La economía de guerra familiar
Juan José Pintado Conesa
Profesor de Economía del CEF y de la UDIMA.
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Últimamente se viene utilizando frecuentemente el término “economía de guerra” para referirse a los tremendos esfuerzos que las familias han de afrontar, como consecuencia del paro, rebajas salariales, recortes y subida de impuestos que padecen.
En realidad, se denomina economía de guerra a la que se aplica en momentos históricos de fuertes convulsiones violentas, sean o no conflictos armados, y que tiene por objeto mantener el funcionamiento de las actividades económicas indispensables para un país, procurar el autoabastecimiento, desincentivar el consumo privado, garantizar la producción de alimentos y controlar la economía nacional desde el Estado.
Es por similitud, y básicamente con referencia a los esfuerzos que han de realizar las familias para mantener sus indispensables consumos, por lo que se ha recurrido a este término.
Definido el concepto, en un principio a algunos su uso pueda resultar exagerado, sin embargo, la realidad se impone “de sobresalto en sobresalto” para la mayoría de los consumidores: ¿cuántos han dejado de comer en el comedor de la empresa, o en el restaurante próximo el menú de día? y acuden al centro de trabajo con su tupper…Los responsables de las cafeterías se han puesto a temblar… 15-20 comidas menos al mes es un trabajador que se va a la calle.
Los responsables de las agencias de viajes han comenzado a anular vacaciones ya contratadas o a renegociar los días, eliminando los posibles “extras”. El volumen de negocio baja y muchos trabajadores han vuelto a las clásicas estancias en su pueblo.
Las tiendas de moda y grandes almacenes ya no saben qué ofertas hacer. Ni con las rebajas el nivel de compradores supera al de “mirones”. Hasta los taxistas tiemblan. Si ya tenían escasa clientela, pasando horas y horas gastando combustible en busca de un pasajero, asumen que van a pasar muchas horas en las paradas y que tendrán que hacer dos “horitas” más de jornal cada día para sacar lo que ganaban hace años.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha publicado cuatro encuestas esenciales para conocer el impacto de la crisis en las familias españolas, con una conclusión unánime: son más pobres que antes.
Se trata de la Encuesta de Condiciones de Vida, que indica que los ingresos medios de los hogares fueron menores en 2011 que un año antes, y que más del 21% de la población residente está por debajo del umbral de riesgo de pobreza.
De la misma forma, la Encuesta de Estructura Salarial de 2010 señala que el salario bruto medio anual fue de 22.790 euros, teniendo el País Vasco el más alto y Canarias el más bajo.
También la Encuesta de Presupuestos Familiares de 2011, muestra que el gasto medio por hogar disminuyó, siendo de nuevo Canarias, más Extremadura y Murcia, las zonas con menores gastos por persona.
Finalmente, la Encuesta de Población Activa del tercer trimestre de este año, indica un nuevo record en la tasa de paro: el 25,02%.
Ninguna de las cuatro encuestas manifiesta un cambio de tendencia significativo respecto a las anteriores, sino que lo aceleran. De ahí que se diga que “en muchos hogares se ha instaurado una auténtica economía de guerra familiar”, reduciendo de forma importante la capacidad de gasto y de consumo de los españoles.
La Encuesta de Condiciones de Vida indica que los ingresos medios de los hogares fueron menores en 2011 que un año antes, y que más del 21% de la poblaciónestá por debajo del umbral de riesgo de pobreza
Su impacto no se está distribuyendo equitativamente en la población. Como todo, se trata de “un juego de suma cero”, y hay perdedores y ganadores: la población en edad de trabajar, especialmente en los hogares con niños dependientes, está llevando la peor parte. Los duros ajustes a los que se está sometiendo a la economía del país han reducido especialmente la capacidad de gasto y de consumo de aquellos que dependen de las rentas salariales, las más fáciles por otra parte de controlar fiscalmente.
Por el momento, los mayores parece que no muestran más dificultades de las que ya podían tener, y en muchos casos están proporcionando ayuda material y cuidado a sus hijos y nietos, sosteniendo de esta forma el menor bienestar colectivo. La red de apoyo familiar es altísima, de las más altas del mundo. El mayor problema lo tienen quienes no cuentan con esa solidaridad familiar.
Por otro lado, territorialmente, han aumentado las desigualdades y disparidades, ya que aquellas comunidades con menor desarrollo económico están sufriendo mayores dificultades. De esta forma, se está deshaciendo la solidaridad interregional que consagra la Constitución. La cohesión social de la sociedad en su conjunto está en juego.
Desgraciadamente, parece que España camina aceleradamente hacia el “vagón de cola” de Europa. Frente a la necesidad de un Estado que garantice unos niveles de renta y bienestar al conjunto de la población, la situación es todo lo contrario: el Estado retrocede.
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Para muchas personas “al cinturón ya no le quedan agujeros”, entre ellos bastantes funcionarios, padres de familia, que han visto cómo su salario, ya congelado desde hace años, se ha ido recortando de forma dramática en los últimos meses (entre un 25 y un 30%) al tiempo que, incluso, han tenido que acoger de nuevo en la casa al hijo mayor al que el paro ha cortado su independencia.
La subida del IVA supone para las familias un aumento de su gasto medio anual de alrededor de 600 euros, según la Confederación Española de Organizaciones de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios.
Con menores ingresos, algunos, entre ellos los funcionarios, empleaban la paga extra de Navidad para recuperarse de la cuesta de septiembre: “las pagas sirven para equilibrar la balanza, porque no llegamos a final de mes”, insisten muchos padres de familia.
La crisis ha convertido a muchas familias numerosas en nuevos pobres. Así lo ha podido constatar el comedor María Inmaculada de Madrid, que ahora permite llevarse la comida a casa en tuppers, para que los niños coman en un ambiente familiar y no sean tan conscientes de las dificultades que atraviesa la familia.
Muchas familias desesperadas han sacado el coche del garaje alquilando la plaza para poder pagar la comunidad; otros han cambiado los rosales del jardín por plantas de tomates y pepinos; otros sacan a sus mayores de las residencias y viven de su pensión… y algunos están volviendo a trabajar en el campo por diez euros al día.
Son personas normales, que no se dedican a pedir por las calles, y que provienen de la construcción en muchos casos: se ha encontrado la pareja en paro, con 426 euros mensuales de ingresos y con una hipoteca.
Según un semanario católico, la ONG francesa (Socorro Popular Francés), descargó un tráiler en Madrid con 33 toneladas de alimentos para 350 familias numerosas ahora en apuros.
Otro problema, es el de las familias monoparentales de madres solteras, viudas o separadas, que se están encontrando en riesgo de exclusión social por haber perdido el empleo. Las mujeres son las más perjudicadas en esta crisis ya que a la mayor precariedad que tienen en el trabajo se une que muchas son cuidadoras, con niños, dependientes o mayores a su cargo.
Finalmente, cómo no citar el drama de los desahucios: la pérdida de empleo de alguno de los miembros de una familia o de todos, como es el caso de casi dos millones de hogares sin ingresos, está disparando el número de desahucios que ya alcanzan los 517 diarios.
Los desahuciados, además del drama, encuentran dificultades para alquilar un piso ya que su nombre aparece en las listas de deudores, sin posibilidad de volver a tener una tarjeta de crédito, con el peligro de que la falta de recursos derive en graves dolencias psicológicas y psíquicas.
A esta altura, más de un sufrido lector de este articulo, sin duda estará pensando que he exagerado la cuestión. ¡Cuánto me gustaría que llevase toda la razón!