Entrevista con Carmen Rigalt
Ana Isabel Sequeros
Licenciada en Derecho. Estudiante de Periodismo en la UDIMA. Letrada del Gabinete Técnico del Tribunal Supremo.
Entrevista con Carmen Rigalt
Periodista y escritora 1
En su último libro, Noticia de mi vida, cuenta que nunca tuvo duda de que se iba a dedicar a escribir. ¿No concibe otra profesión?
Al principio, inconcebiblemente, no concebía otra cosa, y eso que no levantaba tres palmos del suelo. Pero es que a mi alrededor esa cantinela era frecuente: “¡Ay esta niña que bien escribe!” “Esta niña va a ser periodista”. Ha pasado el tiempo y sí, es verdad que me gusta escribir, lo que no significa que me guste más que el periodismo, que también me gusta. Pero no el periodismo como información pura y dura, yo no sería capaz de trabajar en una agencia de noticias. Cuando a lo largo de mi vida he ido, por ejemplo, en los viajes en los que acompañé a los Reyes tantas veces, he visto cómo curraban los periodistas de agencia, y me parecía tremendo, no sirvo para eso.
¿Entonces se considera más escritora que periodista?
No exactamente. De hecho, en realidad, me siento más identificada con el periodismo. Estoy mentalizada para el folio y medio. Pero para mí el periodismo va de la mano con la escritura.
¿Cómo describiría un día de trabajo en la vida de un escritor profesional?
La vida de los escritores profesionales yo la tengo medio aprendida, más que por mi propia experiencia, por lo que he leído de otros escritores cuando cuentan cómo trabajan. Que si tienen ciertas costumbres, que si están toda la noche despiertos… yo no. Yo me duermo. Es verdad que alguna vez me quedo. Gabriel García Márquez creo recordar, y para mí él representa un patrón que he seguido bastante, decía que tenía una forma concreta de trabajar, unas rutinas. No recuerdo bien si se levantaba temprano, dedicaba las tardes a buscar palabras… cosas así. Lo cierto es que llegaba a escribir unas cosas que no se entendían si no se dedicaba expresamente a eso, a buscar palabras hasta dar con la perfecta.
¿Y usted tiene alguna palabra favorita?
Sí. Algarabía es mi palabra favorita. Las palabras árabes suelen ser bonitas. Me gustan palabras como alféizar. Cuando era pequeña, con pequeña te digo que tendría como 8 o 9 años, decidí escribir sobre una amiga del colegio. Entregué la redacción y me la devolvieron corregida en rojo. Yo había dicho de mi amiga que tenía una altura indescifrable, y la profesora me lo subrayó haciéndome ver que no entendía por qué lo expresaba así. Yo solo había querido buscar una forma “bonita” para expresar que mi amiga era altísima. Cuestión de palabras. La afición por las palabras es de siempre. Tanto me han gustado las palabras que las he querido meter a veces con calzador.
Echando la vista atrás, ¿cree que al final compensa esta profesión?
Todos los periodistas que conozco aman su profesión, en conjunto están satisfechos. Es verdad que de vez en cuando metes la pata, y piensas “me gustaría dedicarme a cultivar tulipanes” pero no es verdad. Nos gusta nuestra profesión. A mí me gusta, y me gusta escribir. Antes me gustaba más leer que ahora, pero creo que es porque la vista ya no me acompaña, me supone un esfuerzo terrible y me agoto. Mi criterio para elegir un libro ahora es, como yo digo, el de las personas mayores “mirar si la letra es grande” -me muestra un libro, El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, que corona uno de los montones de libros que le rodean por todas partes en su despacho-. Aún no he podido leerlo. ¿Por qué? Porque la letra es diminuta.
¿Cómo es posible escribir sobre temas tan cotidianos como la vida, el amor o la muerte y conseguir que al lector le interese?
No hay temas manidos, o teóricamente sí, pero la clave son las palabras que se usen. Los planteamientos de los que se parta. Si se acierta y se logra expresar el tema con las palabras adecuadas es cuando consigues captar la atención de quien te lee. De cuando estudié recuerdo algunas reglas básicas que he tratado de seguir siempre que escribo, una de ellas era prescindir de las muletillas. No hay que escribir obviedades, ni perder el tiempo en frases sin contenido, todo eso desmerece la escritura.
