“¡Grita!”
Ángel Seco López
Psicólogo y Orientador Profesional. Coordinador de Programas de Orientación y Formación
Máster en Gestión y Dirección de RRHH por el CEF.-
Miembro de la ACEF.- UDIMA
Foto de Kunsthalle
-“¡Vamos!, ¡corre! Es un tren, un tren…”, le dice ella, mientras corren cogidos de la mano.
Han llegado hasta debajo de un puente. Ella, apoyada en una pared de ladrillo rojo, grita aprovechando el paso del tren, apagando su desgarro en el ruido chirriante. Grita con todas sus fuerzas hasta que queda exhausta. Más incluso, hasta un final de éxtasis evidenciando el placer de su exclamación sin censura, en su sonrisa.
Mientras ella se recupera de su desahogo, incluso erótico, él le pregunta en una complicidad cómica:
-“Perdone señorita, pero ¿ha gritado usted?”
Ella le explica: “Algunas veces vengo aquí y espero, espero a que pase el tren. Un día tienes que probar, si”, le propone.
-“¿Yo?” Se pregunta él sorprendido entre una risa.
-“Tú”, afirma ella.
-“No”, responde vergonzoso.
-“Si, tú”, insiste ella con una sonrisa, “¡anda, venga!”
-“Imposible”, se excusa.
-“¡No seas tan británico!”, resuelve ella.
-“No”, responde ahora con cierta duda.
-“Después te sientes fenomenal”, continúa ella.
Ella es Sally y él es Brian, Liza Minelli y Michael York en una escena de Cabaret. Una película que solo el título nos evoca imágenes esperpénticas y canciones que dibujan sillas y un bombín. Y este instante envidiable. ¿Habéis gritado alguna vez con todas vuestras fuerzas hasta no poder más? (como una espirometría pero en “sonoro”).
Ella ahoga su grito con la estridencia del paso del tren. También se enmudece El grito, de Munch en pintura, en este caso una expresión de ansiedad interna. Han pasado más de 100 años y todavía lo escuchamos al contemplar esta desesperación en la figura deformada que traspasa el lienzo con un horizonte de nubes de sangre.
Sally y Edvard Munch comparten con nosotros su mundo interno, sin complejos.
Cuando una persona convive la difícil situación del desempleo, una realidad que acostumbra a acompañarle es la incomprensión de su entorno. Esta indiferencia lleva a algunas personas en paro a evitar compartir sus emociones, más todavía si la situación se ha hecho crónica. Pasan semanas, luego meses… La crisis económica actual hace que cada vez sea más gente la que lleva años sin trabajar. Al final, pueden dejar de hablar de su difícil situación de desempleo mientras escuchan a otras lamentarse de sus discrepancias con su jefe/a en su jornada laboral. ¡Qué contraste!
Hoy en día, son casi seis millones de personas en desempleo en España, un 25% de la población activa. Imagino una lluvia de fotos de carné, como píxeles que van componiendo un enorme tapiz. Algunos miran con tristeza, otros cierran los ojos o tienen la mirada perdida, y muchos son jóvenes que incluso se dan la vuelta ante la instantánea. Alejo el zoom, y mientras se quedan difuminadas estas historias, se define el mosaico en trazos de óleo en un cartón, hasta dibujar la figura de este grito interno sin voz ahogada por el tren del paso del tiempo: la desesperanza.
Las respuestas de alguien ante esta situación de paro tienen muchos matices, tantos como personas. Aquí quiero pausarme ante una reacción comprensible: la queja.
Sin quizás, quejarse es algo necesario, pero debemos evitar que sea un hábito. Puede convertirse en una excusa para no actuar y evitar el proceso de afrontamiento. Podemos hacernos conversos de la Queja y abrazar las creencias de que nada-puedo-hacer.
Pero necesitamos la comprensión y el apoyo social. Cuando estamos atravesando un momento difícil, como es no tener trabajo, es natural un cierto lamento en busca de la complicidad y la cercanía de la gente que nos rodea. Para nuestro desahogo y para demandar ayuda. Pero ofrecer un discurso pesimista y de queja constantemente aleja a la gente de nosotros y a nosotros del final del problema. Seamos sinceros: ¿nos gusta encontrarnos a alguien que siempre se está quejando y proyectándonos su energía negativa? Resulta cruel, pero terminamos evitando a estas personas. Siempre tienen dificultades, mala suerte, y están anclados en el pasado.
Entonces, ¿tampoco podemos quejarnos?
Las respuestas de alguien ante esta situación de paro tienen muchos matices, tantos como personas
Para esta inflexión, os invito a viajar a Finlandia en el siguiente párrafo. (No es un viaje largo, pensar que hemos estado en Noruega hace unas líneas). En estas fechas de junio en las que escribo este artículo, se agradece imaginar los paisajes helados de este país. Yo lo descubrí en una exposición en el Da2 de Salamanca: una Plaza más cercana. En Helsinki, Tellervo Kalleinen y Oliver Kotcha- Kalleinen crearon los Coros de Queja. Una forma de hacer audible el grito de la gente, que invitara a escucharlo en vez de provocar la huida. Las personas se agrupan, “componen” y comparten sus problemas con la sociedad cantando en la calle. Dos preguntas: ¿se pueden contar problemas con una sonrisa?, ¿puede ser estimulante y divertido cantar y escuchar problemas?
Una de cuatro personas activas está en desempleo. Otras tienen empleos precarios. Ambas tienen un horizonte incierto en su estabilidad laboral (como el cielo que pintó Munch).
Entonces, es inevitable la necesidad de compartir nuestras emociones, nuestro vértigo. Tristemente, se ha convertido en algo cotidiano, incluso la desesperanza es la forma de respirar. Pero se debe compartir, porque compartiendo terminarás colaborando, y este es el primer paso. (Esta reflexión para otras letras)
Sí, tenemos razones para quejarnos, pero cualquiera que practica deporte sabe cómo se expulsan toxinas: con actividad. La queja puedes ser un desahogo, pero debe ser algo temporal y en relación con un hecho puntual y no relacionarlo con un estado crónico.
Nosotros decidimos. Sí, podemos decidir: excusar nuestro inmovilismo o utilizar la queja como impulsor de actuaciones, de toma de decisiones, favoreciendo con este salto conocer personas, solicitar la guía y el asesoramiento profesional y conseguir la optimización de nuestras fortalezas. Si tú quieres, puede ser una oportunidad. Si tú quieres, puedes ser oportunista.
También puedes escoger solo quejarte, hay una cantidad innumerable de razones. Puedes coleccionar justificaciones para no hacer nada. Anclarte en aquella situación injusta y otras muchas sobrevenidas y conjugar el verbo “vivir” en pasado. Te diré más, hay muchos otros que desean que sigas así: es una cuestión de menos competencia.
Conclusiones:
- ¡Grita!, proyecta tu grito: transforma toda la inquietud interior en energía positiva.
- Comparte la queja con personas en circunstancias similares o con profesionales de la Orientación Profesional, estarás colaborando.
- Escucha tu queja y utilízala como un impulsor.
(…) Todavía con la respiración entrecortada por la excitación del momento, ella le dice:
-“¿No quieres hacerlo?”
-“No quiero”, responde él cabizbajo.
-“¡Ahí viene otro (tren)!”, le incita ella.
-“No…”, responde agitando la cabeza.
-“¿Lo harás?”, le vuelve a insistir.
-“¡De acuerdo!”, dice él impulsivo lanzando un grito poco convencido
-“No, aún no”, responde ella riéndose. “Espera. ¿Estás listo?... ¡Ya!”
Otros artículos del autor.