir de una vez por todas del atolladero.
Claro que hay que incentivar económicamente la creación de empresas y de empleos, que hay que ayudar -con mucha inteligencia- a la formación, que habría que homologar nuestros costes de Seguridad Social a los de otros países, pero si no actuamos sobre el problema en su origen, su tratamiento será incompleto.
Yo propondría un plan práctico inicial que comenzase por la educación, incluyendo talleres de innovación aplicada a objetos cotidianos en la ESO. Por ejemplo, que los niños vieran películas sobre emprendedores y mantuvieran charlas con ellos. En las universidades, los profesores con experiencia empresarial serían más numerosos. Los medios de comunicación tendrían que otorgar mayor cobertura a las iniciativas innovadoras y a sus protagonistas, etc. El mundo de la cultura español acogería al hecho emprendedor y a sus artífices. Debemos entender que sin emprendedores no habrá empleos y que sin empleos un país no tiene futuro. Merece la pena poner a trabajar un nuevo enfoque contra el paro.
Este artículo fue publicado el pasado 6 de enero en ABC Empresa y se reproduce con su autorización.