¿Cuándo pone el título a un libro? ¿Surge sobre la marcha? ¿Espera a terminarlo? ¿Hace una tormenta de ideas…?
Recuerdo que una vez, cuando aún no había escrito ningún libro, pensé “tengo que escribir un libro que se llame las anémonas”. Nunca he tenido que poner ese nombre a nada. No sé bien qué son las anémonas, no sé si son plantas carnívoras o acuáticas o qué. Pero quería ponerle ese título a algo. Aún no he podido. Los escritores utilizamos a veces un truco muy bonito: recurrimos a la métrica de los versos. El título de uno de mis libros, Mi corazón que baila con espigas, es un endecasílabo de Pablo Neruda.
¿Se ha encontrado alguna vez ante una situación, un sentimiento, un suceso… algo de la vida real sobre lo que le haya costado mucho esfuerzo, o directamente le haya resultado imposible, escribir?
Es una pregunta interesante. Me planteas algo sobre lo que nunca había meditado. Hay situaciones raras, que te descolocan. Situaciones en las que no sabes por dónde tirar, y cuando te digo que no sabes por dónde tirar, me refiero a que no sabes cómo expresarte. No recuerdo una en concreto, pero me habrá tenido que pasar muchas veces. Pero supongo que, precisamente, en esta profesión hay que luchar contra eso, contra esa imposibilidad de expresar algo. Hay que buscar siempre el modo de hacerlo y ese es el esfuerzo que se espera del escritor. Muchas veces la gente me ha dicho que ha leído tal cosa que he escrito y que he logrado dar forma con palabras precisamente a lo que esa persona sentía, que lo he expresado como si ella misma lo hubiera hecho. A veces cuando escribes algo y lo relees te das cuenta de que te ha salido un rollo macabeo y tienes que cargártelo y empezar de cero. O salvar dos líneas de muchas hojas escritas. Precisamente, García Márquez no paraba de cargarse textos y textos hasta que se quedaba con lo que consideraba que servía de todo lo que había escrito. Al final volvemos a lo mismo, se trata de encontrar las palabras.
¿Ha hecho alguna vez de “negro” para otra persona?
Te diría que en principio no, pero no te lo aseguraría. Sé de muchos escritores que lo han hecho. Había un escritor que firmaba con pseudónimo, que trabajaba para el abad del Valle de los Caídos y le escribía muchos textos, bajo el pseudónimo de Cándido. Muchos escritores, hasta llegar a tener éxito profesional, lo han hecho. Pero te diré que, entre hacer de negro, o llevar la contabilidad de una empresa, prefiero mil veces hacer de negra, de negra de quien sea. En esta profesión tienes que tener mucha vocación. No me gusta esa palabra, vocación, pero quiero decir que te tiene que gustar escribir. Te tiene que gustar poner una palabra detrás de otra y prefieres hacer eso a cualquier precio y, en ocasiones, sin importar las condiciones.
¿Qué valor da a las críticas profesionales?
Las críticas, sobre todo si son injustas, duelen. Pero he tenido mucha suerte. Empezando por mis profesores. Tenía una profesora, cuando estudiaba en Pamplona, que era muy severa con los alumnos, y yo era consciente de la suerte que tenía porque conmigo no se metía. Para acceder a periodismo hacíamos una especie de curso previo, como de prácticas, después del que te decían si podías o no empezar a estudiar la carrera. Lo pasé honrosa, en cierto modo era un filtro. Eso no quiere decir que no me hayan criticado, y no quita que también me hayan halagado. Pero he logrado mantenerme independiente. Decidí cuando elegí mi profesión que lo haría así. En el mundo del periodismo hay gente muy buena a la que no se valora suficientemente, por ejemplo, mujeres a las que se ha tardado en reconocer su valía.
Hablemos de periodistas, ¿le molesta?
A lo mejor se molestan ellos. He vivido rodeada de grandísimos periodistas y también, con perdón, de grandísimos hijos de su madre. Pero vamos con los piropos mejor.
Elvira Lindo es muy buena, tiene mucha gracia. Ella es de Moratalaz. Y tiene dos cosas para mí muy importantes, ironía y sentido del humor. También Maruja Torres es estupenda escribiendo, tiene un libro, Un calor tan cercano, sobre su infancia que es maravilloso. Y nadie escribe reportajes como Manuel Jabois, escribir reportajes no es fácil y él lo domina. Y me gusta mucho Manuel Vicent, aunque a veces me da la sensación de que escribe siempre sobre un tema “Dios en el fondo de un puchero”. Aunque escribe bien libros, borda, sobre todo, los artículos. Los borda. Y está Raúl del Pozo al que todos llaman el maestro.
