La ciudad de Medellín “se va de marcas”
Dreydy Yulia Perdomo Perozo
Graduada en Empresas y Actividades Turísticas en la UDIMA
Foto de Edgar Jiménez. Wikimedia commons
Mucho se ha hablado de lo que es bueno o no para la marca de un país. En el caso de la Marca España, se ha llegado a relacionar con múltiples sectores que, aparentemente, no tendrían que afectar al logo, lo cual hace pensar: ¿realmente todo entra en lo referente a las marcas de ciudad y país?
Para eso tendríamos que tener claro qué desprende dicha moda o mejor dicho, el must del marketing moderno con respecto al territorio y qué mejor que hacerlo con un ejemplo que nos suene: la marca de la gran manzana:
Dicha marca, según los expertos en marketing, permite comunicar las ventajas de, en este caso Nueva York, potenciándolas desde una perspectiva positiva y atrayente para aquel que además de no conocer la ciudad sea exhortado para comparar sus atributos con ciudades similares.
Algo parecido, pero no igual, pasa con la marca cuando se habla de productos. Lo cual nos hace recalcar la diferencia en este aspecto, pues en la marca de ciudad o país los gestores son los stakeholders o grupos de interés, es decir, ciudadanos, gobernantes y todo aquel grupo social involucrado directa o indirectamente con aquel organismo vivo que alberga una comunidad. En lo que respecta a la marca producto, sería la directiva y por supuesto sus accionistas, características sin duda, diferenciadoras.
Se puede gestionar de varias maneras, como bien se intuye en el exitoso logo de la ciudad de Nueva York, pero permitidme que exponga formas que “matan dos pájaros de un tiro” y que deben ser contadas por la espectacularidad de su metodología.
Medellín – Colombia
En un principio, seguramente muchos hayan asociado este nombre con carteles de droga, capos, violencia y demás, algo entendible pues en la década de los ochenta la degradación de la ciudad fue tal que destacó a nivel mundial con titulares escabrosos y terribles, que lamentablemente tuvieron lugar. Se le llegó a catalogar como la ciudad más peligrosa del mundo o lo que es lo mismo, la capital mundial del crimen, principalmente por uno de sus habitantes más conocidos: Pablo Escobar, el capo de capos y jefe del cartel de Medellín, que, “sin querer queriendo”, empezó a gestionar una marca – ciudad que sin duda, la hizo brillar desde el antagonismo más indeseado comercialmente hablando.
En marzo del año pasado, Medellín fue catalogada como la Ciudad más Innovadora del Mundo.
¿Cómo lo consiguió? Primero, teniendo claro que la marca de ciudad ya tan arraigada y destructiva a causa de la narcoviolencia y el cartel de Medellín, la organización más poderosa del crimen organizado en su momento, debía ser modificada reseteando las mentes de aquellos gestores urbanos que durante tanto tiempo habían brillado por su ausencia. Además, la evidente negatividad emanada de aquel Medellín, demandaba urgentemente medidas hacia el cambio con el fin de frenar la destructiva difusión de la que, por desgracia, gozó.
Dicho reinicio hizo que surgiesen gestores mas no políticos, que, concienciados ya con la necesidad urgente de cambio trazaron una hoja de ruta previo brainstorming que dejó claro dos cosas: que había una deuda social histórica acumulada con los habitantes más vulnerables y que aquella deuda había que saldarla, a ser posible con intereses. ¿Cómo? Llegando a aquellos sectores de la sociedad donde sí llegó la violencia, pero lamentablemente no los políticos. Ese fue el grave error y desde ahí debía partir la corrección.
Foto de Edgar Jiménez. Wikimedia commons
Y así se ha venido haciendo. La ciudad en los últimos 15 años ha sabido darle la vuelta a su apariencia y de qué manera. Sin ir más lejos, el propio Bill Clinton, ex presidente de los Estados Unidos, habla de ella como la Berlín de las Américas por su naturaleza resiliente, dejando claro que lo del Ave Fénix no es sólo mitología, es un querer y poder desde la unión, pero sobre todo desde políticas incluyentes que están permitiendo que la ciudad de Medellín viva un proceso híbrido, ya que se permite curar viejas heridas desde la introducción de mejoras para la comunidad más desfavorecida y, qué duda cabe, darse un cambio de imagen.
Dentro de las medidas de inclusión están desde luego las relacionadas con la educación y el transporte. La primera gestionada desde la interacción educacional hacia los más vulnerables desde temprana edad, destacando la construcción de emplazamientos de moderno diseño, y la segunda tomando como eje la Cultura Metro y todo su sistema, creado para garantizar la comunicación de los habitantes más desfavorecidos con el centro y resto de la ciudad, incluyendo sin duda el metrocable, el metro plus, el próximamente a inaugurar tranvía y por supuesto, los conocidos como senderos de conexión o lo que es lo mismo, seis tramos dobles de escaleras mecánicas que han permitido la movilidad a aquellos habitantes de la ladera que precisaban 30 minutos en los antiguos 350 escalones de cemento, pero que ahora, gracias a esta aplicación de la tecnología a su vida diaria, solo les demanda seis.
Morfológicamente hablando, Medellín ni es Nueva York, ni es Berlín. De lo que no cabe duda es de que Medellín es una ciudad con una marca emergente y con un crecimiento exponencial, como así lo demuestra el premio ya mencionado y que no me canso de remarcar: La Ciudad más Innovadora del Mundo, otorgado por el City Group y The Wall Street Journal en un concurso en el que se postularon 200 ciudades para finalmente quedar tres: Tel Aviv, Nueva York y la ganadora, la ciudad de Medellín, la nueva marca, aquella que hace lo necesario posible.