Y que cumplas muchos más…

Símbolo del euro frente al BCE

Javier de la Nava
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.

Economía

El primer día de junio de 1998 comenzó su singladura el Banco Central Europeo (BCE). En el ámbito de la Unión Europea, la institución mantiene el principio fundamental para el que fue creado: la responsabilidad monetaria común para los países de la zona euro, con el objetivo fundamental de velar por la estabilidad de los precios en el área.

Los vaivenes económicos han sido múltiples y trascendentes durante su existencia. Win Duisenberg, su primer presidente, afrontó el 11 de septiembre y la crisis de las “puntocom”. La profunda crisis financiera mundial de 2008 y la crisis de la deuda soberana fue combatida por Jean Claude Trichet. Su sucesor Mario Draghi heredó esta última y su incidencia sobre la continuidad del Euro, rematado con un dilatado periodo de inflación anormalmente baja. A Christine Lagarde, primera mujer responsable de la política monetaria común, se le vino encima la pandemia y consecuente paralización económica, la invasión rusa de Ucrania con su derivada crisis energética y un disparado incremento de los precios. Respecto a la inflación, en sus 290 meses de vida, solo en 16 meses, el ratio se situó en 2 %, nivel óptimo de estabilidad a medio plazo. El actual ronda el 7 %. Entre 1,5 % y 2,5 % fluctuó durante la mitad de su tiempo de vida.

El BCE evitó graves crisis económicas pero también cometió errores de bulto. Una frase estelar sintetizaría su actuación. Esta la pronunció Mario Draghi el 26 de julio de 2012 “el BCE hará lo necesario para sostener el euro”. Y lo sostuvo. Ante el desplome de la deuda pública española e italiana los mercados descontaban la desaparición o fragmentación del euro. Se admitió repicar decisiones excepcionales de estímulo cuantitativo adoptadas años atrás por la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra, como la compra masiva de títulos de deuda pública en los mercados secundarios. El anuncio de Draghi atenuó las tensiones en los mercados de deuda y redujo las elevadas primas de riesgo española e italiana. Algunos analistas acusaron al BCE de retrasar la adopción de medidas, dilación debida al enfrentamiento habitual en su Consejo de Gobierno. El Bundesbank tachó de ilegal la decisión. La respuesta firme y decidida ante el mayor reto de los últimos tiempos, Covid-19, se considera su otro gran éxito. En el lado negativo estaría la “marcha atrás” de la subida de tipos en 2008 bajo presidencia de Jean Claude Trichet y la más reciente, hace dos años, al subestimarse el riesgo de crisis inflacionaria, enfatizada por el schok energético derivado de la guerra ruso-ucraniana.

En noviembre de 2019 comenzó su mandato la francesa Christine Lagarde, menos carismática que su predecesor. Desde el principio dejó claro que la tradicional política de “amagar y no dar” por parte del BCE no iba con su manera de actuar y asumió adoptar decisiones contundentes como expresión de la autonomía monetaria de la institución y así descender el nivel general de precios. El pasado mes de abril, Lagarde dio por finiquitada la época de “relativa estabilidad económica” vivida desde que terminó la Guerra Fría. Anunció el inicio de una era de “inestabilidad permanente”, traducida en mayores costes, menos crecimiento, descenso del comercio e incertidumbre y volatilidad en los mercados. Sintetizaba así lo que recoge el último informe semestral. Frankfurt señala el peligro de inestabilidad financiera en la zona euro al concurrir varios factores heterogéneos: crisis bancaria regional vivida en Estados Unidos, posterior quiebra de Credit Suisse, empeoramiento de los niveles económicos familiares y menor rentabilidad de las entidades financieras dada la peor calidad de sus activos.

La notable inflación y las condiciones financieras actuales, nada que ver con el dinero abundante y barato de épocas precedentes, deterioran los balances de hogares, empresas y gobiernos. Una contractiva política monetaria materializada en subida de tipos amplía los márgenes de entidades financieras solventes y bien capitalizadas, pero también aumentan la morosidad y los costes de financiación. El mercado hipotecario es el paradigma de una situación que contrae la demanda de nuevos créditos.

Es muy complicado para la institución consensuar las sensibilidades monetarias de los distintos países, los cuales poseen una dispar soberanía fiscal que dificulta la estabilidad monetaria. La veintena que en la actualidad forman la zona euro, configurados en bloques según su mayor aversión al crecimiento de precios, afrontan desinflar el globo inflacionario, a la par que continuar con el desmontaje de los estímulos monetarios que consolidaron la economía del viejo continente. Indirectamente un exceso de liquidez propició efectos no deseados que contribuyeron a una inflación empujada por la reapertura económica tras la pandemia y el conflicto bélico en el este europeo.

Si queremos alcanzar un mayor grado de integración económica y que el euro consolide su rango de moneda de referencia internacional, se debe avanzar en las uniones fiscal, financiera y bancaria. Algunos análisis retrospectivos señalan que de no haber existido el euro, las monedas nacionales se hubieran depreciado por encima del 15 % durante la crisis financiera del 2008 y más allá del 10 % por la pandemia. Por todo ello, y a pesar de las justificadas críticas, concluimos con el deseo de larga vida para el BCE.