Veo que tiene usted enmarcada una carta firmada por Azorín, ¿puede contar su historia?
Está medio desvaída. Pobre Azorín. Escribí a Azorín, si te digo la verdad no recuerdo bien por qué. Siempre me había gustado mucho, desde el colegio. Un día encontré su dirección y decidí escribirle, sin más. Hay una casa en Madrid, detrás del Congreso, en la que hay una placa que dice que ahí murió Azorín. Muchas veces, leyendo la respuesta que me dio, he tratado de recordar qué le preguntaría. No lo he logrado recordar. Ya ves que él me respondió -lee en voz alta parte de la carta- “Efectivamente, toda la vida depende del sí y del no. ¿Cuándo debemos decir sí? ¿Cuándo debemos decir no? Encomendémonos a la Virgen de Nuria como hace el poeta”. La carta me la escribió un año antes de morir. Es del año 1966. Pero el hecho de que el mismo Azorín me contestara me impresionó. No soy de autógrafos ni de lo de ser fan de nadie. Solo tengo un autógrafo, de Gabriel García Márquez, que me firmó un ejemplar de Relato de un náufrago (Gabriel García Márquez le escribiría en la contraportada del libro: “Para Carmen Rigalt de su náufrago de tierra firme”).
Un poco de historia y a la vez un tema actual, la Monarquía. ¿Benefició la Monarquía a la democracia?
Si, clarísimamente. En principio quizás no estábamos del todo convencidos, pero el tiempo ayudó, y los protagonistas también. Durante la Transición, los entonces príncipes jugaron un papel que a la muerte del dictador fue decisivo. Hubo varios momentos clave en la historia de los Reyes de España, y el más importante fue, sin duda, el golpe de Estado fallido que llevaron a cabo el teniente coronel Tejero, el general Armada y en Valencia, el teniente coronel Milans del Bosch. Lo demás es sabido. El escenario de los hechos fue el palacio de Congresos de la Carrera de San Jerónimo, una larga noche en la que fueron tomados como rehenes los diputados que estaban votando cuando el coronel Tejero entró en el Congreso, subió al estrado disparando al techo y gritó: “¡Todo el mundo al suelo!” En aquel momento empezó la larga noche de las pesadillas. Hubo héroes y también villanos. Al día siguiente algún periódico tituló: El golpe militar con el que Juan Carlos I pasó de heredero de Franco a Rey de la Transición. La Historia acababa de empezar.
¿La prensa, qué papel jugó?
Apostó por la Monarquía, y el Rey reinante valoró el gesto. Durante aquellos años, el Rey Juan Carlos fue recibido por los grandes jefes de Estado y habló en las Asambleas más importantes.
¿Los partidos políticos se mantuvieron neutrales con el Rey?
Sí, o al menos esa impresión daba. Los partidos de izquierda eran aparentemente republicanos, pero con el tiempo mantuvieron una posición más leal a la Monarquía y a la Constitución que los políticos alojados en las bancadas de la derecha. A los periodistas siempre nos pareció que la defensa de los Reyes procedía casi siempre de los diputados progresistas. A nadie se le escapaba entonces que el Rey tenía más feeling con Felipe González que con Aznar o Adolfo Suárez.
¿Tanto?
