Yom Kippur, medio siglo después

Imagen de valores de bolsa que bajan y la bandera de Israel

Javier de la Nava.
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.

Economía

La esperanza que nos queda es que, después de la glaciación cultural que se avecina, vendrá un nuevo renacimiento

Asistimos compungidos al clima de violencia que se vive en Oriente Medio. El miedo e incertidumbre sobre sus repercusiones en el panorama político-económico mundial me retrotraen a momentos vividos hace medio siglo. Aquel octubre de 1973 comencé Económicas. Si algo me apasionaba, y apasiona, más allá de aspectos teóricos, son las repercusiones prácticas de los acontecimientos geopolíticos. Entonces, y ahora, más allá de las tensiones permanentes y enfrentamientos entre los contendientes, el riesgo estaba en una peligrosa escalada en una región donde muchos intereses tienen puestos sus ojos.

Más que palestino-israelíes, los sucesivos conflictos han sido entre árabes y judíos. La Guerra del Yom Kippur estalló el 6 de octubre de 1973, en plena celebración de dos festividades sagradas: el Yom Kippur judío y el Ramadán islámico. Egipto y Siria, apoyados por Jordania e Irak, atacaron por sorpresa a Israel con el fin de recuperar lo perdido en la Guerra de los Seis Días (1967). Esta fue una guerra preventiva lanzada por Israel ante las amenazas del presidente egipcio Nasser de expulsar de la región a los judíos. El ejército israelí, comandado por Moshe Dayan, en una semana destruyó a tres ejércitos árabes y duplicó su superficie territorial al controlar la península del Sinaí y Gaza (de Egipto), Cisjordania (de Jordania) y los altos del Golán (de Siria). También tomó Jerusalén oriental, hasta entonces protectorado internacional, que pasó a ser nominalmente capital judía, y dejó en situación de debilidad a Egipto en el mundo árabe. Cada bando contaba con el apoyo de una potencia, Estados Unidos y la entonces URSS.

La victoria militar de Israel en 1973 se tradujo, sin embargo, en triunfo político árabe tras los acuerdos de paz de Camp David de 1978, entre el presidente egipcio Sadat y el primer ministro israelí Beguin, que firmaron devolver la península del Sinaí a Egipto dos años después. La dependencia de Occidente del petróleo de Oriente Próximo se utilizó como herramienta para que Estados Unidos presionara a Israel. El 21 de octubre de 1973, Arabia Saudí prohibió embarcar petróleo hacia puertos norteamericanos, o puertos intermediarios donde pudiera reexportarse, y conjuntamente los países OPEP redujeron un 25 % su producción. La Sexta Cumbre Árabe, celebrada en Argel en noviembre, decidió emplear el crudo como arma económica “hasta la retirada israelí de los territorios ocupados y el restablecimiento de los derechos del pueblo palestino”. Los Estados se clasificaron en “países amigos, neutrales y países que apoyan al enemigo”.

El precio del barril se disparó hasta niveles históricos y la economía mundial se resintió. Ante la falta de base energética para su producción industrial, la preponderancia económica occidental declinaba. La llamada “crisis del petróleo” fue la primera gran crisis desde la Segunda Guerra Mundial y vino a demostrar que Occidente era un gigante con pies de barro, con una progresiva inflación y una palpable recesión y desempleo. El cierre del canal de Suez afectó en gran medida al comercio mundial con su directa repercusión sobre los mercados de divisas. Los miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), para quienes la importación de crudo suponía la mitad de sus fuentes energéticas, fueron los más afectados. También la crisis salpicó a países en vías de desarrollo. La falta de energías alternativas diluyó medidas económicas tradicionales y se demostró la importancia estratégica del petróleo y su uso, junto otras materias primas, como instrumento de presión por los países productores.

El embargo tuvo evidentes consecuencias. Para los países árabes fue un gran éxito diplomático, al recuperar parte de los territorios ocupados en 1967, mejoró su imagen internacional e incrementó su poder de influencia y coacción, además de reducir su dependencia de las petroleras. No obstante, aquellos no explotaron todo el poder que el embargo les brindaba, al levantarlo sin que Israel abandonara todo lo ocupado y sin reconocer los derechos del pueblo palestino. Por contra, decayó la influencia occidental y se modificó el paradigma energético al apostar por desarrollar la energía nuclear y energías renovables para reducir su dependencia. Adicionalmente, provocó cambios geopolíticos por las discrepancias entre Estados Unidos y sus aliados ante el conflicto.

En el momento que redacto este artículo es imposible conocer cómo evolucionarán los acontecimientos. Todas las hipótesis son dramáticas. Tras el brutal ataque realizado por Hamás, Israel ha ordenado el “asedio total” de la franja de Gaza y sus tropas se movilizan para invadirla. Las dos grandes potencias se han posicionado y la Unión Europea ha mostrado su desconexión interna con declaraciones contradictorias que se han corregido. Se reconoce la reacción judía ante la agresión, pero igual que Naciones Unidas, se pide quede dentro del derecho internacional humanitario. En ambos lados hay víctimas civiles que sufren las trágicas repercusiones de una guerra. El Estado judío ha tenido su particular 11-S, e igual que ocurrió en 2001, podría producirse una escalada bélica que tendría varios frentes, militares, políticos y económicos. Hace dos décadas quedaron demostradas las fisuras de la mayor potencia planetaria. El ataque de Hamás ha demostrado que los sistemas de defensa tecnológica judíos no eran perfectos. Se tardará en entender cómo no se anticipó esta actuación y cómo la operación fue tan eficaz bajo las condiciones de bloqueo en las que Gaza vive desde hace años.

El conflicto ha pillado a la economía mundial resentida por una inflación, en parte derivada del otro gran enfrentamiento bélico actual, a la que se intenta reducir mediante subidas de tipos de interés, que se comen parte de los ahorros tanto de los Estados como de los ciudadanos. La repercusión más inmediata ha sido el crecimiento del precio del gas natural y del petróleo, lo que alimentará el aumento de los precios del consumo. La inestabilidad financiera derivada nos recuerda otras subidas del petróleo: 240 % en 1990 por la Guerra del Golfo, 45 % por la guerra de Irak en 2003, 40 % por la guerra en Libia en 2011 o los 128 dólares/barril en febrero 2022 al comenzar la guerra en Ucrania. El mapa geopolítico mundial vuelve a estremecerse como por el Yom Kippur hace medio siglo.

La firma de los acuerdos de Abraham entre Israel y varios Estados árabes (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán) en agosto de 2020 hizo prever, al menos para Estados Unidos, un futuro más estable y pacífico para la región dado el reconocimiento pleno de Israel en la región. Por otra parte, el acuerdo firmado entre Irán y Arabia Saudí en Pekín en marzo de 2023 avivó las especulaciones sobre una posible distensión entre Irán e Israel. Sin embargo, estas expectativas se desvanecieron rápidamente con los recientes sucesos en Gaza. Desde el inicio de los acuerdos de Abraham, existían fundadas preocupaciones sobre la creciente marginación de la población palestina ante el declive del apoyo árabe a la causa palestina. La eventual inclusión de Arabia Saudí en estos acuerdos intensificaría sin duda este sentimiento de desamparo. Se han difundido acusaciones contra Irán por supuestamente financiar y armar a Hamás. Sin embargo, el propio secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, declaró que no existía evidencia directa de la participación de Irán en este ataque. No obstante, es evidente que Irán es el principal beneficiado con esta escalada bélica por distintos motivos. Primero, ha sido un firme defensor del “eje de la resistencia” contra Israel, opuesto a los Estados árabes que habían normalizado o estaban en proceso de normalizar relaciones con Israel. Segundo, sin participar activamente en el conflicto, y sin tener que intensificar la batalla discursiva con otros países árabes, ha ganado notoriedad por su supuesto apoyo a Hamás. Al igual que en 2006, con el enfrentamiento entre Israel y Hezbolá en Líbano, Irán podría obtener mayores beneficios políticos que cualquier otro actor regional, lo que se suma a los recientes réditos que el presidente Ebrahim Raisí ha obtenido tras la normalización con Arabia Saudí, su inclusión en el grupo de los BRICS y el intercambio de prisioneros con Estados Unidos. Esto se ha debido, principalmente, a que no necesita adaptar su discurso sobre su apoyo a Hamás para satisfacer a los gobiernos occidentales, o a las poblaciones árabes, que, en general, muestran más solidaridad con la causa palestina que sus propios gobiernos.