65 años del Plan Marshall
Javier de la Nava
Profesor del CEF.
Foto de Stock.xchng
Este artículo ha sido publicado previamente en el diario Expansión.
El 5 de junio de 1947, en la Universidad de Harvard, el entonces secretario de Estado norteamericano, George C. Marshall, pronunció su famoso discurso con las líneas maestras de lo que poco después constituyó el Plan que lleva su nombre y con el que ha pasado a la Historia. Meses antes, sendos informes firmados por Dean Acheson y por Will Clayton orientaban al presidente Truman sobre la necesidad de una urgente ayuda que salvara la delicada situación económica europea y por extensión la supervivencia de sus democracias. Dichos trabajos constituyen el núcleo de la propuesta marshalliana, en cuya parte central se afirmaba: “Nuestra política no va dirigida contra ningún país o doctrina, sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos”. Humeantes los restos de la devastada Europa, Stalin se negó a recibir la ayuda ofrecida por los norteamericanos. La negativa soviética, y la de sus Estados satélites, a participar en la recuperación no es una consecuencia de la guerra fría, como tantas veces se ha dicho, más bien constituye uno de sus argumentos originales del nacimiento de la misma.
A la vista de las cifras que hoy se declaran para afrontar la crisis financiera actual, resulta irrisoria la inversión de trece mil millones de dólares, que actualizados superarían hoy cien mil millones, aprobadas por el Congreso de Washington como ayuda a Europa en 1947. En el texto legislativo de aprobación se establecía la unidad europea como imprescindible requisito para recibir la ayuda. No es por lo tanto descabellado colegir que el mismísimo Tratado de Roma es “hijo putativo” del Plan Marshall. A lo largo de cuatro años, los mismos que dura el presente caos bancario, lo recibido entonces, mitad en concepto de subvenciones, constituyó la base del milagro económico euroccidental durante las décadas de los cincuenta y de los sesenta, además de los cimientos del Estado del Bienestar, hoy seriamente afectado. La recuperación conseguida y posterior integración alcanzada en el viejo continente fueron, en parte, resultado del egoísmo inteligente de Estados Unidos. Altruismo e intereses económicos se dieron la mano, aunque para los norteamericanos primaba el temor a que el gigante soviético absorbiera Europa. La ayuda funcionó según los términos previstos por promotores e inspiradores, tanto para provecho de donantes como de beneficiarios, si bien fueron el sacrificio y el esfuerzo de los europeos donde se asentó la posición de fortaleza a nivel mundial, vanguardia que hoy la crisis pone en entredicho.
Europa, hoy más que nunca, está necesitada de medidas que propicien una corriente de optimismo, que los ciudadanos demandan a gritos a sus dirigentes
Existen evidentes diferencias con la situación vivida hace 65 años, pero las similitudes en los efectos que provoca la crisis en la economía eurocomunitaria, avala la inquietante referencia histórica que en los últimos meses aparece incluso en documentos oficiales de la Unión, “una especie de Plan Marshall es necesaria” señala Bruselas. Se llame como se llame, “lo importante no es el nombre de las cosas, sino lo que significan” decía Antonio Machado, es preciso estimular ya el crecimiento en los países más castigados, pues sin crecimiento no hay empleo. También es evidente que los derroteros por donde discurrieron anteriores Proyectos de Apoyo al Crecimiento no han sido los más adecuados, a la vista de su repercusión en el déficit público, consecuencia más de su inadecuada materialización que de su filosofía conceptual, en especial en nuestro país. Ahora se trata de conseguir políticas de crecimiento sin aumentar la deuda, fomentar inversiones que propicien “economías de escala”. La Agenda por el Crecimiento, como la denominó recientemente la canciller alemana, pasa por reformar el funcionamiento de instituciones como el Banco Europeo de Inversiones (BEI), creado para facilitar inversiones públicas y privadas. Para ello pide prestado dinero en los mercados de capital y lo presta, a su vez, a bajo tipo de interés a proyectos destinados a mejorar infraestructuras, suministro de energía o medioambiente. Crecer y crear empleo.
La estabilidad del sistema financiero, siendo una condición necesaria, no garantiza el logro del desarrollo económico si no va acompañada de un plan anti-recesión que posibilite recuperar la producción y el empleo. Deben superarse los prejuicios y convencerse que las políticas de estímulo al crecimiento económico son compatibles con la estabilidad fiscal y el control del déficit y de la deuda. Europa, hoy más que nunca, está necesitada de medidas que propicien una corriente de optimismo, que los ciudadanos demandan a gritos a sus dirigentes. Algo parecido a lo que hace 65 años significó el Plan Marshall.