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Yo, Fernando

Fernando Fernán-Gómez

Javier de la Nava. Nací en Lima, pero me sacaron de Perú casi de contrabando. Días después, el 28 de agosto de 1921, fui inscrito en el Consulado español en Buenos Aires. Mi abuela con sesenta años se desplazó a la ciudad del Plata para hacerse cargo del regalo que la Providencia le hizo a mi madre a sus dieciocho años. Al poco tiempo mis progenitores rompieron relaciones y mi madre dejó la compañía de Doña María Guerrero (mi abuela paterna). Según mi madre porque él prefirió casarse con otra; según mi abuela mi padre no aguantaba a mi madre “Carola, quiero mucho a su hija, pero es muy bestia” le había dicho. De mi padre apenas supe. Buen actor, murió en un naufragio años después.

Yo, José

José María Sacristán Turiégano

Javier de la Nava. Me llamo José María Sacristán Turiégano, nací en Chinchón (Madrid) el 27 de septiembre de 1937. Mi pueblo era pura Edad Media entonces, aunque siempre había una patata que llevarte a la boca. Con más de ocho decenios a mis espaldas, me esfuerzo por mantener al crío que hasta los seis años no conoció a su padre cuando fui a visitarle con “la Nati”, mi madre, a un campo de concentración en Toledo. Aquel señor con barba no dejaba de besarme. Más que emoción sentí extrañeza. “El Venancio” era un campesino idealista y luchador, vencido y humillado en la guerra recién terminada, pero nunca en lo moral, siempre estuvo en su sitio. Desterrado de su pueblo, al salir de la cárcel nos trasladamos a Madrid mis padres, mi hermana y yo. En el piso de Diego de León convivíamos tres familias. En nuestra habitación dormíamos cinco personas, pues mi abuela estaba con nosotros. Mi padre siempre fue mi referencia moral. No he dejado de admirarle, quería que aprendiera un oficio y me matriculó en la Institución Sindical de Formación Profesional Virgen de la Paloma. Cultura general y forja, pero yo soñaba con ser “Tirone pover y salir en alguna colección de cromos sobre artistas. Hasta los años setenta no lo conseguí. Qué inmensa alegría me dio “ser un cromo”.

Catalina de Austria y el magisterio de la reina Juana

Cuadro de Francisco Pradilla y Ortiz, dedicado a la reina doña Juana

Doctora María Lara Martínez y Doctora Laura Lara Martínez. Catalina de Austria, la hija menor de la toledana Juana I de Castilla (mal llamada “La Loca”), cumple en 2022 la friolera de 515 años. En plena revisión histórica del papel jugado por su madre en las Comunidades de Castilla y de reivindicación de su papel en la historia como mujer, madre y reina, queremos dar protagonismo a su gran compañera de viaje, su hija Catalina de Austria, con la que compartió en el confinamiento de Tordesillas parte de su infancia y juventud.

El fin de los Austrias y el enfoque histórico catalán

El fin de los Austrias y el enfoque histórico catalán. Carlos Bonilla García

Carlos Bonilla García. Un cambio en nuestra historia. Un puente entre dos mundos en la España Moderna. Una centuria agotada con el último encargo de dar comienzo a una nueva versión para la nación. Una nación de tarraconenses y de béticas, de crónicas mozárabes, de diásporas sefardíes, de pelayos e isidoros, de marcas hispánicas y unidad trastámara…y así, hasta llegar a una dinastía, la de los Austrias, que se consumiría poniendo fin al siglo XVII bajo la providencia de una mejor ventura.

La mujer sigue siendo el camino de Dios hacia el hombre

Silueta mujer embarazada

Carmen Álvarez Alonso. Nos atrae con fuerza lo exitoso y extraordinario, porque parece que en ello encontramos una cierta seguridad humana y espiritual. Cuánto nos cuesta, en cambio, aceptar todo aquello que entreteje la trama cotidiana de nuestro día a día, que, salvo contadas ocasiones, se asemeja al paisaje de una planicie sin relieve. A fuerza de no apreciar la grandeza que se esconde en la sencillez de nuestra vida diaria, se nos va encalleciendo esa rutina de lo pequeño, sin darnos cuenta de que el Señor nos espera en cada recodo de nuestro camino cotidiano. Nos acostumbramos, por ejemplo, a la sencillez con que una nueva criatura humana crece lentamente en el seno de su madre, a la simplicidad de ese poco de pan y de vino, en los que se nos entrega el eterno misterio de las Tres personas divinas, o nos habituamos a la sutil llaneza con que la Providencia divina nos cuida y nos invita a hacer el bien en las múltiples ocasiones rutinarias, y a veces inesperadas, de nuestra vida.

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