De Coimbra a Oporto a ritmo de fado
Javier de la Nava
Profesor del CEF.-
Coimbra. Jmjvicente.Rgbstock
Una vez más en abril vuelvo al Camino. Este año elegimos la vía portuguesa. Por esta zona atlántica aquello de “las lluvias mil” es evidente y el índice de pluviosidad es elevado, máxime con la primavera recién iniciada. Coimbra y Oporto son las ciudades, emblemáticas de la senda que rumbo a Compostela discurre por territorio luso.
En el centro del país, Coimbra está magníficamente comunicada. En la parte alta de la ciudad, aparece majestuosa la Universidad, una de las más antiguas de Europa con sus más de siete siglos. Por la Porta Férrea, rematada por la figura de la Sapiencia, pasamos al Patio das Escolas, presidido por la estatua de Juan III. Sentados en la escalinata de la Vía Latina, una galería con columnas, domina el conjunto y conduce a la Sala de los Capelos, observamos el peso de la Historia. A la derecha la Torre, capilla de San Miguel y en la esquina la Biblioteca Joanina. En sus dos plantas se distribuyen 72 estanterías de madera dorada y policromada, que cubren las paredes de las tres salas. Mencionados incontables veces, los murciélagos que habitan en sus techos la protegen de los insectos, en especial de las polillas, que ha permitido conservar en inmejorables condiciones sus 60.000 volúmenes. Salimos del recinto por la antigua prisión académica, en funcionamiento hasta 1832, donde se cumplían las penas disciplinarias. A los pies de la Universidad se esparcen viejas casas, las “repúblicas”, donde residen los estudiantes. Escalonadas calles llevan hasta la parte baixa a orillas del apacible río Montego. En las estrechas calles de los artesanos: sapateiros (zapateros), padeiras (panaderas) u oleiros (alfareros), las guitarras lloran al tocar fados, como el que dice Coimbra tem mais encanto na hora da despedida. Melancólica sensación con la que salimos.
La Compostela medieval, renacentista y barroca, de Rosalía o Valle-Inclán, confirma que aquí “la lluvia es arte”
Días después entro en Oporto en un rabelo, embarcación típica del río Duero, en la que años atrás se transportaba el vinho do Porto del alto Douro hasta Gaia en la desembocadura, donde era embotellado. Desde el lecho fluvial, la ciudad se expande lánguida entre colinas. En sus empinadas calles conviven pasado y presente, a través de edificios, tiendas y pequeños bares que sacan diminutas mesas a las aceras. Oporto es una ciudad para recorrer errante y encontrarse con cafés art deco que exhiben orgullosos veladores de mármol. Oasis matinales de sosiego que por la noche se abarrotan de un público ávido por escuchar fados. Fuera de los circuitos turísticos, en lúgubres locales, el fadista expresa lamento y melancolía en la intimidad de las sombras. Entre el puente Dom Luis I, de la escuela de Eiffel, concluido en 1886, y el parque del Palacio de Cristal, se hallan sus principales monumentos. Destaca la fortaleza-catedral, la Sé, con sus dos torres gemelas, desde donde se contempla una espectacular vista. Merece la pena visitar la librería Lello, creada en 1906, con su interior de maderas talladas, que acogió el rodaje de algunas escenas de Harry Potter.
Oporto. Saavem. RgbStock
Rumbo a la frontera, salimos de Oporto. A partir de Tui la ruta jacobea está mejor señalizada. La variante de la costa, menos transitada, nos lleva a Baiona y Vigo, para volver a reencontrarnos en Redondela con la variante interior. Bosques de eucaliptos envuelven con su característico olor hasta las puertas de Pontevedra. Los balcones de piedra y forja de su caso antiguo relucen por el agua. Olores, colores y ruidos, o mejor dicho silencios, embriagan a primera hora y nos despiden un solitario domingo. La Compostela medieval, renacentista y barroca, de Rosalía o Valle-Inclán, confirma que aquí “la lluvia es arte”. En la plaza del Obradoiro, las emociones del peregrino se derraman y el agua que empapa los rostros no es sólo lluvia, también es fado.
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