Tanto. Incluso diría que también tenía feeling con Carrillo y, por supuesto, con Rubalcaba. El Rey solía decir que Rubalcaba era un gran patriota. En aquellos años (ochenta, noventa) los Reyes y la prensa viajaban en el mismo avión. Don Juan Carlos I tenía entonces una relación bastante estrecha con los periodistas, y lo mismo hacían pandilla para ver un partido de la selección española que contaban chistes de Chiquito de la Calzada. El Rey tenía mucho sentido del humor, y además gozaba de excelente memoria, con lo cual se encargaba de oficiar de presentador de los periodistas ante los jefes de Estado. Yo misma pasé ese trance en Israel, en el primer viaje que hicieron los Reyes. He de reconocer que fue el viaje menos protocolario de todos cuantos he vivido. Tres o cuatro periodistas pudimos asistir a cena de Estado en mesas próximas a la presidencia, que eran observatorios privilegiados. En eventos así, la prensa siempre ocupa mesas extramuros, como invitada de tercera división. A mí me pusieron en una mesa redonda de seis personas, entre el vicepresidente y la ministra de Educación, de la que jamás olvidaré el nombre, pues súbitamente se desmayó y cayó en mi sopa, pero nadie tuvo la cortesía de inmutarse. Yo fui la única que agarré del brazo a la ministra (Shulamit Aloni) y me levanté agitándole el cuerpo. La ministra no reaccionó, y la mesa presidencial, tampoco. Hasta que alguien tuvo a bien dar una orden y de los cuatro puntos cardinales del salón surgieron hombretones de seguridad con los pinganillos colgando que lo revolucionaron todo.
Precisamente en la mesa presidencial estaban los Reyes, el presidente israelí, el primer ministro, Isaac Rabin, que moriría pocos años después víctima de un atentado, el ministro de Exteriores español, Javier Solana…
A la entrada, El Rey me presentó a Isaac Rabin, y en tono jocoso le dijo que yo era una periodista peligrosa y los dos se rieron con gran complicidad. Al día siguiente, el Rey Juan Carlos me sugirió que no contara el episodio de la ministra en mi sopa. Pero yo lo conté. Espero que allá donde esté, Shulamit Aloni me haya perdonado.
La relación entre los periodistas y la Monarquía ha cambiado desde entonces, podemos pensar que “a peor”. ¿Cuándo empezaron a ir mal las cosas entre ustedes y el Rey?
Más tarde. Hubo unos años difíciles con la llamada corte paralela de Mallorca. Alrededor del Monarca pululaban empresarios, aristócratas, amigos, nombres como Mario Conde, José Luis de Vilallonga, el príncipe Chokotua, Ramón Mendoza, Manuel Prado y Colón de Carvajal, etc. Unos le ayudaron a hacer dinero (fue el caso de este último) y otros le presentaron ricos y notables. En ese punto intervino Sabino Fernández Campo, que intentó frenar el desmadre que se había creado en torno al Monarca, pero solo logró que el Rey lo apartara. Sin embargo, lo malo, lo realmente malo, no llegó hasta que apareció en escena Corina Larsen.
Contado así, parece un culebrón.
Bueno, la prensa no se enteró hasta más tarde. Entonces llegó el escándalo. El Rey pidió perdón y dijo que no volvería a suceder, pero no sirvió de nada.
Corina actuó como las favoritas del XVII. Resultó vergonzoso. El Rey y su amiga organizaron un viaje a Botswana para cazar elefantes y en un resort en el que pernoctaban, el Rey se cayó por las escaleras y sufrió un desgraciado percance. Aquello fue el principio del fin. Todo vino muy deprisa: las abultadas comisiones de Corina, los dineros oscuros del Borbón y, finalmente, el exilio en Abu Dabi. La prensa ha escrito mucho sobre los asuntos turbios del Rey, que espera en Abu Dabi el momento de ahuecar el ala y gozar de la piedad que hasta ahora le ha sido negada.
Abu Dabi se ha convertido en un lugar de romería al que viajan los amigos del Borbón ofreciéndole consuelo y paciencia.
A lo largo de su andadura profesional habrá hecho muchas entrevistas, ¿alguna le marcó especialmente?
Sí, hubo una época en la que hice muchas entrevistas. Hombre, no tantas como Rosa Montero que tiene hechas como dos mil. Tuve que perseguir a Jonh Lennon y a Yoko Ono. Y yo sin saber inglés. Ellos iban a Mallorca porque ella tenía un hijo que estaba allí. He entrevistado a mucha gente, pero siempre dándoles poca importancia. Me han preguntado muchas veces que a quién admiro. Se conoce que no he admirado a nadie hasta el punto de que me impidiera ver las cosas con distanciamiento para poder escribir sobre ello. Hice una entrevista a Mario Vargas Llosa que me cayó muy gordo, muy engreído. Luego he comido con él de nuevo. Y ¡qué bien hablaba!, me llamó la atención por eso, sin embargo, en la primera entrevista que le hice se me había quedado pequeño. Luego me reconcilié con él después de esa primera impresión.
