Macron président
Carlos Díaz Marquina
Abogado Socio de Díaz Marquina Abogados
Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por el CEF.-
Miembro de la ACEF.- UDIMA
Carloszk. Rgbstock
(Artículo escrito en colaboración con Javier Díaz Monge, estudiante de último curso de Derecho y Ciencias políticas de la Universidad Autónoma de Madrid).
Hace décadas se decía que los franceses tenían el corazón a la izquierda y la cartera a la derecha. Por eso se repetía el triunfo en primera vuelta de la izquierda y el definitivo, en la segunda, de la derecha.
Pero el mundo cambia. Francia, también. El primer cambio se produjo en la primera vuelta, donde los socialistas y la derecha fueron sepultados por la ultraderecha de Marine Le Pen y el centro casi recién formado de Macron, cuyo partido, En Marche, carecía de representación parlamentaria. ¿Un presidente sin asientos en el poder legislativo? Era rizar el rizo de la cohabitación que ya se había producido en el pasado.
Inmediatamente después de cerrar el escrutinio en la primera vuelta, los otros candidatos, los demás partidos europeos e incluso la Unión Europea, mostraban su apoyo a Macron y sentenciaban a Le Pen, aunque sin tomarse confianzas. La duda estaba en el porcentaje por el que ganaría. Al final, el 66,10 % del electorado se decantó por Macron, el 34,90% por Le Pen, el 25,44% de los franceses decidió abstenerse, todo un récord, y el 11,47% de los votos fueron nulos o en blanco, otro récord negativo sobre el que habría que profundizar y que estimamos es un voto de castigo al sistema.
Es la primera vez que observamos cómo las instituciones de la Unión Europea se posicionan claramente a favor de un candidato sin restricciones ni tapujos. De un tiempo a esta parte venimos observando que las elecciones en los países que apadrinaron el nacimiento del proyecto europeo son un constante enfrentamiento entre un devenir europeo o la destrucción del mismo. Ya lo vimos en Holanda y hace unos meses en Gran Bretaña con el Brexit, la apertura del proceso de salida de este país y la convocatoria de elecciones por parte de la nueva primera ministra surgida de ese proceso, Theresa May.
Es la primera vez que observamos cómo las instituciones de la Unión Europea se posicionan claramente a favor de un candidato sin restricciones ni tapujos
Le Pen heredaba el desafío de su padre, Jean Marie. Su partido defendía todo lo políticamente incorrecto, empezando por la xenofobia y acabando por su marcado antieuropeísmo. Simbolizaba el cabreo del ciudadano francés que contemplaba impotente cómo su país ardía con los atentados, perdía peso en el entorno internacional y menguaba económicamente. La grandeur francesa se difuminaba y los ciudadanos expresaban su malestar con el voto de castigo que significaba el Frente Nacional. Le Pen abandonó entre medias de ambas vueltas la presidencia de su partido para captar un mayor espectro de electores.
Es curioso que en el país de la Ilustración, donde antaño se fraguaron grandes revoluciones para la consecución de derechos, y donde surgió aquel lema de libertad, igualdad y fraternidad, se haya tenido que apelar a esos mismos motivos actualmente. Quién nos iba a decir que más de dos siglos después estos tres principios siguen siendo el eje del discurso político para enarbolar los sentimientos de los franceses. Quizá volver al origen no sea retroceder, sino volver hacia el saber. Porque ese es el verdadero tránsito al que se enfrenta Francia: defender los principios básicos que siempre Francia ha tomado como bandera o desecharlos: transgredir la libertad, quebrar la igualdad y dinamitar la fraternidad. Cada uno debe jugar con sus armas, pero nunca jugar con el miedo será más poderoso que decidir con el corazón.
Podemos alegrarnos de que haya ganado Macron y la cordura que ello significa, pero Macron habrá de leer en los mensajes de los electores de su contrincante y dar soluciones a los problemas de los franceses que Le Pen convirtió en su programa y pretendía resolver a base de sartenazos. Ignorarlos puede costarle una repetición del escenario del mandato de su antecesor, Hollande, del que fue ministro de economía, que no pasará al panteón de grandes estadistas.
La sensación del ciudadano francés, y el europeo, es que el sistema vigente está agotado y que son necesarias nuevas y coherentes ideas para mantener lo que tanto trabajo ha costado crear. La sensación de muchos (entre otros, los jóvenes) es que el sistema les es ajeno y que les penaliza y aleja del bienestar. Por eso se aferran a clavos ardiendo como Le Pen u otros partidos populistas. Necesitamos hombres de estado, no charlatanes en los gobiernos que busquen su interés y no el del ciudadano.
Los medios han exaltado al que será el presidente más joven de la Quinta República, 39 años. Se ha hablado de rescatar a su país y refundar Europa y se ha hablado de él como el fenómeno más explosivo de los últimos años. Como destacaba Almudena Grandes, en nuestro país vecino existe una clara “escisión entre militantes sin dirigentes y dirigentes sin militantes”, algo que deberá corregir.
Francia merece algo más. Europa y el mundo, también.
Otros artículos del autor: