Mentiras arriesgadas
Carlos Díaz Marquina
Socio de Díaz Marquina Abogados
Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por el CEF.-
Miembro de la ACEF.- UDIMA
Escrito en colaboración con Javier Díaz Monge. Estudiante de último curso de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid
Geralt. Pixabay
La intervención de agencias rusas durante el conflicto de Ucrania supuso el inicio de una práctica que se prolonga más recientemente con la manipulación de diez millones de cuentas durante la campaña de las presidenciales de Estados Unidos o el papel que las redes sociales han tenido durante los acontecimientos vividos en Cataluña en los últimos meses con el objetivo de socavar la democracia occidental y que tienen un denominador común: las noticias falsas.
La propaganda, la difusión de información falsa o no contrastada con fines espurios o la contratación de profesionales de los medios a favor de una tendencia política no es algo nuevo. Durante la Guerra Fría fue un instrumento eficaz utilizado por ambos bloques. Sin duda, lo que ha cambiado es el medio: las redes sociales.
El periodismo tradicional, tanto en medios escritos como en radio y televisión, soporta unos controles que, si bien no garantizan la veracidad de la información, sí que buscan contrastar los contenidos, en muchos casos para evitar acciones judiciales que puedan conllevar importantes indemnizaciones. Evaluar la credibilidad de la información, establecer pautas para detectar falacias o analizar el iter de la noticia, son algunas de las funciones de las redacciones tradicionales. Ese contraste de la información parece desaparecer con las nuevas tecnologías, donde trazar el origen de la noticia puede ser muy complicado o terminar en cuentas automatizadas en redes sociales. Ese supuesto anonimato ha conducido a situaciones reñidas con nuestros valores básicos.
Las redes sociales son inmediación. La rapidez con que se difunden las noticias, muchas veces sin control alguno y creyendo que es un cauce privado entre amigos o conocidos, implica en muchas ocasiones la ausencia de espíritu crítico, algo que toma en consideración quien emprende la batalla mediática. En esta batalla, los “nuevos soldados”, quienes difunden información falsa a través de usuarios de identidad inventada, reciben el nombre de trolls, y las agencias son conocidas como granjas de trolls.
Pecadores de la verosimilitud de la información, hemos hecho que la inmediatez y la influencia de los trolls ganen la partida. Veracidad frente a rapidez. Es la paradoja de un mundo hiperconectado en el que, mientras contamos con multitud de medios a nuestro alcance a golpe de ratón, somos más vulnerables a recibir información falsa. Quién diría que a mayor información también mayor desinformación.
Tomemos un caso reciente y cercano, el de Cataluña. El mismo día 1 de octubre y los días inmediatamente posteriores vieron cómo las redes se inundaban de fotos, vídeos, mensajes y todo tipo de informaciones. No fue hasta varios días después cuando se detectaron manipulaciones. Los desmentidos llegaban tarde y su impacto fue sensiblemente inferior al de los mensajes que desvirtuaban. El mundo se hizo una idea de aquellos hechos que no cambió pese a rebatir muchas de esas falsas noticias. El problema de la autenticidad de la información radica en que, plantada la semilla de la mentira, esta siempre va a planear y a acaparar más el foco haciendo creer que, incluso leyendo algo veraz, quede la duda de si es mentira. Una vez más, el medio es el mensaje y cualquier mensaje que llegue del medio que comparte nuestra afinidad será aceptado. La desinformación y la manipulación serán, por tanto, la tónica.
Mientras contamos con multitud de medios a nuestro alcance a golpe de ratón, somos más vulnerables a recibir información falsa
Hace pocas semanas, la Universidad de Michigan celebraba un curso bajo el título Fake news, facts and alternative facts (Noticias falsas, hechos y hechos alternativos) que demostraba la honda preocupación por este tema y sus implicaciones en todo el mundo. El 20 de noviembre de 2017, El País publicaba un artículo en que el Centro de Comunicación Estratégica de la OTAN aconsejaba a España que se protegiera frente a las injerencias rusas. El Kremlin basculaba hacia Occidente en su política de desinformación, que no buscaba alentar la independencia pero sí debilitar a la Unión Europea y la OTAN. Demostrar que el sistema democrático occidental era decadente y que acusaba los mismos problemas que sufría Rusia era su objetivo. Recientemente, ha dado origen a una nueva Estrategia de Seguridad Nacional.
Nos encontramos con dos elementos y una disyuntiva: libertad de expresión, como libertad de información y prensa, versus censura y supuesta seguridad. Las libertades en el ámbito democrático pueden conducir a un mal uso y a una guerra informativa que busca desprestigiar y desestabilizar la sociedad democrática, que se vería obligada a autorizar algo como la censura aunque pudiera ir contra sus valores.
En política, saber utilizar los medios de comunicación aporta una ventaja. Pero nunca se deben rebasar determinadas líneas, siempre difusas, que habrá de definir la sociedad. La riqueza de los medios debiera ser que, sin querer imponer una sola verdad, presente argumentos veraces y opiniones diversas que allanen el camino a quien quiere estar informado.
Controlar y eliminar el caos sería el objetivo. Cómo conseguirlo es la gran pregunta. Ahora bien, entonces, ¿se cree todo lo que ha leído?
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