¿Cuál es la situación más embarazosa en la que se ha visto envuelta al ir a entrevistar a alguien?
Situaciones embarazosas se viven muchas en esta profesión. Pero siempre me acordaré de una que viví hace años. De ella solo te puedo contar algunos extremos y, por supuesto, no el nombre del protagonista. La persona a la que entrevisté, mejor dicho, a la que pretendía entrevistar un día de Semana Santa, un viernes o un jueves santo, me citó en su casa. Me recibió su empleada del hogar que se marchaba porque libraba ese día, me dejó en una salita. Llegó el presunto entrevistado. Con los años he tenido claro que merecía ser un personaje de los del MeToo. Nunca lo he pasado peor, sobre todo porque yo tenía al personaje en alto concepto porque era un intelectual de altos vuelos, pero se me cayeron los palos del sombrajo. Acabé corriendo para salir de la casa. Él ya no vive y prefiero que le cubra un manto de silencio, pero lo recuerdo como una de las peores experiencias de mi carrera.
Últimamente está abierto el debate acerca de si el papel va o no a morir. ¿Qué piensa al respecto? ¿Estamos asistiendo al fin del periodismo tradicional?
Está claro que lo que está en boga es lo digital. Pero para los que somos un poco mayores, por no decir mayores del todo, eso nos lleva a rebelarnos y a hacer una reafirmación del papel. En mi casa, desde siempre, traían el periódico, mi padre nos tenía prohibido que cogiéramos el periódico antes que él. De algún modo conservo ese amor al papel y ello me lleva a defenderlo. Quizás tenga mucho de sentimental esa defensa. Supongo que el papel irá desapareciendo poco a poco. Pero yo creo que se podrían buscar fórmulas para mantenerlo de algún modo. Los periódicos pretenden seguir siéndolo pero luego se vuelcan en sus webs y en sus contenidos digitales. Deberían buscar una fórmula intermedia. Por ejemplo, mantener al margen de su edición digital, un suplemento semanal, como hacen muchos periódicos americanos, y mantenerlo en papel. Bastaría con un día a la semana.
Parece que escribir para internet tiene mala prensa. Da la sensación de que cuando se escribe para internet, las propias redacciones le quitan importancia al texto. Eso debería cambiarse, escribir en internet no tiene por qué suponer perder calidad.
Comenzamos esta entrevista mencionando su último libro, Noticia de mi vida. Para terminarla volvamos a él. ¿Es un resumen de su vida profesional? ¿Qué ha supuesto para usted?
No escribí el libro con una intención determinada. Reconozco que surgió sobre la marcha. No estaba en mi mente escribirlo, pero tampoco estaba vivir una pandemia y ya ves. No puedo hablar en términos absolutos, pero he tenido buenas críticas.
El libro tuvo una función terapéutica. Sin pretenderlo, lloré, reí y me metí en muchos papeles distintos. Evité hacer una biografía/río, como las viejas películas americanas en las que la gente nace, crece, se reproduce y muere, todo en plan río, como “Gigante”. No era una novela al uso, más bien se parecía más a una biografía anárquica y desestructurada. Es la noticia de mi vida. Otros han llorado conmigo. Lo han confesado.
1 Carmen Rigalt, es periodista y escritora. Catalana afincada en Madrid estudió Periodismo en la Universidad de Navarra. Como periodista, antes de trabajar en el diario Pueblo, había dado sus primeros pasos profesionales en el diario Sol de España, de Málaga. Después desempeñó su labor periodística también en Informaciones, en El Periódico de Catalunya, en Diario 16 y en la revista Tiempo y, finalmente, en El Mundo hasta el año 2020; en la actualidad escribe en El Español.
Paralelamente desarrolló su faceta literaria empezando con su primer libro publicado en el año 1976, Yo fui chica de alterne. A este siguió Mi noche de bodas (1977), La vida empieza en lunes (1996) y Cosas de mujer (1997). Quedó finalista en el Premio Plantea en 1997 con Mi corazón que baila con espigas; tras él, escribió en el año 2000 La mujer de agua y, dos años después, Diario de una adicta a casi todo. Todas somos princesas y otras crónicas de la vida cotidiana (2004) y ¡Socorro! me estoy pareciendo a mi madre (2005) fueron sus últimas publicaciones literarias hasta el pasado año durante el que publicó Noticia de mi vida.