Luis María Anson

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Luis Miguel Belda García
Director de Comunicación del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.

Entrevista

"Las principales funciones de un periodista son administrar el derecho ciudadano a la información y ejercer el contrapoder"

Miembro de la Real Academia Española desde 1998, Luis María Anson es un prolífico escritor y periodista que dirigió la Agencia EFE en plena Transición Española y, a posteriori, el diario ABC durante 14 años, donde destacó su línea editorial de apoyo a la monarquía española. No en vano, fue miembro del Consejo Privado del Conde de Barcelona, Don Juan de Borbón, y secretario de Información de su Secretariado Político.

Tras su paso por ABC, centenario rotativo que modernizó, fue designado presidente de Televisa España, cargo en el que permaneció un año hasta su nombramiento como presidente del Consejo de Dirección del diario La Razón, que cofundó. En 2005 pasa a dirigir el suplemento El Cultural en el diario El Mundo y en 2008 funda y preside, desde entonces, el rotativo digital El Imparcial. Como escritor, junto a distintos ensayos políticos, destaca su "Antología de las mejores poesías de amor de la lengua española".

Nadie podrá decir que no ha recibido los principales galardones que puede recibir un periodista: el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, los premios de periodismo Luca de Tena, Mariano de Cavia, Víctor de la Serna y González-Ruano. También ha sido distinguido con el Premio Nacional de Literatura y el Premio Nacional de Periodismo. De entre los últimos galardones, el reconocimiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA. Y de periodismo, su pasión, también la del entrevistador, empezamos a hablar.

La Real Academia, de la que usted es miembro, define la voz periodismo como “Actividad profesional que consiste en la obtención, tratamiento, interpretación y difusión de informaciones a través de cualquier medio escrito, oral, visual o gráfico”. Todo muy correcto, pero si le encargaran modificarla, ¿cuál sería la nueva definición que elegiría para esta profesión, si es que lo ve oportuno?

El profesional del periodismo es aquel que decide el contenido del periódico. Como el arquitecto es el que decide la estructura del edificio y luego hay colaboradores que hacen los mosaicos, el mobiliario, los adornos, etcétera. En nuestra profesión el jefe de la página de sucesos está haciendo periodismo cuando decide qué va a ir ese día o bien en la radio el énfasis que va a tener una noticia o en la televisión el formato que adopte, y hoy en los periódicos digitales exactamente igual.

Yo creo que nuestra profesión, aparte de lo que dice el Diccionario, que está muy bien definida, es, sustancialmente en los periódicos, no quien escribe, pues puede escribir Ramón y Cajal, que no era un periodista y colabora en la sección de ciencia; el periodista es, como digo, al que decide el contenido del periódico.

En este sentido, el periodista tiene dos funciones esenciales, una es la administración de un derecho ajeno, que es el derecho de la información que tiene la ciudadanía, y el otro es el ejercicio del contrapoder, que es elogiar al poder cuando acierta, criticarle cuando se equivoca y denunciarlo cuando abusa. Y no solo al poder político, también al económico, al religioso, al universitario, al cultural o al deportivo, entre otros. Dicho eso, la función más importante del periodista es la búsqueda de la información. El periodismo que me ha producido más satisfacción ha sido el de la agencia EFE, porque ahí descubrías que una noticia había que seguirla como un sabueso, con las narices pegadas a la tierra hasta que la descubrías, la contrastabas con un mínimo de dos fuentes, que, si pueden ser tres, mejor, y la lanzabas al vuelo.

Eso no ha cambiado. Lo único que ha cambiado hoy es la tecnología, que ha mejorado la difusión de ese esfuerzo que hace el periodismo profesional para conseguir información. Y eso no se modificará en el futuro.

¿Cuáles son los riesgos a que se enfrenta esta profesión en la actualidad?

El problema al que se enfrenta la profesión es el mismo que afecta a los médicos: en España hay doce mil curanderos, que tienen sus propias consultas. Pues para el caso del periodismo, en la mayoría de tertulias casi nadie de los que participan son periodistas. El problema que arrastra nuestra profesión es la deontología profesional que solo aprendes en la universidad.

De la universidad el periodista tiene que salir con el convencimiento de la importancia que tiene nuestra profesión en la sociedad y de la responsabilidad que tenemos. Hay mucho curanderismo, pero el profesional formado universitariamente normalmente responde a los criterios deontológicos que ha aprendido en la universidad.

Setenta años como periodista dan para analizar la evolución del periodismo en este tiempo. ¿Cómo ve este oficio a día de hoy?

El periodismo de hoy es muy superior al periodismo en el que yo empecé, esa es la realidad. La gente tiene una formación mucho mayor y una exigencia enorme, hay una competencia terrible. Ahora bien, hay una falta de criterio que hay que aclarar. Nuestra profesión es una ciencia de información periódica y es un arte, que es la creación literaria, de la belleza a través de la palabra, y entonces lo que siempre repito: todos los poetas son escritores, pero no todos los escritores son poetas; todos los novelistas son escritores, pero no todos los escritores son novelistas; todos los periodistas son escritores, aunque no todos los escritores sean periodistas.

Prueba de que el periodismo es un género literario, como lo es la poesía, el teatro, la novela o el ensayo son Azorín, Herrera Oria, Pedro Rodríguez, Unamuno, Ortega y Gasset, Cavia o Valle Inclán, de los que la mayoría de su producción está publicada en los periódicos, o un porcentaje muy alto, como fue el caso de José María Pemán.

¿A qué atribuye usted que la prensa tenga tan “mala prensa”?

Lo que llamo el “curanderismo” en la profesión, personas que ejercen como periodistas sin serlo. Aunque no pasan del 10 o el 12 %, sí hacen un daño enorme porque son los que se dedican al periodismo de la insidia que es lo que hoy está preponderando, por ejemplo, en un medio de comunicación tan potente como es la televisión, donde se dedican al bulo, a la calumnia y todo eso hace que se produzca ese rechazo.

Por otro lado, existe una convergencia entre el periodista y el político y, por ello, el primero está sufriendo el desprecio de la opinión pública hacia el político. Porque al lado de los políticos están siempre unos periodistas que muchas veces lo que reflejan es lo que le interesa al político y de todo eso se da cuenta la opinión pública. Aun así, en los años veinte del siglo pasado, donde ya había un periodismo de gran envergadura, como el ABC o La Vanguardia, ya entonces el periodista era todavía el chico de la prensa.

Hoy no, el periodista es el doctor en Ciencias de la Información y tiene una presencia en la vida social e intelectual de la nación de primer orden. Ese cambio ha robustecido nuestra profesión enormemente. Y prueba de ello es que, en estos momentos, somos ya la profesión en que, cuando se hacen los exámenes de cualificación en la universidad, la gente elige Periodismo, por encima de Derecho. Es decir, que la gente sigue entendiendo que el periodismo es una profesión clave en la vida nacional y que uno quiere ser periodista en los diferentes ámbitos en que trabaja hoy.

Así que, al igual que al César, larga vida al periodista…

No soy escéptico en eso. Es evidente que seguiremos teniendo una crítica muy potente, porque son muchas las patrañas, las mentiras, calumnias e insidias que se deslizan en los medios de comunicación, y en consecuencia, claro que se produce una reacción frente a eso, pero luego, al final, quien está formando la opinión de la gente para consumir, para comprar, para votar es el periodista, es el periodismo.

Sé que es una pregunta recurrente, pero ¿qué le diría usted a un estudiante de periodismo que se matriculó por vocación, pero a quien casi todo el mundo le dice que le va a costar encontrar un empleo de lo suyo en estos tiempos?

Eso mismo ocurre en casi todas las otras profesiones. Tú estudias Derecho, Arquitectura o Ingeniería Industrial y tienes las mismas dificultades, con una diferencia, que es que en el periodismo se han abierto unos cauces nuevos de trabajo profesional, que no son los que a mí me gustan más, pero que ofrece también oportunidades para ejercer las principales funciones de un periodista. Hoy, casi todas las empresas tienen un servicio de prensa, todos los partidos, las instituciones de envergadura, hasta la Real Academia tiene su servicio de prensa.

