El rotulador de Trump

Punta de rotulador negro trazando una línea zigzagueante sobre papel blanco

Javier de la Nava
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos en el Grupo Educativo CEF.- UDIMA

Economía

Tal vez, cuando lleguen estas líneas al lector los acontecimientos ocurridos hayan transformado su sentido radicalmente. Hasta ahora había sido algo intranscendente, mero objeto para escribir. Verme en tantas fotos, me ha dado protagonismo como transmisor de medidas de gran relevancia y convertido en proyector indirecto de miedos y amenazas. Aparezco en infinidad de instantáneas, en manos de mi dueño o con mis compañeros, en una caja de madera a su derecha, siempre a la espera de saltar al centro de la imagen. Apenas he descansado en este mes y medio. El Despacho Oval había sido un oasis de sosiego, sin contar cosas que aquí he oído. Todo ha cambiado, ahora esto parece la cercana estación del metro en horas punta, hasta con niños a hombros de sus padres. En escasas semanas, el devenir de los acontecimientos ha sido endiablado y las expectativas, basadas en declaraciones de mi jefe durante la campaña electoral, se han superado hacia peor. No sé como resistiré la legislatura recién inaugurada.

He alcanzado cotas de hiperactividad al rubricar executive orders y he amparado la enorme firma de mi propietario, llena de subidas y bajadas. Me recuerda a los sismógrafos, pico para arriba, linealidad, otro pico. Me dicen los grafólogos que refleja características megalómanas, autocrítica nula y ausencia de empatía. A sus 78 años, veo a Donald Trump con menos escrúpulos que en su etapa anterior, dispuesto a que los equilibrios geoestratégicos del mundo se tambaleen, ya sean políticos o económicos. Su gabinete, hombres jóvenes blancos y ultrarricos, desde el primer día me han hecho ratificar cien medidas ejecutivas que han demolido el legado del adorable Joe. Poco después cayeron disposiciones sobre los aranceles, inmigración y control sobre la circulación de opiáceos. Un sinvivir para mí.

Tensión, expansionismo y proteccionismo, alto riesgo para la política económica. Ha invocado, aquí también he intervenido, la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional, primera vez que se usa esta figura para fijar aranceles, que serán generales. Y se aplicarán incluso a compras de pequeño importe. En 2019, ya amenazó con hacerlo, sin materializarse. Me comentaron que en la campaña, mi jefe llegó a decir que la palabra “arancel” era más bonita que la palabra “amor”. En breve, actuaré para modificar la Lista Arancelaria Armonizada de Estados Unidos.

Las consecuencias del progresivo aumento de gravámenes proteccionistas abre una guerra comercial de impredecibles consecuencias, también para este país. De entrada, el Mercado Común con México y Canadá, que el propio Trump negoció en su anterior mandato, se esfumará. Las cadenas de suministro serán las más afectadas en el ecosistema regional y se producirán enormes distorsiones negativas para el bolsillo de los ciudadanos. El bueno de Jerome Powell, responsable de la Federal Reserve, ha advertido de posibles repuntes. Pero influye menos que Elon Musk, partidario de jibarizar el gasto público y así contener los precios. Él y sus cachorros del Departamento de Eficiencia Gubernamental son habituales aquí, hasta trae a su hijo de maquinal nombre X AE A-XI.

Con excepción de Netanyahu, Milei y otros europeos de su cuerda, no creo que haya muchos mandatarios tranquilos, el mismo Putin, aunque ahora esté receptivo. Claro, los enemigos de mi enemigo son mis amigos. No solo protagonizo aspectos económicos, intervengo también en el nuevo orden mundial, dado el giro impuesto en la política exterior por Trump y acólitos. Tanto en Oriente Próximo como en Ucrania, este en especial, el papel de la Unión Europea se diluye. El lazo trasatlántico empieza a desatarse ante los intereses de aquellos a quienes presto mis servicios. El vicepresidente Vance acaba de declarar su predilección por el Kremlin frente a Bruselas. En su prepotente ninguneo ha sido explícito, con ribetes misóginos, xenófobos y negacionistas sobre la preocupación medioambiental.

Un viejo conocido por estos lares, Joseph Stiglitz, ha parafraseado el lema “fin de la historia”, engendrado por Francis Fukuyama para definir la época tras el colapso del comunismo, hace más de tres décadas, con el concepto “fin del progreso”. Aquella convergencia hacia la economía de mercado y la democracia liberal ha sucumbido ante el “Make America great again”. El progreso requiere mano de obra cualificada e inversiones en ciencia y tecnología para transmitir conocimiento. La camarilla de oligarcas que calientan los oídos del jefe Trump ha comenzado a reducir drásticamente las aportaciones destinadas a ayudas al desarrollo, salud y educación. Paradójicamente, Estados Unidos coincide con su “enemigo chino” en un capitalismo de Estado autoritario y oligárquico. Enfrente, el capitalismo progresista se muestra débil y los valores de la Ilustración se difuminan. Sin caer en catastrofismo, me temo que no podré evitar graves consecuencias en todo el planeta, a fin de cuentas soy un mero rotulador.