Antes había un 10 % de jóvenes que iba a la universidad, pero hoy tienen acceso un 50 % y, naturalmente, eso ha hecho que las distintas profesiones tengan luego mucha dificultad de colocación. ¿Cuántas veces nos encontramos con el abogado que trabaja como camarero en un restaurante? Al final, uno tiene que hacer codos y ser mejor que los demás.

Porque, en el caso del periodismo, cuando eres mejor que los demás, eres capaz de conseguir exclusivas, de contrastar muy bien las noticias, o bien tienes pluma para escribir artículos con profundidad y belleza literaria. En esos casos, naturalmente que le ganas a los demás y tienes colocación.

Lo que no hay que hacer es desilusionar a la gente diciéndole que no va a encontrar trabajo. Lo que hay que transmitir es que vas a encontrar trabajo si lo haces bien. La mayor parte de nuestros compañeros han encontrado trabajos de becarios durante el verano y los que lo han hecho bien se quedan, y los que no, son los que se quedan sin trabajo y se tienen que dedicar a montar una panadería.

¿Sigue viendo el periodismo como algo romántico, vocacional… una cosa de artistas como se decía antes?

Hay tres profesiones que son especialmente vocacionales, que son el periodismo, la medicina y el sacerdocio. Si no tiene usted una vocación real, el periodismo es una fuente de sinsabores, de peligros, de humillaciones, de vejaciones… es terrible y, cuando de pronto me hacen corresponsal de guerra y acudes a ella, te das cuenta lo que eso significa: que no soy un soldado, y sin embargo, estoy sufriendo más peligros, generalmente, que el propio soldado. El que tiene esa vocación rechaza todo para seguir esa vocación.

¿Qué le viene a la cabeza cuando baja al kiosco y ve que muchos han cerrado, otros se han reconvertido en tiendas de chuches o souvenirs, y los que permanecen apenas tienen unos cuantos ejemplares?

Han cambiado las tecnologías. De la misma manera que cuando apareció la radio los periódicos impresos sufrieron un gran embate, aunque luego se impusieron y continuaron, y cuando apareció la televisión sufrió la radio y el periódico impreso. Ahora han aparecido los periódicos digitales y las redes sociales y están sufriendo todos los demás medios. Lo único que puedo decir es que los grandes periódicos digitales tienen hoy unas visitas diarias muy superiores a la venta que tenían antes.

Hoy los grandes rotativos los ve mucha más gente que los veía antes en la mejor época. Por lo tanto, es muy triste ver que la tecnología está terminando con el periódico impreso, aunque no creo que vaya a desaparecer del todo; permanecerá, pero es verdad que un periódico que vendía 400.000 ejemplares se quedará ahora en 40.000. Eso es cuestión de muy pocos años, pero si se hace muy bien, perdurará, y si no, no lo hará.

Por cierto, a usted en las redes sociales, una de las herramientas que hoy son imprescindibles para un periodista, ni está ni se le espera, a diferencia de un colega suyo en la Real Academia, también periodista, como es Arturo Pérez Reverte, muy comprometido en este ámbito ¿Por qué no participa en este ámbito?

En efecto, en las redes sociales no estoy ni se me espera. Aunque como periodista las consulto todo el día. Es una fuente y un avance extraordinario, otra cosa es que algunos pensamos que, cuando has hecho un trabajo intelectual de cierta envergadura, ponerse en boca de gente que no puede entender eso lleva a que muchos, como yo, hayamos rehuido de aparecer en dichas redes sociales.

Usted representa la letra eñe en la Real Academia, la que mejor define a España en el mundo, pero ¡anda que no costó, y cuesta, que internet la respete y tenga en cuenta!

Ahí estamos trabajando mucho y por lo menos hay un 50 % de productos con inteligencia artificial que emplean la ñ. Tanto la española como las academias americanas están haciendo un enorme esfuerzo para que se reconozca esa singularidad que tiene el alfabeto español, que, además, es una singularidad de modernidad, porque España es g y n para los franceses y para los portugueses nh. Es verdad que hay muchos ordenadores, a lo mejor, en el mundo el 50 % todavía se hacen sin la ñ, pero el resto sí.

Algunos advierten en los últimos años en la Real Academia un exceso de aceptación de nuevos modismos, jergas, voces… ¿Cuál es, a su juicio, el límite, si es que hay que fijarlo, entre conservar y proteger, por un lado, y ser demasiado aperturistas, por otro?

Efectivamente, hemos aceptado con exceso esos nuevos modismos y, sobre todo, neologismos y anglicismos. Para eso, en la tradición de la Academia hay que esperar al menos entre cinco y diez años. Del Diccionario Cheli de Paco Umbral, que prologó el director de la RAE en su momento, Fernando Lázaro Carreter, de su contenido no quedan más de cien palabras. Todas las demás se han dejado de usar. Eso quiere decir que vamos a esperar unos años antes de incorporar esas expresiones en la Academia.

Lo que pasa es que la Academia se ve acuciada precisamente por los medios de comunicación, por que no quieren emplear otras palabras que sustituyan esas nuevas expresiones, como la fake news, cuando en este último caso tenemos una palabra mucho mejor, que es bulo.

Personalmente defiendo que haya una resistencia a las presiones sociales para que se acepten estas nuevas expresiones, palabras o modismos. Es verdad que
en este momento el inglés es el 70 % en internet. Pero no olvidemos que el gran tesoro cultural de España no es ni la pintura, la escultura, ni la literatura, ni el periodismo: es el idioma. Tenemos un idioma maravilloso que es el segundo del mundo y cada vez es más reconocido y socializado.

El segundo país hispanohablante en este momento es Estados Unidos, que tiene 62 millones de hispanohablantes, más que España, y solo debajo de México, que tiene 120 millones. Además, la buena noticia es que ahora ya no se va a perder el idioma en Estados Unidos, porque antes se perdía en la tercera generación, pero ahora la gente que vuelve a su casa, aunque no saben escribir ni leer en español, porque en la escuela y en la universidad aprendieron en inglés, sin embargo, quieren ver en la televisión películas, telenovelas y series en español. Eso garantiza que no se vaya a perder el idioma español.

Por eso te da un poco de risa cuando aquí quieren imponer el valenciano o el bable. En Asturias quieren imponer un idioma, el bable, que hablan 25.000 personas frente a 580 millones de hispanohablantes. Si es que lo hablan, porque el bable es una adulteración del castellano, nada más que eso.

El catalán lo hablan 3 millones de personas y con ese idioma ¿a dónde va usted? Y a cualquier sitio que llegas en el mundo, en los hoteles, por ejemplo, siempre encuentras a alguien que conoce el idioma español.

¿Se habla y escribe bien en España? Da la sensación de que anteriores generaciones, con menores oportunidades de formación, presentaban curiosamente mejores maneras a la hora de comunicarse, o al menos hacían un esfuerzo mayor por ocultar sus deficiencias, algo que no parece importar ahora.

Creo que los sistemas educativos de los últimos 30 años han sido muy negativos no solo para el idioma, sino para la cultura en general. Es decir, la idea que tiene hoy de Lope de Vega, de Quevedo, de Gracián o de Rubén Darío un universitario te da pena. Creo que la clave está ahí, en que tal vez se ha extendido muy deprisa y facilitando mucho la educación, y al final no hay una educación rigurosa.

Por lo tanto, eso responde a una realidad muy triste, que es que ni se escribe bien ni se habla bien. No tienes más que poner la radio. Hay políticos, sobre todo en las distintas provincias españolas, que cuando intervienen en la radio o la televisión se da la circunstancia de que los jugadores de fútbol hablan mejor que ellos. Y eso hay que arreglarlo con una exigencia en la educación que hoy se ha perdido.